viernes, 20 de diciembre de 2019

jueves, 19 de diciembre de 2019

A Picasso.


Quien lentamente vivió
para su arte
me hace suplicarle al tiempo
que camine muy despacio.

Papeles, telas, murales,
señalados por sus manos,
permanecen.

¡Oh libertad prisionera!
¡Oh vida en muerte!
¡Salvador del tiempo!
¡Óyeme!

Quisiera llenar las horas
como tú las llenas,
con el mismo ímpetu y freno
de tus líneas y colores.

Yo quiero
que estos años,
los que faltan,
duren mucho.

-Y no lo digo por mí,
aunque tampoco soy joven-.

Lo digo por ti,
Picasso,
que mereces
tiempo lento,
para vivir
y pintar...
Y por mis ojos.

Manuel Altolaguirre.

miércoles, 18 de diciembre de 2019

Electra frente al sol.



Un resto de crepúsculo resbala,
Gris de un azul que fue feliz.
¿Ceniza nuestra?
La claridad final, melliza del filo,
hiere al bosque: fronda rala.

Cae talando el sol. ¡Cruel la tala,
Cruel! No queda tronco. Se encarniza
La lumbre en la hermosura quebradiza,
Y ante el cielo el país se descabala.

¿Todo a la vez? Ahora van despacio
Los juntos por su ruta de regreso.
Ya es íntimo, ya es dulce el día lacio.

Todo a la vez. Se encienden las primeras
Luces humanas.
¡Ah, con qué embeleso
Ven al sol las nocturnas mensajeras!

Jorge Guillén.

lunes, 16 de diciembre de 2019

Elegía a Garcilaso (Luna, 1501-1536)


... antes de tiempo y casi en flor cortada.

G.DE LA V.

Hubierais visto llorar a las yedras cuando el agua más triste se pasó toda una noche velando
a un yelmo ya sin alma,
a un yelmo moribundo sobre una rosa nacida
en el vaho que duerme los espejos de los castillos
a esa hora en que los nardos más secos
se acuerdan de su vida al ver que las violetas difuntas abandonan sus cajas
y los laúdes se ahogan por arrollarse a sí mismos.
Es verdad que los fosos
inventaron el sueño y los fantasmas.
Yo no sé lo que mira en las almenas esa inmóvil armarnadura vacía.
¿Cómo hay luces que decretan tan pronto la agonía de las espadas
si piensan en que un lirio es vigilado por hojas
que duran mucho más tiempo?
Vivir poco y llorando es el sino de la nieve que equivoca su ruta.
En el sur siempre es cortada casi en flor el ave fría.

Rafael Alberti.

jueves, 12 de diciembre de 2019

Estas son mis llaves.



He venido a sembrar mis huesos otra vez
y a abrir las acequias de mis venas.
Estas son mis llaves:
sacad el trigo por la puerta.
El hombre está aquí para cumplir una sentencia,
no para imponerla.
Que suba al ara como la paloma y el cordero.
Y que hable el juez desde su cruz,
no desde su silla.

Levantad el patíbulo.
pero con cada criminal, que muera un justo,
Haced del patíbulo un altar y decid:
Señor, te damos nuestra sangre:
La de la oveja negra
y la de la oveja blanca...
la de los gangsters
y la de los cristos.
Toda la sangre es roja...
y humus para la tierra agonizante.
Con Cristo, pero en los Olivos y en la cruz:
con la fiebre y la hiel,
con la sed y la esponja,
con la sombra y el llanto,
en la humedad cerrada de la angustia,
en el reino de la semilla y de la noche,
esperando... esperando a que broten de nuevo
la espiga
la aurora
y la conciencia.

León Felipe.

jueves, 5 de diciembre de 2019

Cuba dentro de un piano.


Cuando mi madre llevaba un sorbete de fresa
por sombrero y el humo de los barcos
aun era humo de habanero.
Mulata vuelta bajera.
Cádiz se adormecía entre fandangos y habaneras
y un lorito al piano quería hacer de tenor.
Dime dónde está la flor
que el hombre tanto venera.
Mi tío Antonio volvía con su aire de insurrecto.
La Cabaña y el Príncipe
sonaban por los patios del Puerto.
(Ya no brilla la Perla azul del mar de las Antillas.
Ya se apagó, se nos ha muerto).
Me encontré con la bella Trinidad.
Cuba se había perdido y ahora era verdad.
Era verdad, no era mentira.
Un cañonero huido llegó cantándolo en guajiras.
La Habana ya se perdió.
Tuvo la culpa el dinero...
Calló, cayó el cañonero.
Pero después, pero ¡ah! después...
fue cuando al SÍ lo hicieron YES.

Rafael Alberti.

martes, 3 de diciembre de 2019

Dos caminantes - Amparo y Gabriel Celaya.-



El quieto allá, entre máquinas.
Y ella pasaba justa, con su cuerpo preciso,
en calle clara.
Día a día la luz, al fondo el monte verde,
y mar, mar o su son;
suprema limpidez, la espuma al lejos.
Si luz y sombra se confunden, únicas,
en la penumbra enamorada, y brillan,
su resplandor se vierte y, más, se rinde, ondea
cuando sobre las piedras vivas queda a solas.
Pero aquí luz y sombra una tarde de abril bóveda dulce hicieron,
no helor, mas halo o nimbo.
Como el sol cuando cae y las cosas brillar se ven:
la luz emana de ellas.
Así él pasó y ella quedó, o fue a la inversa, y, juntos,
como el sol en la luz, sus sombras fueron.

Poco a poco la vida, como una mano les extrajo y puso
donde hubieran de estar, y allí se miran.
A veces un error es vida en tera;
a veces una luz u olvido pasa
y restablece el ser, que nace y aún pregunta.

La misma voz responde, y es otra; o es otra boca
que con un beso acalla, y le habla el mundo.

Vivir es hacer más, como entender mirar
y ver. Las máquinas prosiguen,
p,ero su son cambió. Su aceite es cálido
como el sudor humano, y su correa quema
cual la piel de la mano que ahora tócala.

Al fondo Urgull o Ulía, montes que se harían seno
para nutrir al hombre que en las nieblas jadea.
La cuidad toda late como un cuerpo cansado.
Junto al humo y las fábricas tendido, y cae la noche.

Ella fresca como la flor, lozana al despertar,
y no al día: al vivir.
El, sentido, vivido, pero naciendo acaso,
más reciente a la vida: el hombre nuevo llora,
exige como el niño. Son azules sus ojos.

La verdad en las manos como una luz es ella
quien la ofrece, y él bébela.
Beberla es conocerla, conocerse.
Y él brilla, desde dentro. Y se callan.

La ciudad queda lejos. Lejos el mar.
Hay mares diferentes, abajo, y un camino de abrojos.
De la mano caminan por la llanura sorda bajo un sol calcinado.
Suben sierras, horadan cañadizos, vadean
arroyos, ríos calientes, llanto y sombra en los bordes.
Al fin juntos hoy llegan: de repente la mar,
los mares, los no-límites. Multitud: en ti súmense.

Vicente Aleixandre.

jueves, 28 de noviembre de 2019

Castillo de Elsinor - Inomnio -.


Yo no veía ningún alma en pena
Vagar ante los muros del castillo.
De pronto percibí desliz de brillo:
Rata alumbrada se asoció a mi escena.

La luna prefería cierta almena,
Y un rayo era ya el dedo en el anillo
Del amor tan audaz y tan sencillo
Que a un oro del futuro se encadena.

Sin historia la rata, primitiva,
Me condujo a un pasado con sus duendes,
Sus príncipes errantes sin consuelo.

Y la rata cruzó por luz de arriba,
De tragedia, de rey.
Tú si me entiendes, Luna.
Todo convive en mi desvelo.

Jorge Guillén.

miércoles, 27 de noviembre de 2019

La roca.



Tanto mundo que he visto, todo el cielo,
ahora cuando estoy solo no me basta
para mi vida ni para mi sueño.

Y sin embargo, cuando estoy contigo,
a flor de esa imprecisa superficie
que es el tiempo pasado sin gozarte,
un anhelo cortándome las alas
reduce los lejanos horizontes
a un pequeño cristal, pronto a perderse,
como la sal, en el profundo olvido.

Junto a ti, frente al mar, nada recuerdo
y dan la luz y el aire molde cóncavo
a mi presente, a la inmutable
y firme roca de amor.
Que nadie nunca diga:
-Ayer la vi- o -la veré mañana-.

Manuel Altolaguirre.

lunes, 25 de noviembre de 2019

Primera navidad.


(A. G. 1959)

Dice nerviosa, la niña:
-¡Santa Claus! No habrá venido-.
Expectantes, vamos todos
A descubrir el prodigio,
Y ante ella, que nos precede,
Surge el Árbol, encendido,
Con sus tesoros. ¡Son muchos!
Y la niña queda en vilo,
Gravemente inmóvil bajo
La amenaza de un peligro.
Es imposible afrontar
Sin terror el Paraíso.

Jorge Guillén.

viernes, 22 de noviembre de 2019

El sol victorioso.


No pronuncies mi nombre
imitando a los árboles
que sacuden su triste cabellera,
empapada de luna en las noches de agosto
bajo un cielo morado donde nadie ha vivido.

No me llames
como llama a la tierra su viento
que no la toca, su triste viento u oro que rozándola pasa, sospechando
el carbón que vigilante encierra.

Nunca me digas que tu sombra es tan dura
como un bloque con límites que en la sombra reposa,
bloque que se dibuja contra un cielo parado,
junto a un lago sin aire, bajo una luna vacia.

El sol, el fuerte, el duro y brusco sol que deseca pantanos,
que atiranta los labios, que cruje como hojas secas entre los labios mismos,
que redondea rocas peladas como montes de carne,
como redonda carne que pesadamente aguanta la caricia tremenda,
la mano poderosa que estruja masas grandes,
que ciñe las caderas de esos tremendos cuerpos
que los ríos aprietan como montes tumbados.


El sol despeja siempre noches de luna larga,
interminables noches donde los filos verdes,
donde los ojos verdes,
donde las manos verdes
son solo verdes túnicas, telas mojadas verdes,
son solo pechos verdes,
son solo besos verdes entre moscas ya verdes.

El sol o mano dura,
o mano roja, o furia, o ira naciente.
El sol que hace a la tierra una escoria sin muerte.
No, no digas mi nombre como luna encerrada,
como luna que entre los barrotes de una jaula nocturna
bate como los pájaros, como quizá los ángeles,
como los verdes ángeles que en un agua han vivido.

Huye, como huiría el pantano que un hombre
ha visto formarse sobre su pecho,
crecer sobre su pecho,
y ha visto que su sangre como nenúfar surte,
mientras su corazón bulle como oculta burbuja.

Las mojadas raíces
que un hombre siente en su pecho, bajo la noche apagada,
no son vida ni muerte, sino quietud o limo,
sino pesadas formas de culebras de agua
que entre la carne viven sin un musgo horadado.

No. no digas mi nombre,
noche horrenda de agosto, de un imposible enero;
no, no digas mi nombre,
pero mátame, oh sol, con tu justa cuchilla.

Vicente Aleixandre.

martes, 19 de noviembre de 2019

Vaso de agua.


No es mi sed, no son mis labios
Quienes se placen en esa
frescura ni con resabios
de museo se embelesa
mi visión de tal aplomo:
líquido volumen como
cristal que fuese aún más terso.
Vista y fe son a la vez
quienes te ven, sencillez
última del universo.

Jorge Guillén.

viernes, 8 de noviembre de 2019

Impar 11. Óleo -Niño de Vallecas-



A veces ser humano es difícil.
Se nació casi al borde.
Helo aquí, y casi mira.
Desde su estar inmóvil rompe el aire
y asoma súbito a este frente:
aquí es asombro.
Pues está y os contempla, o más,
pide ser visto, y más: mirado, salvo.
Tiene su pelo mixto, cubriendo
desigual la enorme masa,
y luego, más despacio, la mano de quien aquí lo puso trazó lenta la frente,
la inerte frente que sería y no fuese,
no era. La hizo despacio como quien traza un mundo
a oscuras, sin iluminación posible,
piedra en espacios que nació sin vida
para rodar externamente yerta.
Pero esa mano sabia, humana, más despacio lo hizo,
aquí lo puso como materia, y dándole
su calidad con tanto amor que más verdad sería:
sería más luces, y luz daba esa piedra.
La frente muerta dulcemente brilla,
casi riela en la penumbra, y vive.
Y enorme veía sobre unos ojos mudos,
horriblemente dulces, al fondo de su estar, vitreos, sin lágrima.

La pesada cabeza, derribada hacia atrás, mira, no mira,
pues nada ve. La boca está entreabierta;
solo por ella alienta, y los bracitos cortos juegan, ríen,
mientras la cara grande muerta, ofrécese.

La mano aquí lo pintó, lo acarició
y más: lo respetó, existiendo.
Pues era. Y la mano apenas lo resumió exaltando
su dimensión veraz. Más templó el aire,
lo hizo más verdadero en su oquedad posible
para el ser, como una onda que límites se impone
y dobla suavemente en sus orillas.

Si le miráis le veréis hoy ardiendo
como en húmeda luz, todo él envuelto
en verdad, que es amor, y ahí adelantado, aducido,
pidiendo, suplicando sin voz: pide ser salvo.
Miradle, sí; salvadle. Él fía en el hombre.

Vicente Aleixandre.

miércoles, 6 de noviembre de 2019

No queremos morir.


Los amantes no tienen vocación de morir. «¿Moriremos?»
Tú me lo dices, mirándome absorta con ojos grandes: -¡Por siempre!-
-Por siempre-, -nunca-: palabras
que los amantes decimos, no por su vano sentido que fluye y pasa,
sino por su retención al oído, por su brusco tañir y su vibración prolongada,
que acaba ahora, que va cesando...,
que dulcemente se apaga
como una extinción en el sueño.

No queremos morir, ¿verdad, amor mío? Queremos vivir cada día.
Hacemos proyectos vagos para cuando la vejez venga.
Y decimos: -Tú siempre serás hermosa, y tus ojos los mismos;
ah, el alma allí coloreada, en la diminuta pupila,
quizá en la voz... Por sobre la acumulación de la vida,
por sobre todo io que te vaya ocultando
-si es que eso sea ocultarte, que no lo será, que no puede serlo-,
yo te reconoceré siempre-.
Allí saldrás, por el hilo delgado de la voz, por el brillo nunca del todo extinto de tu diminuto verdor en los ojos,
por el calor de la mano reconocible, por los besos callados.
Por el largo silencio de los dos cuerpos mudos, que se tientan, conocen.
Por el lento continuo emblanquecimiento de los cabellos,
que uno a uno haré míos.
Lento minuto diario que hecho gota nos une,
nos ata. Gota que cae y nos moja; la sentimos: es una.

Los dos nos hemos mirado lentamente.
¡Cuántas veces me dices: -No me recuerdes los años-!
Pero también me dices, en las horas del recogimiento y murmullo:
-Sí, los años son tú, son tu amor. ¡Existimos!-
Ahora que nada cambia, que nada puede cambiar,
como la vida misma, como yo, como juntos...
Lento crecer de la rama, lento curvarse, lento extenderse; lento,
al fin, allá lejos, lento doblarse. Y densa rama con fruto,
tan cargada, tan rica
-tan continuadamente juntos: como un don, como estarse-,
hasta que otra mano que sea, que será, la recoja,
más todavía que como la tierra, como amor, como beso.

Vicente Aleixandre.

martes, 5 de noviembre de 2019

El ruiseñor.


El ruiseñor, pavo real
facilísimo del pío,
envía su memorial
sobre la curva del río
lejos, muy lejos, a un día
parado en su mediodía,
donde un ave carmesí,
cenit de un primavera
redonda, perfecta esfera,
no responde nunca: sí.

Jorge Guillén.

lunes, 4 de noviembre de 2019

Sin amor.


Fin de una vida, fin de un amor.
La noche aguarda.
Oh noche dura, silenciosa, inminente.
Oh soledad de un cuerpo que no ama a nadie.
Con un puño se arranca sombra,
solo sombra del pecho.
Aquí hubo sangre, aquí en este hueco
inmenso latió una vida;
aquí en esta húmeda soledad hubo voces,
dulces voces llamando.
¿Recuerdas? Hubo un aliento
que ascendía, exhalaba
un hombre y daba lumbre,
lumbre y vida a una boca.
Hubo una queja, un grito, una súplica hermosa,
hubo en el pecho el mismo viento dulce que allí en los labios
modeló luego el aliento de un beso.
Tienta, tienta, mano, esta madera fría
y torpe de una tabla sin venas.
Recorre esa forma sorda. Ya la noche amenaza.
Un sudario sin vida de tiniebla uniforme
te helará, larga tabla sin pesar que aún insiste.

Vicente Aleixandre.

jueves, 31 de octubre de 2019

Bar de esquina.


Se comprime el bar en la esquina
De unas calles muy populosas,
Y el gran estrépito del tráfico
De velocidad a la hora,
Que en el bar -son las dos, las tres-
Corre tanto que no se nota:
Ocios, negocios, hasta luego,
Carreras de caballos, hola...
Y con gracia la vida va,
Mortal inagotable, corta.

Jorge Guillén.

martes, 29 de octubre de 2019

En el lago.


Por la ciudad callada el niño pasa.
No hacen ruido las voces, ni los pasos.
Es un niño pequeño en su bicicleta.
Atraviesa la calle majestuosa, enorme, cruzada por los lentos tranvías.
Y sortea carruajes, carros finos, cuidados.
Y va suavemente con las manos al aire,
casi dichoso.
De pronto, ¿qué? Sí, el gran parque
que se lo traga.
¡Cómo pedalea por la avenida
central, rumbo al lago!
Y el niño quisiera entrar en el agua,
y por allí deslizarse, ligero sobre la espuma.
(¡Qué maravillosa bicicleta sobre las aguas,
rauda con su estela levísima!
¡Y qué desvariar por las ondas, sin pesar, bajo cielos!...)
Pero el niño se apea junto al lago. Una barca.
Y rema dulcemente, muy despacio, y va solo.
Allí la estatua grande sobre la orilla,
y en la otra orilla el sueño bajo los árboles.
Suena el viento en las ramas, y el niño se va acercando.
Es el verano puro de la ciudad, y suena el viento allí quedamente.
Sombras, boscaje, oleadas de sueño que cantan dulces.
Y el niño solo se acerca y rema, rema muy quedo.
Está cansado y es leve. Qué bien la sombra bajo los árboles.
Ah, qué seda o rumor... Y los remos penden, meciéndose.
Y el niño está dormido bajo las grandes hojas,
y sus labios frescos sueñan..., como sus ojos.

Vicente Aleixandre.

viernes, 25 de octubre de 2019

Bajo la luz primera.


Porque naciste en la aurora
y porque con tu mano mortal acariciaste suavemente la tenaz piel del tigre,
y porque no sabes si las aves cruzan hoy por los cielos o vuelan solamente
en el azul de tus ojos,
tú, no más ligero que el aire,
pero tan fugaz en la tierra,
naces, mortal, y miras
y entre solares luces pisando
hacia un soto desciendes.

Aposentado estás en el valle.
Dichoso miras la casi imagen de ti que,
más blanda, encontraste.
Amala prontamente. Todo el azul es suyo,
cuando en sus ojos brilla el envío dorado
de un sol de amor que vuela con alas en el fondo
de sus pupilas. Bebe, bebe amor.
¡Es el día!

¡Oh instante supremo del vivir! ¡Mediodía completo!
Enlazando una cintura rosada, cazando con tus manos
el palpitar de unas aves calientes en el seno,
sorprendes entre labios amantes el fugitivo soplo de la vida.

Y mientras sientes sobre tu nuca lentamente girar la bóveda celeste
tú estrechas un universo que de ti no es distinto.

Apoyado suavemente sobre el soto ligero,
ese cuerpo es mortal, pero acaso lo ignoras.
Roba al día su céfiro: no es visible, mas mira
cómo vuela el cabello de esa testa adorada.

Si sobre un tigre hermoso, apoyada, te contempla,
y una leve gacela más allá devora el luminoso césped,
tú derramado también, como remanso bordeas
esa carne celeste que algún dios te otorgara.

Águilas libres, cóndores soberanos,
altos cielos sin dueño que en plenitud deslumbran,
brillad, batid sobre la fértil tierra sin malicia.
¿Quién eres tú, mortal, humano, que desnudo en el día
amas serenamente sobre la hierba noble?
Olvida esa futura soledad, muerte sola,
cuando una mano divina cubra con nube gris el mundo nuevo.

Vicente Aleixandre.

miércoles, 23 de octubre de 2019

Mediterráneo. (Versilla)



Sobre la playa de este mediodía,
Arena o luz con oleaje denso,
Al sol que es ya cruel un indefenso
Casi-desnudo busca y se confía.

La dama ofrece entonces su armonía
De salud y hermosura en un incienso
De culto al dios solar.
-Y mientras, pienso como yo a tanta fe respondería-.

Siempre feliz, el cuerpo da señales
De la atención muy tensa que los rayos
Desde el cenit consagran a la hermosa.

Inmóvil, ella acepta las brutales
Caricias de este cielo como ensayos
De un amor mitológico a una diosa.

Jorge Guillén.

lunes, 21 de octubre de 2019

La memoria quisiera.



La memoria quisiera con sus redes
Salvarnos eso que se nos escapa,
Casi deshecho por continua zapa,
Abismo abajo, pútridas paredes.

Todo se descompone. Tú no puedes,
Memoria infiel, guardar tras esa capa
De mendigo tus joyas, y en un mapa
De remiendos concluyen tus mercedes.

Algo flota, por fin, contra el olvido
Que sin cesar rehace su marea
Con su reiteración de rollo lento.

En la orilla se yergue un conmovido
Náufrago de alta mar. Dice, jadea,
Algo evoca su voz. Si fue, ya es cuento.

Jorge Guillén.

viernes, 18 de octubre de 2019

Anillo III.


Gozo de gozos: el alma en la piel
Ante los dos el jardín inmortal,
El paraíso que es ella con él,
Óptimo el árbol sin sombra de mal

Luz nada más.
He aquí los amantes
Una armonía de montes y ríos,
Amaneciendo en lejanos levantes,
Vuelve inocentes los dos albedríos...

¿Dónde estará la apariencia sabida?
¿Quién es quien surge? Salud, inmediato
Siempre, palpable misterio: presida
Forma tan clara a un candor de arrebato.

¿Es la hermosura quien tanto arrebata,
O en la terrible alegría se anega
Todo el impulso estival?
-¡Oh beata furia del mar, esa ola no es ciega!-

Aun retozando se afanan las bocas,
Inexorables a fuerza de ruego.
-Risas de Junio, por entre unas rocas,
Turban el límpido azul con su juego-.

¿Yace en los brazos un ansia agresiva?
Calladamente resiste el acorde.
-¿Cuánto silencio de mar allá arriba!
Nunca hay fragor que el cantil no me asorde?-

Y se encarnizan los dos violentos
En la ternura que los encadena.
-El regocijo de los elementos
Torna y retorna a la última arena-.

Ya las rodillas, humildes aposta,
Saben de un sol que al espíritu asalta.
-El horizonte en alturas de costa
Llega a la sal de una brisa más alta-.

¡Felicidad! El alud de un favor
Corre hasta el pie, que retuerce su celo.
-Cruje el azul. Sinuoso calor
Va alabeando la curva del cielo-.

Gozo de ser: el amante se pasma.
¡Oh derrochado presente inaudito,
Oh realidad en raudal sin fantasma!
Todo es potencia de atónito grito.

Alrededor se consuma el verano.
Es un anillo la tarde amarilla.
Sin una nube desciende el cercano
Cielo a este ardor. Sobrehumana, la arcilla.


Jorge Guillén.

martes, 15 de octubre de 2019

La clase.


Como un niño que en la tarde brumosa
va diciendo su lección y se duerme.
Y allí sobre el magno pupitre
está el mudo profesor que no escucha.
Y ha entrado en la última hora un vapor leve, porfiado, pronto espesísimo, y ha ido envolviéndolos a todos.
Todos blandos, tranquilos, serenados, suspiradores, ah, cuán verdaderamente reconocibles.
Por la mañana han jugado,
han quebrado, proyectado sus límites, sus ángulos, sus risas, sus imprecaciones, quizá sus lloros.
Y ahora una brisa inoíble, una bruma, un silencio, casi un beso, los une,
los borra, los acaricia, suavísimámente los recompone.
Ahora son como son. Ahora puede reconocérseles.
Y todos en la clase se han ido adurmiendo.
Y se alza la voz todavía, porque la clase dormida se sobrevive.
Una borrosa voz sin destino, que se oye
y que no se supiera ya de quién fuese.

Y existe la bruma dulce, casi olorosa, embriagante,
y todos tienen su cabeza sobre la blanda nube que los envuelve.
Y quizá un niño medio se despierta y entreabre los ojos,
y mira y ve también el alto pupitre desdibujado
y sobre él el bulto grueso, casi de trapo, dormido, caído,
del abolido profesor que allí sueña.

Vicente Aleixandre.

viernes, 11 de octubre de 2019

La isla.


Isla gozosa que lentamente posada
sobre la mar instable navegas
silenciosa por un mundo ofrecido.
En tu seno me llevas, ¿rumbo al amor?
No hay sombras.
¿En qué entrevista playa un fantasma querido
me espera siempre a solas, tenaz, tenaz, sin dueño?
Olas sin paz que eternamente jóvenes
aquí rodáis hasta mis pies intactos.
Miradme vuestro, mientras gritáis hermosas
con espumosa lengua que eterna resucita.
Yo os amo. Allá una vela no es un suspiro leve.
Oh, no mintáis, dejadme en vuestros gozos.
Alzad un cuerpo riente, una amenaza
de amor, que se deshaga rompiente entre mis brazos.
Cantad tendidamente sobre la arena vivida
y ofrezca el sol su duro beso ardiente
sobre los cuerpos jóvenes, continuos, derramados.

Mi cuerpo está desnudo entre desnudos. Grito
con vuestra desnudez no humana entre mis labios.
Recorra yo la espuma con insaciable boca,
mientras las rocas duran, hermosas allá al fondo.
No son barcos humanos los humos pensativos
que una sospecha triste del hombre allá descubren.

¡Oh, no!: ¡el cielo te acepta, trazo ligero y bueno
que un ave nunca herida sobre el azul dejara!

Fantasma, dueño mío, si un viento hinche tus sábanas,
tu nube en la rompiente febril, sabe que existen
cuerpos de amor que eternos irrumpen..., se deshacen,
acaban..., resucitan.
Yo canto con sus lenguas.

Vicente Aleixandre.

jueves, 10 de octubre de 2019

Al concilio ecuménico.


¡Oh, esos cardenales
en el Concilio
con sus elegantes vestiduras...!
Ahí están,
deshaciendo el Padre Nuestro,
modificándolo a su gusto.
El Padre Nuestro
como me lo enseñó mi madre
quieren que lo rece ahora de otro modo.

En cambio ese salmo,
ese salmo monstruoso y sanguinario
de los Te Deum
compuesto siempre por el vencedor,
ese salmo tan del gusto
de todos los dictadores...
ahí está.
¿No le modificáis,
no le tacháis... verdad?
Os gusta mucho.
Como a Franco,
a Franco también le gusta mucho.
Se lo voy a recordar al mundo.
Aquí está:

“Gracias, Señor,
gracias porque me ayudaste
a destruir a mi enemigo.
Tú eres el Dios que venga mis agravios
y sujeta, debajo de mí, pueblos”...

León Felipe.

martes, 8 de octubre de 2019

Poemas menores III.


Huyen. Se ve que huyen
vueltas de espaldas a la tierra.
Nosotros no hemos visto todavía
los ojos de una estrella.
Para buscar lo que buscamos
-¿dónde está mi sortija?-
una cerilla es buena,
y la luz del gas,
y la maravillosa luz eléctrica...
Nosotros no hemos visto todavía
los ojos de una estrella.

León Felipe.

viernes, 4 de octubre de 2019

Fulguración del as.



Esta misma canción que vuela, esta que estás tú cantando, hermosísimo as de oros, es el romance antiguo de la legión de condenados que aspiraban el perfume de las espinas dolorosas entre los dedos. Cuando tú eras magnífico, cuando tú tenías los ojos brillantes, dando la luz sin cambio, del todo, albergando bajo los párpados el secreto de todos los triunfos más mezquinos, no era difícil encontrarte en la mano, saludando, besando los dedos con reverencia de paje del quinientos. Servicial como un espejo que conservase en el rostro que se mira las mejillas de nácar. Pero si embriagado alguien del intensísimo vino vibrátil, de la cargazón de braveza y de sueño que despedía el fulgor de la baraja de lunas, se atrevía a levantarse y, mirando a la noche, notaba cómo sus pupilas se iban poniendo moradas y cómo la flor redonda del pecho enseñaba unos dientes de lobo bajo un tímido bisbiseo doliente, entonces estaba perdido. Entonces había caído bajo tu magia cárdena de la segunda hora. Se encerraban las luces del cuarto en negativas furibundas, rojas de la tensión de sus ensueños de brasa, de su desesperado deseo. Uno sentía bullir en los hombros una anticipación de las alas, de la abanicada perseverancia que promete su premio para un mañana de cópula. Pero un pie muy ligero primero, una pluma suave empezaba a pesar precisamente sobre el hombro derecho; una forma que insistía mostrando cuán grave es la realidad que se tiene, cuánto sobre la espalda se sienten los besos que no se lian dado. Un pie de yeso o de cera, quizá de carne, rosa, blanco, insistiendo, sonriendo dichosamente sobre la feliz planta viva. Así el camino es breve, así pronto el Occidente será una riqueza de oros que podrá batirse con las manos, que podrá multiplicarse en mil espumas sin labios. Así la preciada amarillez no será la tragedia de perder toda la sangre, sino la riqueza brava, despertada, de sentir en la piel los mil besos de todas las campanas. Moriremos si es preciso. Pero moriremos sabiendo que el latido repercute en la inquietud de las venas como vaticinio indescifrable, como una promesa que no se nombra.

Pero el oro de la baraja, pero todo ese oro clásico que en la mano mira a los ojos sin duda y que se ríe de nuestras chaquetas, sabiendo cuán breve es la resistencia de la sangre, sigue empuñado como un vaso de condenación ciego que no se acaba nunca. Aquí erguido estoy amenazando con mi as, que brilla con un fulgor opalino, enturbiando mis más íntimas sensaciones. Aquí estoy intentando quedarme conmigo mismo, ganarme a la partida ruidosa que se disputan los bosques de fuera, esas largas avenidas de viento que enredan las almas desordenadas bajo la luna. No me entiendo. Juego a ciegas. Llamaría a la luz, aquella plateada y distinta apariencia que puso en mis manos ía noche del sueño un agua transparente de sentires, de dulces promesas de niño, de ingenuos caracoles de tierra, de lágrimas de mañana que amanecían con todo silencio, con todo el respeto de las madres dormidas.

Pero no sé si podré. Tú, la que viene arrastrando una cola que da siete vueltas a la tierra; tú, la más clara y justa denominación del amor, que pasas y repasas ya como una cadena articulada de huesos sin límite, como una reanudada noria de mi desdicha, estás ahí, muy atareada. Cazas alondras con la misma frialdad con que se yergue el monte en el fondo del océano. Y yo te miro con la misma yerta esperanza.

Por eso escucho aquí el sombrío rumor de los naipes barajándose, y comprendo que su cabalístico centelleo es el horóscopo que me invento, ese dedo largo que se bifurca y, como unas tenazas, oprime el nervio que da coletazos. Todas las escamas se reparten en la luz, y mis ojos de capas y capas van dejando caer sus hojas, para mostrar la impura desnudez de su pozo, la aguerrida carcajada que ejercita su músculo embarcándose en las aguas del légamo, en el palpitante corazón que no sabe que la pleamar es un sueño horizontal baio una luna de hierba.

Vicente Aleixandre.

jueves, 3 de octubre de 2019

Más allá. II



No, no sueño. 
Vigor de creación concluye
su paraíso aquí:
Penumbra de costumbre.

Y este ser implacable
que se me impone ahora
de nuevo -vaguedad
resolviéndose 
en forma de variación 
de almohada, en blancura de lienzo,
en mano sobre embozo,
en el tendido cuerpo

Que aun recuerda los astros
y gravita bien— 
este ser, avasallador universal,
mantiene también su plenitud
en lo desconocido:
Un más allá de veras
misterioso, realísimo.

Jorge Guillén.

miércoles, 2 de octubre de 2019

Estamos en el llanto.


Obispos buhoneros:
volved las baratijas a su sitio,
los ídolos al polvo
y la esperanza al mar.
Ya sé.
Ya sé que habéis pintado
una silla en la nube
y una llama de azufre
en el fondo del pozo.
Pero yo no he venido
a pedir un asiento en la gloria
ni a poner de rodillas el miedo.
Estoy aquí otra vez
para subrayar con mi sangre
la tragedia del mundo,
el dolor de la tierra,
para gritar con mi carne:
Ese dolor es mío también.
Y para añadir además:
Lo primero fue el llanto,
y estamos en el llanto.
-Lo primero fue el Verbo.
-El Verbo es la piqueta
que perfora en la sombra,
la palanca que derriba las puertas,
la herramienta…
lo que esperaba el barro,
lo que aún espera el llanto
y aún espera la sombra.
El Verbo vino y dijo: Aquí está el barro;
que el barro se haga llanto
-no que se haga la luz-.
Y el barro se hizo llanto.
Lo primero fue el barro,
el barro hecho llanto,
la conciencia del llanto,
el dolor de la tierra.
-¿A quien le hablas así?
-Al que tiró el huevecillo
en el barro viscoso de la charca,
al que fecundó la primera charca del mundo,
al que hizo llanto el barro.
-¿Y quien eres tú?
-El barro de la charca,
el barro hecho llanto,
tierra de lágrimas-
lo mismo que tú.
Nadie ha pasado por aquí.
Lo primero fue el llanto
y estamos en el llanto.
Porque aún no ha dicho el Verbo:
Que el llanto se haga luz.
-¿Lo dirá?
-Lo dirá, poque, si no,
¿para qué sirve el mar?
-Nuestro llanto son los ríos
que van a dar a la mar…-
¿O puede ser la vida eternamente
un lamento encerrado en una cueva?
Dios es el mar,
Dios es el llanto de los hombres.
Y el Verbo se hizo llanto
para levantar la vida.
El Verbo está en la carne
dolorida del mundo…
¡Miradlo aquí en mis ojos!
Mis ojos son las fuentes
del llanto y de la luz…
Y estamos en el llanto.
Seguimos en la era de las sombras.
¿Quién ha ido más allá?
¿Quién ha abierto otra puerta?
Toda la luz de la tierra
la verá un día el hombre
por la ventana de una lágrima…
Pero aún no ha dicho el Verbo:
¡Que el llanto se haga Luz!

León Felipe.

martes, 1 de octubre de 2019

Nivel del mar. Playa. (Indios)



Conchas crujientes, conchas,
conchas del Paraíso...
Las descubren, perdidas
para los dioses, indios.
Entre las arenas los llaman
tornasoles amigos.
¡Cómo fulgen y crujen
conchas, arenas, indios,
todos a una, voces
ondeadas con visos!
En ondas van y crecen apogeos,
dominios y la fascinación
triunfante de los indios.
¡Oh triunfos! Y se comban
en un vaivén. ¡Oh tino!
De la prisa al primor,
del primor al peligro.
¡Y lanzan vivas, vivas
refulgentes, los indios!

Jorge Guillén.

lunes, 30 de septiembre de 2019

Mujer.



Jane Evrard

¡Isla en la música!
Estábamos mirándote sumergidos.
Encantadora de peces
alta le dabas al viento
órdenes con tus dos brazos.
Instrumentos y delfines
parados te rodeaban.
La música transparente
te llegaba a la cintura.
Frondosa y viva flotabas,
isla de carne, en la música.
Junto al cipres de tu sueño
para verte, descabalgo.
No son recuerdos, que es vida,
y verdadero el diálogo
que contigo tengo, madre,
cuando aquí nos encontramos.

Manuel Altolaguirre.

viernes, 27 de septiembre de 2019

Las ocho de la mañana.


Y otra vez se despereza
La Marcha Inmortal... que un hombre,
Para que nadie se asombre
Demasiado, con llaneza Silba.
Tiene ligereza
De Gloria hallada la calle.
Dios es quien propone el talle
De Europa: de esa muchacha
Que así pisando despacha
La Marcha.
¡Nada la acalle!

Jorge Guillén.

jueves, 26 de septiembre de 2019

El olmo renace.


Si ya no puedo verme,
si de mí quedan sólo las raíces,
si los pájaros buscan vanamente
el lugar de sus nidos
en las tristes ausencias de mis brazos,
no hay que llorar por eso.

Con el silencio de una primavera,
brotarán de la tierra como llanto
insinuaciones de verdor y vida.

Seré esa multitud de adolescentes,
esa corona de laurel que ciñe
el tronco quebrantado por el hacha.

Multiplicada vida da la muerte.
Múltiples son los rayos de la aurora.

Manuel Altolaguirre.

miércoles, 25 de septiembre de 2019

Rosa de harina.


Pero el hombre es un niño laborioso y estúpido
que ha hecho del juego una sudorosa jornada.
Ha convertido el palo del tambor
en una azada, y en vez de tocar sobre la tierra
una canción de júbilo se ha puesto a cavarla.
¡Si supiésemos caminar
bajo el aplauso de los astros
y hacer un símbolo poético de cada jornada!
Quiero decir que nadie sabe cavar al ritmo del sol
y que nadie ha cortado todavía una espiga
con amor y con gracia.
Ese panadero, por ejemplo,
¿por qué ese panadero no le pone una rosa de pan blanco
a ese mendigo hambriento en la solapa?

León Felipe.

martes, 24 de septiembre de 2019

Día y noche.



Contigo, cristal claro,
y con mi carne negra,
aires blancos y negros,
apretamos la tierra,
bajo tu cuerpo en día,
bajo el mío en eterna
y desolada noche.
El sol te transparenta
e ilumina los campos
que bajo ti se encuentran;
pero mi cuerpo opaco
a toda luz se niega.
Nuestro amor prisionero
está como la tierra:
bajo tu cuerpo, en día,
bajo el mío en tinieblas.

Manuel Altolaguirre.

lunes, 23 de septiembre de 2019

¿Y la luna?


En el pozo la guardaron.
Para que no la robasen
en el pozo la guardaron
-como una onza en un bolso-
aquellos fieros románticos.

Y estuvieron dos cipreses
la noche entera velando.
La noche entera de un siglo
los dos cipreses velaron.

Pero fue en vano, fue en vano,
toda la vela fue en vano.
Al llegar la madrugada
el Sol levantó los brazos
y asomó sobre la sierra
su rostro congestionado
de risa,
que gritaba:
¡la han robado, la han robado, la han robado!...

León Felipe.

viernes, 20 de septiembre de 2019

Dame tu oscura hostia.


No te apiades de mí,
luz cenicienta.
Dame tu oscura hostia,
tu último pan...
Un sueño sin retorno y sin recuerdo.
Déjame hundirme en ese pozo negro,
más abajo del limo y de la larva...
Donde la vida es un fantasma verde
que nadie vio jamás.

León Felipe.

jueves, 19 de septiembre de 2019

Las hojas de un tilo.


Una dorada luz
-es por la tarde,
ya es un setiembre bajo un sol de otoño-
fulge sobre el envés de algunas hojas,
más sosegadas que las amarillas,
dispuestas a morir en su hermosura.

Jorge Guillén.

miércoles, 18 de septiembre de 2019

Aventad las palabras.


Deshaced ese verso,
quitadle los caireles de la rima,
el metro, la cadencia
y hasta la idea misma...
Aventad las palabras...
y si después queda algo todavía,
eso
será
la poesía.
¿Qué importa
que la estrella esté remota
y deshecha la rosa?
Aún tendremos
el brillo y el aroma.

León Felipe.

martes, 17 de septiembre de 2019

El descaminado.


¡Si pudiese dormir! Aun me extravío
por ese insomnio que se me rebela.
No sé lo que detrás de la cancela
me ocurre en mi interior aun más sombrío.

Dentro, confuso y torpe, me desvío
de lo que el alma sobre todo anhela:
mantener encendida esa candela
propia sin cuya luz yo no soy mío.

¡-Descaminado enfermo-!
Peregrina tras mi norma hacia un orden,
tras mi polo de virtud va esta voz.
El mal me parte.

Quiero la luz hurnilde que ilumina
cuerpo y alma en un ser, en uno solo.
Mi equilibrio ordinario es mi gran arte.

Jorge Guillén.

lunes, 16 de septiembre de 2019

Tu desnudo.


El cielo de tu tacto
amarillo cubría
el oculto jardín
de pasión y de música.

La caricia del alma
-brisa en temblor- movía
todo lo que tú eras.

¡Qué crepúsculo bello
de rubor y cansancio
era tu piel!
Estabas como un astro sin brillo,
recibiendo del sol
la luz de tu contorno.

Sólo bajo tus pies era de noche.

Manuel Altolaguirre.

viernes, 13 de septiembre de 2019

Mirar y admirar.


Me detengo. Lo adiviné: Tiziano.
Un gran señor otea varias diosas.
También yo me complazco en los follajes
Y su cobrizo tono así lejano.
¡Quiénes aquellas damas sobre losas
De galerías y azoteas? Trajes
Oscuros, pero...
A mi lado, real, esta una dama.
No me ve. Soy un cero
-Soy realidad- ante ella, que reclama
Pintura.
Mi vista se aventura
Con un fervor cortés
-En mi cortés costumbre-
Por la forma viviente,
Que jamás ni comparo ni confundo
Con el fingido mundo,
Ahora Veronés.
No hay Venus de verdad que no relumbre
Sin mi adhesión y mi vivir no aliente,
Ahora también, que mal o apenas veo
-Otro piso propone el gran museo-
Esta flor de Matisse. Atrae la dama.
¿Fugitiva? No importa. ¡Cómo llama!

Jorge Guillén.

jueves, 12 de septiembre de 2019

Manera actual de ser niño.


Antonio viaja que viaja
Por tierra, por mar, por aire,
Va de un continente a otro
Porque el mundo ya no es grande,
Mira desde su avión
Cordilleras y ciudades
Como si, soñando aún,
Sobre algún mapa trazase
Con el dedo rutas, rumbos.
¿Ser hombre es estar de viaje?

Jorge Guillén.

miércoles, 11 de septiembre de 2019

Escribir es nacer.


Hijo de la oración,
cada mañana
dejo el seno del cántico,
me desnudo del himno que se eleva
a la gloria de Dios
y desde el polvo
me atrevo a murmurar
tristes palabras.

Escribir es nacer,
dejar la cristalina
morada de inocencia
donde ya no estoy.

Mi verso tiene formas maternales;
es nube sobre el mar
y una gota de lluvia,
es niño que en la arena se entretiene
con las espumas y las caracolas.
Mi padre está en los cielos
y yo me siento alegre,
nacido de su Verbo,
de donde salgo cada día.

Manuel Altolaguirre.

jueves, 1 de agosto de 2019

Poemas menores I.


No es lo que me trae cansado
este camino de ahora.
No cansa
una vuelta sola.
Cansa el estar todo un día,
hora tras hora,
y día tras día un año
y año tras año una vida
dando vueltas a la noria.

León Felipe.

miércoles, 31 de julio de 2019

Ahora de pueblo en pueblo.


Ahora de pueblo en pueblo
errando por la vida,
luego de mundo en mundo errando por el cielo
lo mismo que esa estrella fugitiva.
¿Después?... Después...
ya lo dirá esa estrella misma,
esa estrella romera
que es la mía,
esa estrella que corre por el cielo sin albergue
como yo por la vida.

León Felipe.

martes, 30 de julio de 2019

La poesía llega... Ahí está.


La Poesía llega como un gendarme
a la casa del crimen.
Ahí está. Viene porque la he llamado yo.

Ya viene con su ademán desnudo,
con su mirada sin cortinas,
con su mirada sin eclipse...
con su mirada que no se esconde
nunca bajo el toldo de los párpados
ni a la sombra de las pestañas...
Viene con su mirada abierta siempre.

La Poesía llega con su apostura fría,
cínica,
inmisericorde...
como un soldado terrible,
como un sayón, como un sargento encargado del cacheo y del desahucio,
como un oficial eclesiástico de la Inquisición,
como el escribano con su mazo de infolios donde se va
a escribir el inventario de todo lo que se esconde bajo el sótano,
como el confesor con su saco blindado donde se van a meter
los crímenes,
las herejías,
los ídolos falsos,
las lámparas votivas alimentadas con alquitrán.

La Poesía llega.
Viene porque la he llamado yo.
Viene a confesarme y registrarme.

Un hombre cualquiera puede ser el poeta:
el publicano que no sabe rezar...
también el publicano...
cualquier publicano..., el último publicano.
Porque también el corazón de los inconsiderados
entenderá la sabiduría...
y la lengua de los balbucientes
hablará clara y expedita.
Y el poeta es el hombre que llama a la poesía sin miedo.

Al gran sayón..., al viejo sayón inmisericorde,
y le dice cuando llega a su puerta: Entra,
Quiero saber dónde vivo.
¡Hay tantas sombras,
tantas telarañas
y tantos fantasmas aquí dentro!
Entra.
Tú eres la Poesía... la Verdad y la Luz
¿No es así?
La que abre las ventanas
y rompe los goznes de las puertas...
¿No es así?
La que ahuyenta el trote de las ratas
y apaga el ruido espectral de la polilla en la madera.
¿No es así?
La que barre cortezas caídas y los vidrios quebrados
que se amontonan en los rincones tenebrosos...
¿No es así?
La que encuentra los grandes versos perdidos y los
grandes sueños que en la revuelta de las pesadillas
se escondieron entre las circunvoluciones del colchón...
¿No es así?
La que encuentra también el cardiograma olvidado entre
los folios del viejo libro polvoriento, el cardiograma
donde se registran los golpes del fantasma apócrifo y
los del ángel del destino...
¿No es así?
La que sabe dónde está la soga que una noche amarré
de la viga más recia...
¿No es así?
La que viene a apretar y a exprimir la vejiga de las
lágrimas hasta la última gota de sangre y de leche...
¿No es así?
La que viene a tapiar con ladrillos de fuego el cuarto
donde la lujuria y el sexo envenenado guardan los
negros sueños espantosos...
¿No es así?
Tienes una llave, ¿verdad?
y una piqueta... y un hacha...
y una mecha encendida
y una escoba
y unos ojos sin párpados...
¿No es así?
Tú eres... ¡tú eres!
A ti te he llamado.
No eres la hermosa doncella vestida de blanco
y con una ramita de laurel
para el bonete del juglar.
Eres dura, seca... y fea... fea
como la verdad para el criminal... para mi.
Yo soy un criminal...
un criminal... como cualquier hombre de la tierra,
un criminal... como cualquier ciudadano del mundo.
Soy el gran criminal vestido de hollín y de betún
que loco y fugitivo recorre este planeta apagado y tenebroso.
Lo confesaré todo:
He asesinado a la Belleza
y he apuñalado a la Alegría...
He ahogado a la estrella
y he arrojado la lámpara al pantano.
¡Mirad mis manos chorreando sombras!
¡Mirad estas manos de carbón llenando de humo el aire
y apagando las últimas pupilas,
las luciérnagas, los faros y los astros.

¡Sálvame!... Quiero la Luz
¡Sálvame!... Quiero ver la luz... ¡Sálvame!
Te he llamado para que me salves.
Y te he llamado a ti...
no a la hermosa doncella vestida de blanco
con una ramita de laurel
para el bonete del juglar.
Te he llamado a ti... a ti... viejo sayón inmisericorde.
Y te he llamado para que luego de oírme
registres esta cueva,
abras las ventanas,
derribes las puertas,
barras las tinieblas,
quemes mis entrañas
y dejes entrar de nuevo en esta casa subterránea
en este cuerpo funeral...
la Alegría y la Belleza resurrectas,
como un río de luz sin presas y sin frenos.

León Felipe.

lunes, 29 de julio de 2019

Adiós a los campos.



No he de volver, amados cerros, elevadas montañas,
gráciles ríos fugitivos que sin adiós os vais.
Desde esta suma de piedra temerosa diviso el valle.
Lejos el sol poniente, hermoso y robusto todavía, colma de amarillo esplendor la cañada tranquila.
Y allá remota la llanura dorada donde verdea siempre el inmarchito día, muestra su plenitud
sin fatiga bajo un cielo completo.
¡Todo es hermoso y grande!
El mundo está sin límites.
Y solo mi ojo humano adivina allá lejos la linde,
fugitiva mas terca en sus espumas,
de un mar de día espléndido que de un fondo
de nácares tornasolado irrumpe.

Erguido en esta cima, montañas repetidas,
yo os contemplo, sangre de mi vivir que amasó vuestra piedra.
No soy distinto, y os amo. Inútilmente esas plumas
de los ligeros vientos pertinaces,
alas de cóndor o, en lo bajo,
diminutas alillas de graciosos jilgueros,
brillan al sol con suavidad: la piedra
por mí tranquila os habla, mariposas sin duelo.
Por mí la hierba tiembla hacia la altura, más celeste que el ave.

Y todo ese gemido de la tierra, ese grito que siento
propagándose loco de su raíz al fuego
de mi cuerpo, ilumina los aires,
no con palabras: vida, vida, llama, tortura,
o gloria soberana que sin saberlo escupo.

Aquí en esta montaña, quieto como la nube,
como la torva nube que aborrasca mi frente,
o dulce como el pájaro que en mi pupila escapa,
miro el inmenso día que inmensamente cede.
Oigo un rumor de foscas tempestades remotas
y penetro y distingo el vuelo tenue, en truenos,
de unas alas de polvo transparente que brillan.

Para mis labios quiero la piel terrible y dura
de ti, encina tremenda que solitaria abarcas
un firmamento verde de resonantes hojas.
Y aquí en mi boca quiero, pido amor, leve seda
de ti, rosa inviolada que como luz transcurres.

Sobre esta cima solitaria os miro,
campos que nunca volveréis por mis ojos.
Piedra del sol inmensa: entero mundo,
y el ruiseñor tan débil que en su borde lo hechiza.

Vicente Aleixandre.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...