viernes, 22 de diciembre de 2017
Un reloj.
Un reloj inteligente
mueve en el cielo sus brazos,
y sus dos flechas cautivas
descorren celajes blancos,
mostrando glorias posibles
alrededor de sus ángulos.
Velocidades de hélices
enturbian el centro opaco
pero claridades lentas,
en los bordes del horario,
constelaciones y números
marcan de mi tiempo el paso.
Manuel Altolaguirre.
jueves, 21 de diciembre de 2017
La voz a ti debida. Versos 1385 a 1406.
La forma de querer tú
es dejarme que te quiera.
El sí con que te me rindes
es el silencio.
Tus besos son ofrecerme los labios
para que los bese yo.
Jamás palabras, abrazos,
me dirán que tú existías,
que me quisiste: jamás.
Me lo dicen hojas blancas,
mapas, augurios, teléfonos;
tú, no.
Y estoy abrazado a ti
sin preguntarte, de miedo
a que no sea verdad
que tú vives y me quieres.
Y estoy abrazado a ti
sin mirar y sin tocarte.
No vaya a ser que descubra
con preguntas, con caricias,
esa soledad inmensa
de quererte sólo yo.
Pedro Salinas.
miércoles, 20 de diciembre de 2017
Variación final. Salvación por la luz.
Los que ya no te ven sueñan en verte
desde sus soterrados soñaderos,
-lindes de tierra por los cuatro lados,
cuna del esqueleto-,
Sed tienen, no en las bocas, ni de agua;
sed de visiones, esas que tu cielo
proyecta -azules tenues- en su frente,
y tú realizas en azul perfecto.
Este afán de mirar es más que mío.
Callado empuje, se le siente, ajeno,
subir desde tinieblas seculares.
Viene a asomarse a estos ojos con los que miro.
¡Qué sinfín de muertos que te vieron
me piden la mirada, para verte!
Al cedérsela gano:
soy mucho más cuando me quiero menos.
Que estos ojos les valgan a los pobres de luz.
No soy su dueño.
¿Por cuánto tiempo -herencia- me los fían?
¿Son más que un miradero
que un cuerpo de hoy ofrece a almas de antes?
Siento a mis padres, siento que su empeño de no cegar jamás,
es lo que bautizaron con mi nombre.
Soy yo. Y ahora no ven, pero les quedo
para salvar su sombra de la sombra.
Que por mis ojos, suyos, miren ellos;
y todos mis hermanos anteriores,
sepultos por los siglos,
ciegos de muerte: vista les devuelvo.
¡En este hoy mío, cuánto ayer se vive!
Ya somos todos unos en mis ojos,
poblados de antiquísimos regresos.
¡Qué paz, así! Saber que son los hombres,
un mirar que te mira,
con ojos siempre abiertos,
velándote: si un alma se les marcha
nuevas almas acuden a sus cercos.
Ahora, aquí, frente a ti, todo arrobado,
aprendo lo que soy: soy un momento
de esa larga mirada que te ojea,
desde ayer, desde hoy, desde mañana,
paralela del tiempo.
En mis ojos, los últimos,
arde intacto el afán de los primeros,
herencia inagotable, afán sin término,
Posado en mí está ahora; va de paso.
Cuando de mí se vuele, allá en mis hijos
-la rama temblorosa que le tiendo-
hará posada. Y en sus ojos, míos,
ya nunca aquí, y aquí, seguiré viéndote.
Una mirada queda, si pasamos.
¡Que ella, la fidelísima, contemple
tu perdurar, oh Contemplado eterno!
Por venir a mirarla, día a día,
embeleso a embeleso,
tal vez tu eternidad,
vuelta luz, por los ojos se nos entre.
Y de tanto mirarte, nos salvemos.
Pedro Salinas.
martes, 19 de diciembre de 2017
El hombre.
Mide la sal nuestro gusto,
mide el temblor nuestra oreja,
mide el calor nuestra mano,
miden mis ojos tu ausencia.
Eso es ser hombre: medir.
¿Para quién toda esta cuenta de distancias?
¿Para quién esta división de fechas?
Manuel Altolaguirre.
lunes, 18 de diciembre de 2017
Ausencia del amante.
He vuelto por el camino sin yerba.
Voy al río en busca de mi sombra.
Qué soledad sellada de luna fría.
Qué soledad de agua sin sirenas rojas.
Qué soledad de pinos ácidos, errantes...
Voy a recoger mis ojos
abandonados en la orilla.
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