viernes, 21 de diciembre de 2018
Invierno.
Vamos, callados, por el parque frío,
que la niebla hace ignoto, inmenso, estraño.
¡Qué solo todo ¡ay! y nosotros dos!
-Silencio. Ceguedad. Silencio.-
De pronto, el sol difuso
-¡oh, dónde estaba el sol!-
de un azul instantáneo de ocaso,
nos da a todo -¡qué ardiente confusión!-
la espectral compañía de la sombra.
Juan Ramón Jiménez.
jueves, 20 de diciembre de 2018
Fábula que no duele.
Al encontrarse el pájaro con la flor se saludaron
con el antiguo perfume que no es pluma,
pero que sonríe en redondo, con el alivio blanco
para el cansancio del camino.
Echaron de menos al pez, al entero pez de lata
que tan graciosamente bordaba preguntas,
enhebrándose en todos los cantos,
dejándolos colgados de guirnaldas,
mientras la rosa abierta crecía
hasta hacerse más grande que su alma.
Estaba tan alto el cielo que no hubieran llegado
los suspiros, así es que optaron por amarse en silencio.
Tienes una cadencia tan fina, que ensordecen los pétalos
de doloroso esfuerzo para conservar sus colores.
Tienes tú, en cambio, un color en los ojos,
que la luz no me duele, a pesar del cariño tan tierno
con que tus dedos vuelan por el perfume.
Ámame. Ámame.
El pájaro sonreía ocultando la gracia de su pico,
con todas las palpitaciones temblando en las puntas de sus alas.
Flor, flor, flor. Tu caramelo agreste es la reina
de las hadas que olvida su túnica, para envolver con su desnudez
la armoniosa música de los troncos pulsados.
Flor, recórreme con tu escala de sonrisa, llegando al rojo, al amarillo,
al decisivo -sí- que emerge su delgadez cimera,
sintiendo en su cúspide la esbelta savia olvidadiza del barro
que le sube por la garganta.
Canta, pájaro sin fuego que tienes de nieve las puntas de tus dedos
para marcar la piel con tu ardiente guitarra breve,
que hormiguea en los ojos para las primeras lágrimas de la niñez.
Si cantas te prometo que la noche se hará de repente pecho, suspiro,
cadencia de los dientes que recuerden en la sonrisa la luz que no dañaba,
pero que iluminaba la frente, sospechando el desvestido ardiente.
Si cantas te prometo la castidad final, una imagen del monte último
donde se quema la cruz de la memoria contra el cielo,
que aprieta en sus convulsiones el perdón de las culpas
que no se pronunciaron, que latían bajo la tierra.
¡Flor, flor, flor, aparenta una sequedad que no posees!
Cúbrete de hojas duras, que se vuelven mintiendo
un desdén por la forma, mientras el aire cae comprendiendo
la inutilidad de su insistencia, abandonando sus alturas.
El ruiseñor en lo alto no parlamenta ya con la luna, sino que busca aguas, no espejos,
recogidas sombras donde ocultar el temblor de su ala, que no resiste, no,
el agudo resplandor que la ha traspasado.
La verdad es una sola. La verdad no es perdón, es evidencia,
es destino que ilumina las letras sin descarga,
de las que no se pueden apartar los ojos.
Al fin comprendes, cuando ya es tarde para salvar la vida a ese ruiseñor que agoniza.
Cuando la flor te ha dicho adiós, ultimando la postura de su corola
ante la indiferencia de tu frente encerrada.
Cuando el perfume te ha rondado sin que las yemas de los dedos acariciasen su altura,
que no ascendía más que a las rodillas.
Cuando tú solo eres un tronco mutilado donde tu pensamiento falta,
decapitado por el hacha de aquel suspiro tenue que te rozó sin que tú lo supieras.
Vicente Aleixandre.
miércoles, 19 de diciembre de 2018
Última muerte.
Marinero, marinero,
eras río, ya eres mar.
No sé a qué tono cantar
para ser más Verdadero;
que si al compás de tu muerte
nace la paz, sea más fuerte
mi dicha que mi pesar.
No sé si cantar tu muerte
o si la vida llorar.
Manuel Altolaguirre.
martes, 18 de diciembre de 2018
Como un ala negra.
Como un ala negra de aire
desprendida de hombro alto,
cuerpo de un muerto reflejo
en duras tierras ahogado,
la sombra quieta, tendida,
flota sobre el liso campo.
La nube, sombra en el viento
de la sombra, flor sin tallo,
de la amplia campana azul
adormecido badajo,
techo azul y suelo verde
tiene en la tarde de mayo.
Como una rama de almendro
el horizonte nublado.
La sombra quieta, tendida,
flota sobre el liso campo,
cuerpo de un muerto reflejo
en duras tierras ahogado.
Manuel Altolaguirre.
lunes, 17 de diciembre de 2018
El cielo que es azul. Redondez.
Restituido a su altura
Más cóncava, más unida,
Sin conversiones de nubes
Ni flotación de calina,
El firmamento derrama,
Ya invasor, una energía
Que llega de puro azul
Hasta las manos ariscas.
Tiende el puro azul, el duro,
Su redondez. ¡Bien cobija!
Y cabecean los chopos
En un islote de brisa
Que va infundiendo a la hoja
Movilidad, compañía,
Situadas, penetradas
Por el mismo azul de arriba.
Azul que es poder, azul
Abarcador de la vida,
Sacro azul irresistible:
Fatalidad de armonía.
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