viernes, 28 de diciembre de 2018

Cierro los ojos.


Cierro los ojos y el negror me advierte
Que no es negror, y alumbra unos destellos
Para darme a entender que sí son ellos
El fondo en algazara de la suerte,

Incógnita nocturna ya tan fuerte
Que consigue ante mí romper sus sellos
Y sacar del abismo los más bellos
Resplandores hostiles a la muerte.

Cierro los ojos. Y persiste un mundo
Grande que me deslumbra así, vacío
De su profundidad tumultuosa.

Mi certidumbre en la tiniebla fundo,
Tenebroso el relámpago es más mío,
En lo negro se yergue hasta una rosa.

Jorge Guillén.

jueves, 27 de diciembre de 2018

Cerrando los ojos.


Huyo del mal que me enoja
buscando el bien que me falta.
Más que las penas que tengo
me duelen las esperanzas.

Tempestades de deseos
contra los muros del alba
rompen sus olas. Me ciegan
los tumultos que levantan.

Nido en el mar. Cuna a flote.
La flor que lucha en el agua
me sostiene mar adentro
y mar afuera me lanza.

Cierro los ojos y miro
el tiempo interior que canta.

Manuel Altolaguirre.

miércoles, 26 de diciembre de 2018

Vida en el agua.


Quisiera que mi vida
se cayera en la muerte,
como este chorro alto de agua bella
en el agua tendida matinal;
ondulado, brillante, sensual, alegre,
con todo el mundo diluido en él,
en gracia nítida y feliz.

Juan Ramón Jiménez.

viernes, 21 de diciembre de 2018

Invierno.


Vamos, callados, por el parque frío,
que la niebla hace ignoto, inmenso, estraño.
¡Qué solo todo ¡ay! y nosotros dos!

         -Silencio. Ceguedad. Silencio.-

De pronto, el sol difuso
-¡oh, dónde estaba el sol!-
de un azul instantáneo de ocaso,
nos da a todo -¡qué ardiente confusión!-
la espectral compañía de la sombra.


Juan Ramón Jiménez.

jueves, 20 de diciembre de 2018

Fábula que no duele.


Al encontrarse el pájaro con la flor se saludaron
con el antiguo perfume que no es pluma,
pero que sonríe en redondo, con el alivio blanco
para el cansancio del camino.
Echaron de menos al pez, al entero pez de lata
que tan graciosamente bordaba preguntas,
enhebrándose en todos los cantos,
dejándolos colgados de guirnaldas,
mientras la rosa abierta crecía
hasta hacerse más grande que su alma.
Estaba tan alto el cielo que no hubieran llegado
los suspiros, así es que optaron por amarse en silencio.
Tienes una cadencia tan fina, que ensordecen los pétalos
de doloroso esfuerzo para conservar sus colores.
Tienes tú, en cambio, un color en los ojos,
que la luz no me duele, a pesar del cariño tan tierno
con que tus dedos vuelan por el perfume.
Ámame. Ámame.
El pájaro sonreía ocultando la gracia de su pico,
con todas las palpitaciones temblando en las puntas de sus alas.
Flor, flor, flor. Tu caramelo agreste es la reina
de las hadas que olvida su túnica, para envolver con su desnudez
la armoniosa música de los troncos pulsados.
Flor, recórreme con tu escala de sonrisa, llegando al rojo, al amarillo,
al decisivo -sí- que emerge su delgadez cimera,
sintiendo en su cúspide la esbelta savia olvidadiza del barro
que le sube por la garganta.
Canta, pájaro sin fuego que tienes de nieve las puntas de tus dedos
para marcar la piel con tu ardiente guitarra breve,
que hormiguea en los ojos para las primeras lágrimas de la niñez.
Si cantas te prometo que la noche se hará de repente pecho, suspiro,
cadencia de los dientes que recuerden en la sonrisa la luz que no dañaba,
pero que iluminaba la frente, sospechando el desvestido ardiente.
Si cantas te prometo la castidad final, una imagen del monte último
donde se quema la cruz de la memoria contra el cielo,
que aprieta en sus convulsiones el perdón de las culpas
que no se pronunciaron, que latían bajo la tierra.
¡Flor, flor, flor, aparenta una sequedad que no posees!
Cúbrete de hojas duras, que se vuelven mintiendo
un desdén por la forma, mientras el aire cae comprendiendo
 la inutilidad de su insistencia, abandonando sus alturas.
El ruiseñor en lo alto no parlamenta ya con la luna, sino que busca aguas, no espejos,
recogidas sombras donde ocultar el temblor de su ala, que no resiste, no,
el agudo resplandor que la ha traspasado.
La verdad es una sola. La verdad no es perdón, es evidencia,
es destino que ilumina las letras sin descarga,
de las que no se pueden apartar los ojos.
Al fin comprendes, cuando ya es tarde para salvar la vida a ese ruiseñor que agoniza.
Cuando la flor te ha dicho adiós, ultimando la postura de su corola
ante la indiferencia de tu frente encerrada.
Cuando el perfume te ha rondado sin que las yemas de los dedos acariciasen su altura,
que no ascendía más que a las rodillas.
Cuando tú solo eres un tronco mutilado donde tu pensamiento falta,
decapitado por el hacha de aquel suspiro tenue que te rozó sin que tú lo supieras.

Vicente Aleixandre.

miércoles, 19 de diciembre de 2018

Última muerte.


Marinero, marinero,
eras río, ya eres mar.
No sé a qué tono cantar
para ser más Verdadero;
que si al compás de tu muerte
nace la paz, sea más fuerte
mi dicha que mi pesar.
No sé si cantar tu muerte
o si la vida llorar.

Manuel Altolaguirre.

martes, 18 de diciembre de 2018

Como un ala negra.



Como un ala negra de aire
desprendida de hombro alto,
cuerpo de un muerto reflejo
en duras tierras ahogado,
la sombra quieta, tendida,
flota sobre el liso campo.

La nube, sombra en el viento
de la sombra, flor sin tallo,
de la amplia campana azul
adormecido badajo,
techo azul y suelo verde
tiene en la tarde de mayo.

Como una rama de almendro
el horizonte nublado.

La sombra quieta, tendida,
flota sobre el liso campo,
cuerpo de un muerto reflejo
en duras tierras ahogado.



Manuel Altolaguirre.

lunes, 17 de diciembre de 2018

El cielo que es azul. Redondez.



Restituido a su altura
Más cóncava, más unida,
Sin conversiones de nubes
Ni flotación de calina,
El firmamento derrama,
Ya invasor, una energía
Que llega de puro azul
Hasta las manos ariscas.
Tiende el puro azul, el duro,
Su redondez. ¡Bien cobija!
Y cabecean los chopos
En un islote de brisa
Que va infundiendo a la hoja
Movilidad, compañía,
Situadas, penetradas
Por el mismo azul de arriba.
Azul que es poder, azul
Abarcador de la vida,
Sacro azul irresistible:
Fatalidad de armonía.

Jorge Guillén.

viernes, 14 de diciembre de 2018

Cordón de Italia.


Desde el corro de unas niñas,
Aquel cordón de la Italia
Me dijo a mí: si te aliñas,
Prende en tu ojal una dalia.
¿Incoherencia, desliz?
Canción, canción tan feliz
Entre luz y libertad
De tardes por los menores
Jardines sin surtidores.
Coros de niñas: cantad.

Jorge Guillén.

jueves, 13 de diciembre de 2018

La sima.


A la orilla el abismo sin figura
ensordece mis voces.
No, no llamo a nadie.
Mis ojos no penetran sordamente esas sombras.
¡Oh el abisal silencio que me absorbe!
¿Quién llama? ¿Quién me pide mi vida?
Una vida sin amor solo ofrezco.
¿Qué tristes poderosos aullidos
deletrean mi humano nombre?
¿Quién me quiere en las sombras?
Heladas aguas crudas, pesadamente negras,
o un vapor, un aliento fuliginoso y largo.
¿Quién sois? No sois ojos hermosos fulgurando un deseo,
una pasión hondísima desde el fondo insondable;
no sois sed de mi vida, llama, lengua que alcanza
con su cúspide cierta mi desnudo anhelante.
Inmensa boca oscura, abismático enigma,
fondo del mundo, cierto torcedor de mi vida.

Vicente Aleixandre.

miércoles, 12 de diciembre de 2018

En el bosquecillo.


Así la vida es casi fácil.
La vida no es tan difícil.
Es día de fiesta, nos levantamos por la mañana,
y el mar está enfrente.
Pesada plata con luz, con lomo tranquilo.
A veces una barquilla resbala; apenas se mueve.
Y estamos los dos asomados.
¡Qué hermoso ese cielo!
Cielo grande, rendido, redondo, completo.
Cielo todo sobre las aguas.
Y salimos. Y la ciudad asciende, y arriba está verde.
Ah, tranquilo bosque donde a veces moramos.

Largo es el día en sus troncos.
Y allí la tarde de arriba adviene. Es la luz.
Tamizada entre los pinos, pura, fresquísima.
Toda la idealidad se presiente invisible,
más allá de las copas ligeras.
Pero a nosotros nos basta esta pasión serenada en bondad,
este alegrarse a la hora en que mirar el mar alejado que aguarda
es casi inocencia, es casi alegría continua que,
en un instante sin bordes, se diera.

Aquí en la eminencia, el bosquecillo, y allí abajo el mar desplegado,
el mar contenido, el mar en que tantas veces hemos bogado, sumos, en la mañana.
La tarde se cumple, y tú estás tendida, y yo veo las mariposas estivales,
los lentos gusanillos de colores, el diminuto insecto rojo que sube.
Por tu falda ruedan briznas, parecen rodar,
descolgándose para ello, los cánticos de los pájaros.
En tu dedo brilla una mota de sangre.
Pulcra coccinela que ha ido ascendiendo
y sobre tu uña un instante se queda y duda.
Elitros leves, finas alas interiores que sorprendentemente despliega.
Vuela y se aleja en el zumbido del bosque, puro, caliente.
Casi hubiera podido mirarla sobre tus ojos.
Punto dormido, punto encendido, allí como la vida toda, dulce en tus ojos.

Y luego bajamos.
Crujen las púas secas de los pinos bajo el pie claro.
Tarde encendida y clara. Tarde con humos.
Lejos el mar se calla.
Pesa, y aún brilla.

¿Oyes? Sí, allá la ciudad parece lentamente encenderse, baja, sin ruido.
Y nosotros ya no nos vemos.
Ven. ¡Qué ligeros!
En tu talle, la vida misma.
Casi volamos.
Casi nos derrumbamos, corriendo,
desde aquel monte, rumbo a la gloria.
Rumbo al silencio puro de ti,
oh noche.

Vicente Aleixandre.

martes, 11 de diciembre de 2018

Fin.


La luna con un puñal
desgarró la piel del aire.
La tierra por esa herida
desbordó sus ríos sin sangre.
Ya no se escucha el latir
del corazón de los mares.
Sin alma quedó la tierra:
¡qué palidez en los árboles!
Hombres sedientos clamaban,
incendiando las ciudades.
Miles de muertes pequeñas
en aquella muerte grande.
Fin del mundo.
Otros planetas.
Nuevos ríos, nuevos mares,
almas nuevas encarnando
en las misteriosas márgenes.


Manuel Altolaguirre.

lunes, 10 de diciembre de 2018

Hombre solo.


¡Alegre y milagroso vencimiento
que das la libertad!...
Me fui, cantando, al campo verde.
Estaba el cielo blando,
saltona el agua y jugador el viento.

Niño puro otra vez, el pensamiento
se me iba en lo más íntimo ocultando,
del ignorado corazón.
Y andando, andando, se me abría el sentimiento...

¡Con qué encanto seguí las mariposas,
cómo cojí la malva del vallado,
y paré el agua con mi mano abierta!

Perdido en la alborada de las cosas,
el universo fui, resucitado
del corazón de la varona muerta.

  Juan Ramón Jiménez.

miércoles, 5 de diciembre de 2018

Equilibrio.


Es una maravilla respirar lo más claro.
Veo a través del aire la inocencia absoluta,
Y si la luz se posa como una paz sin peso,
El alma es quien gravita con creciente volumen.
Todo se rinde al ánimo de un sosiego imperioso.
A mis ojos tranquilos más blancura da el muro,
Entre esas rejas verdes lo diario es lo bello,
Sobre la mies la brisa como una forma ondula,
Hasta el silencio impone su limpidez concreta.
Todo me obliga a ser centro del equilibrio.


Jorge Guillén.

martes, 4 de diciembre de 2018

Noche cerrada.


Ah, triste, ah inmensamente triste
que en la noche oscurísima buscas ojos oscuros,
ve solo el terciopelo de la sombra
donde resbalan leves las silenciosas aves.
Apenas si una pluma espectral rozará tu frente,
como un presagio del vacío inmediato.
Inmensamente triste tú miras
la impenetrable sombra en que respiras.
Álzala con tu pecho penoso; un oleaje
de negror invencible, como columna altísima
gravita en el esclavo corazón oprimido.
Ah, cuán hermosas allá arriba en los cielos
sobre la columnaria noche arden las luces,
los libertados luceros que ligeros circulan,
mientras tú los sostienes con tu pequeño pecho,
donde un árbol de piedra nocturna te somete.

Vicente Aleixandre.

lunes, 3 de diciembre de 2018

Las barcas. Playa.


Las barcas de dos en dos,
como sandalias del viento
puestas a secar al sol.

Yo y mi sombra, ángulo recto.
Yo y mi sombra, libro abierto.

Sobre la arena tendido
como despojo del mar
se encuentra un niño dormido.

Yo y mi sombra, ángulo recto.
Yo y mi sombra, libro abierto.

Y más allá, pescadores
tirando de las maromas
amarillas y salobres.

Yo y mi sombra, ángulo recto.
Yo y mi sombra, libro abierto.

Manuel Altolaguirre.

viernes, 30 de noviembre de 2018

Canción.


No morirá tu voz, tu voz, tu voz, tu voz...
Tu voz seguirá siempre resonando
-ceniza tú en la tierra de la vida-,
tu voz seguirá siempre resonando
-tu voz, tu voz, tu voz, tu voz-
por la bóveda inmensa de la noche,
tu voz seguirá siempre resonando
por la bóveda inmensa de mi alma,
-tu voz, tu voz, tu voz, tu voz, tu voz-,
con ecos májicos de estrellas...


Juan Ramón Jiménez.

jueves, 29 de noviembre de 2018

En el alba.


Hallazgo en las sombras:
luz de la mañana
entre las riberas de la noche.
Baja y la encontrarás entre guijas francas,
dando luz al sesgo
sobre la montaña de perfil.
¡Si vieras qué nube mandaba
cernidos envíos de locura clara
sobre mi cabeza!
Prolongada capa de iris matinal
en arco colgaba de una cima;
lluvia fina la calaba.
El día, esa concha impura de nácar,
tras de ti se abría y de ella saltabas.
¿Oriental, difusa? Evidente, exacta.
Equilibrio firme de presencia.
Tácita rueda de la aurora
que rinde y acaba su giro.
Previsto término del alba.


Vicente Aleixandre.

miércoles, 28 de noviembre de 2018

Orilla vespertina. (Orleans, Massachussetts).


El mar en el sosiego de esta hora
De este retiro, casi una ensenada,
Se torna lago, lago de crepúsculo
Donde no insisten nunca los instantes
Del apenas azul ya gris,
Un gris rosado que se vuelve rosa
Con indicios de malva,
Malva sobre el sosiego
Lentamente más gris, menos azul
De esta orilla marina,
O fluvial, o lacustre.

Barcas, y solitarias,
Y pocas. No las mece el oleaje.
Con indolencia de final de día
Recogen la difusa ya paz,
Una paz de abandono
Sobre el gris de lass aguas
Laxitud, que es ya tregua,
La dulce laxitud
Del día bien cumplido
Con sus rosas el mar
Aspira a perfección, espera el sueño.

Jorge Guillén.

martes, 27 de noviembre de 2018

Luz paternal.


El placer pronto se olvida
aunque su semilla quede.
Tan sólo la pena
puede dar a luz sombras de vida.
Como quien abre una herida,
la semilla abre su tumbar
¡Luz paternal y profundar!
¡Oh noche, madre temida!


Manuel Altolaguirre.

lunes, 26 de noviembre de 2018

Laxitud.


La tarde gris y triste me agobia,
tengo sueño;
estiro lentamente mis dos brazos abiertos
que se prenden al aire;
quieren cazar el tiempo, aprisionarlo pronto,
robarle su secreto, deshacer bruscamente
sus límites estrechos.
Quiero llorar: no sé; quiero reír: no puedo.
Los deseos se estrellan contra la inexorable inercia
del silencio; sobre mi corazón rueda
grávido al peso de la existencia toda.
Al fin me desperezo.
Logro romper el cerco del malsano sopor,
pero apenas lo venzo ya me torna a invadir
quedamente su tedio.
Luego...
Ya no sé más; suspiro, me paseo,
exprimo el tormentoso lagar de mi cerebro,
destilo el elixir de su inquietud
en mi pecho...
Sujeto en mi memoria repite el pensamiento;
la tarde gris y triste me agobia,
¡tengo sueño!...

Ernestina de Champourcín.

viernes, 23 de noviembre de 2018

Hablaba de otro modo que nosotros todos


Hablaba de otro modo que nosotros todos,
de otras cosas, de aquí, mas nunca dichas
antes que las dijera.
Lo era todo:
...Naturaleza, amor y libro.

Como la aurora, siempre,
comenzaba de un modo no previsto,
¡tan distante de todo lo soñado!
Siempre, como las doce,
llegaba a su cenit, de una manera no sospechada,
¡tan distante de todo lo contado!
Como el ocaso, siempre,
se callaba de un modo inesperable,
¡tan distante de todo lo pensado!

¡Qué lejos, y qué cerca de mí su cuerpo!
Su alma,
¡qué lejos, y qué cerca de mí!

                ...Naturaleza, amor y libro.

Juan Ramón Jiménez.

jueves, 22 de noviembre de 2018

Del color de la nada.


Se han entrado ahora mismo una a una las luces del verano, sin que nadie sospeche el color de sus manos.
Cuando las almas quietas olvidaban la música callada, cuando la severidad de las cosas consistía en un frío
color de otro día. No se reconocían los ojos equidistantes,
ni los pechos se henchían con ansia de saberlo.
Todo estaba en el fondo del aire con la misma serenidad con que las muchachas vestidas andan tendidas por el suelo imitando graciosamente al arroyo. Pero nadie moja su piel, porque todos saben que el sol da notas al.tas, tan altas que los corazones se hacen cárdenos y los labios de oro, y los bordes de los vestidos florecen todos de florecillas moradas. En las coyunturas de los brazos duelen unos niños pequeños como yemas. Y hay quien llora lágrimas del color de la ira. Pero solo por equivocación, porque lo que hay que llorar son todas esas soñolientas caricias que al borde de los lagrimales esperan solo que la tarde caiga para rodar al estanque, al cielo de otro plomo que no nota las puntas de las manos por fina que la piel se haga al tacto, al amor que está invadiendo con la noche.

Pero todos callaban. Sentados como siempre en el límite de las sillas, húmedas las paredes y prontas a secarse tan pronto como sonase la voz del zapato más antiguo, las cabezas todas vacilaban entre las ondas de azúcar, de viento, de pájaros invisibles que estaban saliendo de los oídos virginales. De todos aquellos seres de palo. Quería existir un denso crecimiento de nadas palpitantes, y el ritmo de la sangre golpeaba sobre la ventana pidiendo al azul del cielo un rompimiento de esperanza. Las mujeres de encaje yacían en sus asientos, despedidas de su forma primera. Y se ignoraba todo, hasta el número de los senos ausentes. Pero los hombres no cantaban. Inútil que cabezas de níquel brillasen a cuatro metros sobre el suelo, sin alas, animando con sus miradas de ácidos el muerto calor de las lenguas insensibles. Inútil que los maniquíes derramados ofreciesen, ellos, su desnudez al aire circundante, ávido de sus respuestas. Los hombres no sabían cuándo acabaría el mundo. Ni siquiera conocían el área de su cuarto, ni tan siquiera si sus dedos servirían para hacer el signo de la cruz. Se iban ahogando las paredes. Se veía venir el minuto en que los ojos, salidos de su esfera, acabarían brillando como puntos de dolor, con peligro de atravesarse en las gargantas. Se adivinaba la certidumbre de que las montañas acabarían reuniéndose fatalmente, sin que pudieran impedirlo las manos de todos los niños de la tierra. El día en que se aplastaría la existencia como un huevo vacío que acabamos de sacarnos de la boca, ante el estupor de las aves pasajeras.

Ni un grito. Ni una lluvia de ceniza. Ni tan solo un dedo de Dios para saber que está frío.
La nada es un cuento de infancia que se pone blanco cuando le falta el respiro.
Cuando ha llegado el instante de comprender que la sangre no existe.
Que si me abro una vena puedo escribir con su tiza parada: En los bolsillos vacíos
no pretendáis encontrar un silencio.

Vicente Aleixandre.

miércoles, 21 de noviembre de 2018

Lo invisible. Brindis.



A Pedro Salinas

Deja el vino en la mesa. Mira cómo
un nuevo invierno de honda lejanía
-leñas y nubes, sequedad y frío-
insondable y fantástico aparece.
Bebamos más. Que nuestras almas sean,
de cenizas y tul, las que separen
la infinita maraña de la muerte.
Que entren en el invierno de la espina,
que las telas de araña se desgarren,
que el humo blanco y quieto se divida.
Nuestra carne desierta sea olvidada
y se pudra insensible, porque estemos
en los grises castigos para siempre.
Bebe, que el aire es ciego. Bebe y mira
el hondo y crudo invierno dilatarse,
a sus nubladas luces sometido.

Condenado me entierro.
Mi futuro un invierno insondable, seco y frío.

Manuel Altolaguirre.

martes, 20 de noviembre de 2018

Razón de amor Versos (343 a 416)


¡Sensación de retorno!
Pero ¿de dónde, dónde?
Allí estuvimos, sí, juntos.
Para encontrarnos este día tan claro
las presencias de siempre no bastaban.
Los besos se quedaban a medio vivir de sus destinos:
no sabían volar de su ser en las bocas
hacia su pleno más.
Mi mirada, mirándote, sentía paraísos
guardados más allá, virginales jardines de ti,
donde con esta luz de que disponíamos
no se podía entrar.
Por eso nos marchamos.
Se deshizo el abrazo, se apartaron Ios ojos,
dejaron de mirarse para buscar el mundo
donde nos encontráramos.
Y ha sido allí, sí, allí.
Nos hemos encontrado allí.
¿Cómo, el encuentro?


¿Fue como beso o llanto?
¿Nos hallamos  con las manos,
buscándonos  a tientas, con los gritos,
clamando; con las bocas que el vacío besaban?
¿Fue un choque de materia  y materia,
combate  de pecho contra pecho,
que a fuerza de contactos se convirtió en victoria
gozosa de los dos, en prodigioso pacto
de tu ser con mi ser enteros?
¿O tan sencillo fue, tan sin esfuerzo,
como una luz que se encuentra
con otra luz, y queda iluminado el mundo,
sin que nada se toque?
Ninguno lo sabemos.
Ni el dónde. Aquí, en las manos,
como las cicatrices, allí, dentro del alma,
como un alma del alma, pervive el prodigioso
saber que nos hallamos, y que su dónde está
para siempre cerrado.
Ha sido tan hermoso que no sufre memoria,
como sufren las fechas, los nombres o las líneas.
Nada en ese milagro podría ser recuerdo:
porque el recuerdo es la pena de sí mismo,
el dolor del tamaño, del tiempo,
y todo fue eternidad: relámpago.
Si quieres recordarlo no sirve el recordar.
Sólo vale vivir de cara hacia ese dónde,
queriéndolo, buscándolo.

Pedro Salinas.

lunes, 19 de noviembre de 2018

Ese mar.


Ese mar, amarillo, ácido,
en donde un solo barco de bambú ofrece,
al coro de las islas invitadas
mercancías y en donde son bordados,
no con vida, peces y nadadores,
vio aquel día al sol astado con doce rayos gruesos,
prohibiendo enérgico a las aves
sus torpes vuelos femeninos.

Manuel Altolaguirre.

viernes, 16 de noviembre de 2018

Siempre.


Estoy solo.
Las ondas; playa, escúchame.
De frente los delfines o la espada.
La certeza de siempre, los no-límites.
Esta tierna cabeza no amarilla,
esta piedra de carne que solloza.
Arena, arena, tu clamor es mío.
Por mi sombra no existes como seno,
no finjas que las velas, que la brisa,
que un aquilón, un viento furibundo
va a empujar tu sonrisa hasta la espuma,
robándole a la sangre sus navíos.

Amor, amor, detén tu planta impura.

Vicente Aleixandre.

jueves, 15 de noviembre de 2018

La memoria quisiera.


La memoria quisiera con sus redes
Salvarnos eso que se nos escapa,
Casi deshecho por continua zapa,
Abismo abajo, pútridas paredes.

Todo se descompone. Tú no puedes,
Memoria infiel, guardar tras esa capa
De mendigo tus joyas, y en un mapa
De remiendos concluyen tus mercedes.

Algo flota, por fin, contra el olvido
Que sin cesar rehace su marea
Con su reiteración de rollo lento.

En la orilla se yergue un conmovido
Náufrago de alta mar. Dice, jadea,
Algo evoca su voz. Si fue, ya es cuento.

Jorge Guillén.

martes, 13 de noviembre de 2018

Variación XI. El Poeta.


Hoy te he visto amanecer tan serenamente espejo,
tan liso de bienestar, tan acorde con tu techo,
como si estuvieses ya en tu sumo, en lo perfecto.
A tal azul alcanzaste que te llenan de aleteos
ángeles equivocados.
Y el cielo, el que te han puesto los siglos
desde el día que naciste por cotidiano maestro,
y te da lección de auroras, de primaveras, de inviernos,
de pájaros -con las sombras que te presta de sus vuelos-,
al verte tan celestial es feliz: otra vez
sois inseparables iguales, como erais a lo primero.

Pero tú nunca te quedas arrobado en lo que has hecho;
apenas lo hiciste y ya te vuelves a lo hacedero.
¿No es esta mañana, henchida de su hermosura,
el extremo de ti mismo, la plenaria realización de tu sueño?

No. Subido en esta cima ves otro primor, más lejos:
te llama una mejoría desde tu posible inmenso.
El más que en el alma tienes nunca te deja estar quieto,
y te mueves como la tabla del pecho hay algo
que te lo pide desde adentro.
Por la piel azul te corren undosos presentimientos,
las finas plumas del aire ya te cubren de diseños,
en las puntas de las olas se te alumbran los intentos.
Ocurrencias son fugaces las chispas, los cabrilleos.
Curvas, más curvas, se inician, dibujantes de tu anhelo.
La luz, unidad del alba, se multiplica en destellos,
lo que fue calma es fervor de innúmeros espejeos
que sobre la faz del agua anuncian tu encendimiento.
Una agitación creciente, un festivo clamoreo
de relumbres, de fulgores proclaman que estás queriendo;
no era aquella paz la última, en su regazo algo nuevo
has pensado, más hermoso
y ante la orilla del hombre ya te preparas a hacerlo.
De una perfección te escapas alegremente
a un proyecto de más perfección.
Las olas -más, más, más, más,-
van diciendo en la arena, monosílabas,
tu propósito al silencio.

Ya te pones a la obra, convocas a tus obreros:
acuden desde tu hondura, descienden del firmamento
-los horizontes los mandan- a servirte los deseos.
Luces, sombras, son; celajes, brisas, vientos; el cristal es,
es la espuma surtidora por el aire de arabescos,
son fugitivas centellas rebotando en sus reflejos.
Todo lo que mundo tiene el día lo va trayendo
y te acarrean las horas materiales sin estreno.
De las hojas de la orilla vienen verdes abrileños
y en el seno de las olas todavía son más tiernos.
Llegan tibias por los ríos las nieves de los roquedos.
Y hasta detrás de la luz, voladamente secretos aguardan,
por si los quieres, escuadrones de luceros.
En el gran taller del gozo a los espacios abierto,
feliz, de idea en idea, de cresta en cresta corriendo,
tan blanco como la espuma trabaja tu pensamiento.
Con estrías de luz haces maravillosos bosquejos,
deslumbradores rutilan por el agua tus inventos.
Cada vez tu obra se acerca ola a ola,
más y más a sus modelos.
¡Qué gozoso es tu quehacer, qué apariencias de festejo!
Resplandeciente el afán, alegrísimo el esfuerzo,
la lucha no se te nota.
Velando está en puro juego ese ardoroso
buscar la plenitud del acierto.
¡El acierto! ¿Vendrá? ¡Sí!
La fe te lo está trayendo con que tú lo buscas. Sí.
Vendrá cuando al universo se le aclare la razón
final de tu movimiento: no moverse,
mediodía sin tarde, la luz en paz,
renuncia del tiempo al tiempo.
La plena consumación -al amor, igual, igual-
de tanto ardor en sosiego.

Pedro Salinas.

lunes, 12 de noviembre de 2018

Homenaje a Julio Herrera y Reissig.


Para entrar en tu ausencia,
en esa construcción de tu vacío,
tus palabras mayores
-muerte, amor-
son las puertas que invitan.
En el dintel de fuego,
antes de penetrarte,
vi el estuco aparente,
tus mostachos oníricos,
tus amigos de escuela;
pórtico con melenas
como infinita fuente de violetas,
de pensamientos y de nomeolvides;
cauda que serpentea
sobre desnudos armoniosos.
Penetré en tu museo
de tarjetas postales,
en tu salón o torre,
por esa doble puerta,
por tu amor, por tu muerte,
palabras como fauces.

Manuel Altolaguirre.

jueves, 8 de noviembre de 2018

Viviendo.


La ciudad se dirige hacia las brumas
Que son nuestro horizonte en los suburbios
Plomizos, humeantes bajo nubes
Que el sol poniente alarga desgarradas
Por colores apenas violentos,
Verdoso violado enrojecido.
Engrandece el crepúsculo.

Amable, la avenida
Nos expone planeta humanizado,
Nos arroja tesoros a los ojos,
Nos sume en apogeos.
Y los ruidos se juntan, se atenúan:
Murmurada amalgama pendiente.

Irrumpe una estridencia.
Atroz motor minúsculo trepida
...Y otra vez se reanuda el vago coro,
Favorecido por la media voz
De calles a cielos abocadas.

Bajo los rojos últimos
En grises, verdes, malvas diluidos,
Siento mías las luces
Que la ciudad comienza a proyectarme.
Mucha imaginación lo envuelve todo,
Y esta máquina enorme bien nos alza,
Inseparable ya de nuestras horas
Y de nuestros destinos.
Gran avenida -donde estoy- fulgura.

Todo avanza brillando,
Tictac
De instante sobre instante.
Con él yo me deslizo,
Gozo, pierdo. ¿Me pierdo?

Ternura, de repente, por sorpresa me invade.
Una ternura funde en una sola
Sombra del corazón la ciudad, mi paseo.
Me conmueve, directa revelándose,
Común sabiduría...
Moriré en un minuto sin escándalo,
Al orden más correcto sometido,
Mientras circula todo por sus órbitas,
Raíles, avenidas.
Sin saberse fugaces,
Los coches me escoltan con sus prisas,
Me empujan, y sin querer me iré
Desde estos cotidianos enredos
-Entre asperezas y benevolencias-
Hasta ese corte que con todo acaba.
¡Telón! Un desenlace no implicado
Quizá por la aventura precedente:
Afán, quehacer, conflicto no resuelto.

Pero ya la cabeza de sienes reflexivas
Reconoce la lógica más triste.
Voy lejos. Me resigno. Yo no sé...
Y el tránsito final
-Sobre un rumor de ruedas- ya me duele.

Está el día en la noche
Con latido de tráfico.
El cielo, más remoto, va esfumándose.
Esa terraza de café, más íntima,
Infunde su concordia al aire libre.

Cruzo por un vivir
Que por ser tan mortal ahincadamente
Se me abraza a mi cuerpo,
A esta respiración en que se aúnan
Mi espíritu y el mundo.

Mundo cruel y crimen,
Guerra, lo informe y falso, disparates...
No importa. Impuro y todo unido,
Apenas divisible,
Me retiene el vivir: soy criatura.
Acepto mi condición humana.
Merced a beneficios sobrehumanos
En ella me acomodo.
El mundo es más que el hombre.

Así voy por caminos y por calles,
Tal vez errando entre dos nadas,
Vagabundo interpuesto.

Me lleva la avenida
Con esta multitud en qué se agrupan
El pregón, el anuncio, la persona,
Quiebros de luces roces de palabras:
Caudal de una ansiedad.
Por ella
Logro mi ser terrestre, aéreo,
Pasaje entre dos nubes,
Conciencia de relámpago.

Jorge Guillén.

miércoles, 7 de noviembre de 2018

La voz a ti debida. (Versos 285 a 309)


¿Por qué tienes nombre tú,
día, miércoles?
¿Por qué tienes nombre tú,
tiempo, otoño?
Alegría, pena, siempre
¿por qué tenéis nombre: amor?

Si tú no tuvieras nombre,
yo no sabría qué era
ni cómo, ni cuándo. Nada.

¿Sabe el mar cómo se llama,
que es el mar? ¿Saben los vientos
sus apellidos, del Sur y del Norte,
por encima del puro soplo que son?

Si tú no tuvieras nombre,
todo sería primero,
inicial, todo inventado por mí,
intacto hasta el beso mío.
Gozo, amor: delicia lenta de gozar,
de amar, sin nombre.

Nombre: ¡qué puñal clavado
en medio de un pecho cándido
que sería nuestro siempre
si no fuese por su nombre!

Pedro Salinas.

martes, 6 de noviembre de 2018

Elegía a Federico García Lorca.


Me olvido de vivir si te recuerdo,
me reconozco polvo de la tierra
y te incorporo a mí, como lo hace
la parte más cercana de tu tumba,
esa tierra insensible que suplanta
el amoroso afán de tus amigos.

Acabada tu vida, permanece
con su total contorno dibujado:
no hay puerta que te lleve a lo futuro.

El árbol de tu nombre ha florecido
en una incalculable primavera.

La muerte es perfección, acabamiento.
Sólo los muertos pueden ser nombrados.
Los que vivimos no tenemos nombre.

Los míticos honderos de la fama
tiran los cantos de tu nombre al mundo
y el lago de la vida abre sus ojos
con párpados de vidrio interminables:
No hay montaña, no hay cielo, no hay llanura,
que en círculos concéntricos no agrande
el eco de tu nombre esclarecido.

No es dolor fraternal, no es pena humana,
es parte, mi pesar, del sentimiento
que hace de las estrellas pensativas
flores sobre la noche que te cubre.

Te escribo estas palabras separado
del cotidiano sueño de mi vida,
desde un astro lejano en donde sufro
tu irreparable pérdida llorando.

Manuel Altolaguirre.

lunes, 5 de noviembre de 2018

No hay consejo posible.


Fuera lógico, amigo, que al final de la vida
pudiéramos legar una norma o un consejo,
práctico, de moral o de táctica alegre;
algo para vivir con dignidad y gusto.

Porque mi angustia es ver con entera evidencia
que la vida es más grande, más llena de posibles,
más honda, más extensa, más íntima y sensual
que la tocada en suerte a cada ser humano.

Pero, amigo, no hay lógica. La experiencia no sirve.
Cada momento es nuevo hasta el rato final.
Todo cambia al contacto de nuevas convergencias.

Por eso los abuelos decían -Ya veremos...
Ya veremos qué día se presenta mañana».
Y es que cada minuto viene en combinaciones.


José Moreno Villa.

viernes, 2 de noviembre de 2018

Pan.


En el pan de tanta miga
-apretadamente suave-
a más sol de julio sabe,
dorada quietud de espiga,
la corteza. Siga, siga
variando el atractivo
del festín. Está cautivo
mi gusto. Bien lo acompaña
-Esencia que fuese entraña-
el pan, el pan sustantivo.

Jorge Guillén.

miércoles, 31 de octubre de 2018

Rostro final.


La decadencia añade verdad, pero no halaga.
Ah, la vicisitud  no se cancelará,
pues todo es el tiempo.
Más sí su doloroso error, su poso triste.
Más bien su torva imagen.
su residuo imprimido: allí el horror sin máscara.
Pues no es el viejo la máscara sino otra desnudez impúdica;
más allá de la piel se está asomando, sin dignidad.
Desorden: no es un rostro el que vemos.
Por eso, cuando el viejo exhibe su hilarante visión
se ve entre rejas, degradado el recuerdo de algún vivir,
 y asoma la afilada nariz, comida o roída, el pelo quedo,
estopa, la gota turbia que hace el ojo,
y el hueco o sima donde estuvo la boca y falta.
Allí una herida seca aún se abre y remeda algún son: un fuelle triste.
Con garfios cogidos a los hierros, mascullándose
sonidos rotos por unos dientes grandes, amarillos,
que de otra especie son, si existen.
Ya no humanos.
Allí tras ese rostro un grito queda,
un alarido suspenso, la gesticulación sin tiempo...
Y allí entre hierros vemos la mentira final.
La ya no vida.

Vicente Aleixandre.

martes, 30 de octubre de 2018

Lo invisible. No me has querido.



No me has querido y huyes por tus años,
dejándome el recuerdo permanente
de una durable juventud perfecta.
Otros verán tu vida deshacerse.
Yo conservaré siempre en mi memoria
lo que mis ojos no tendrán en suerte.
Dejarás de ser tú aunque no mueras;
aunque no vivas te tendré en mi frente.
Siempre joven serás en mi recuerdo.
Esto gané, mi vida, con perderte.


Manuel Altolaguirre.

lunes, 29 de octubre de 2018

Orilla vespertina.


El mar en el sosiego de esta hora
De este retiro, casi una ensenada,
Se torna lago, lago de crepúsculo
Donde no insisten nunca los instantes
Del apenas azul
Ya gris,
Un gris rosado que se vuelve rosa
Con indicios de malva,
Malva sobre el sosiego
Lentamente más gris, menos azul
De esta orilla marina,
O fluvial, o lacustre.
Barcas, y solitarias,
Y pocas. No las mece el oleaje.
Con indolencia de final de día
Recogen la difusa
Ya paz,
Una paz de abandono
Sobre el gris de las aguas
Laxitud, que es ya tregua,
La dulce laxitud
Del día bien cumplido
Con sus rosas el mar
Aspira a perfección, espera el sueño.

Jorge Guillén.

viernes, 26 de octubre de 2018

Variación XIII. Presagio.


Esta tarde, frente a ti,
en los ojos siento algo
que te mira y no soy yo.
¡Qué antigua es esta mirada,
en mi presente mirando!
Hay algo, en mi cuerpo, otro.
Viene de un tiempo lejano.
Es una querencia, un ansia
de volver a ver, a verte,
de seguirte contemplando.
Como la mía, y no mía.
Me reconozco y la extraño.
¿Vivo en ella, o ella en mí?
Poseído voluntario
de esta fuerza que me invade,
mayor soy, porque me siento
yo mismo, y enajenado.

Pedro Salinas.

jueves, 25 de octubre de 2018

La lluvia.


La cintura no es rosa.
No es ave.
No son plumas.
La cintura es la lluvia,
fragilidad, gemido que a ti se entrega.
Ciñe, mortal, tú con tu brazo
un agua dulce, queja de amor.
Estrecha, estréchala.
Toda la lluvia un junco parece.
¡Cómo ondula, si hay viento,
si hay tu brazo, mortal que, hoy sí, la adoras!

Vicente Aleixandre.

miércoles, 24 de octubre de 2018

Llanura. Detenido.


Detenido en el interno
laberinto del ramaje.
Fieras en troncos mayores,
en menores tallos, aves.
Crujir de leña en el carnes.
Olor a varas cruzadas.
Prisión de miembros audaces.
¿Y cómo saldré, si solo
entré en estas soledades?

Blandos vuelos de colores
se levantan en el aire.
¿Amplias alas tendían sitios
con sus airosos plumajes.
Jugosas hojas tendidas
dan sus lechos tropicales.
Saltan fieras enjauladas
dentro de espeso ramaje.
¡Qué estrecho entre los dos troncos
he de pasar aplastándome!

¡Cuántos caminos difíciles
hasta lograr libertarme
y brotar de este horizonte
a la llanura distante,
amarilla plana extensa
bajo la azul de su aire,
donde están potros desnudos
copiando nubes salvajes!

Giros, trotes y descansos.
Fugas de cuerpos brillantes.
Nuevo caminar cruzando
viento convertido en carne
sin esqueleto ni venas:
completa ausencia de árboles.

Manuel Altolaguirre.

martes, 23 de octubre de 2018

Paseo. La llanura azul.


A Alfonso Reyes

No bajo montes de tierra
sino que escalo simas de aire.
Lo más hondo del barranco
es cumbre de estos cristales.

¡Cuánto me pesa la oscura
firme tierra impenetrable!
Rozando duras tinieblas
voy pisando claridades.

No veo las ramas hundidas,
enterradas, de los árboles,
sino las verdes raíces
airosas, primaverales.

Ángeles y nubes juegan
en la azul llanura grande.
Desde estas hondas alturas
miro los azules valles.

No bajo montes de tierra
sino que escalo simas de aire.

Manuel Altolaguirre.

lunes, 22 de octubre de 2018

Bella adrede.


Sobre el hombro solitario,
Tan ligero de tan, duro,
-Mira a la aurora en apuro.
Fuga del lirio precario-
Guarda luces de un acuario,
-Feria marina en el cielo-
Ardua para el fiel desvelo,
Galatea, bella adrede.
-Mira a la aurora.
Ya cede lirios al mar paralelo-.


Jorge Guillén.

viernes, 19 de octubre de 2018

Vete.


Mi sueño no tiene sitio
para que vivas. No hay sitio.
Todo es sueño. Te hundirías.

Vete a vivir a otra parte,
tú que estás viva. Si fueran
como hierro o como piedra
mis pensamientos, te quedarías.

Pero son fuego y son nubes,
lo que era el mundo al principio
cuando nadie en él vivía.

No puedes vivir.
No hay sitio.
Mis sueños te quemarían.

Manuel Altolaguirre.

jueves, 18 de octubre de 2018

Mar-Olvido.


El mar extiende un gris interrumpido
Por los profusos trémolos de espuma.
Tanta inquietud a tal vigor se suma
Que el mar rechaza su incesante olvido.

A través de la ola sucesiva
Se mantiene el rumor como un jadeo
Que resonando y resonando esquiva
La suave somnolencia sin deseo.

Por su cumbre la ola es verde y clara
Mientras va amoratándose el umbrío,
Balanceado valle, que no para
De volver a sentir su escalofrío.

Pero el gris se rehace, ya más llano,
Refiere su amplitud al horizonte,
Y a su color reduce aquel arcano
Que brega hacia una luz que lo remonte.

Y el oleaje se repite, suena
Como si fuese el mismo, soñoliento,
Monótono, rendido a su cadena,
De sí olvidado a cada movimiento.


Jorge Guillén.

miércoles, 17 de octubre de 2018

Cantad, pájaros.


Pájaros, las caricias de vuestras alas puras
no me podrán quitar la entristecida memoria.
¡Qué clara pasión de un labio
dice el gorjeo de vuestro pecho puro!
Cantad por mí, pájaros centelleantes
que en el ardiente bosque convocáis alegría
y ebrios de luz os alzáis como lenguas
hacia el azul que inspirado os adopta.
Cantad por mí, pájaros que nacéis cada día
y en vuestro grito expresáis la inocencia del mundo.
Cantad, cantad, y elevaos con el alma
que me arrancáis, y no vuelva a la tierra.

Vicente Aleixandre.

martes, 16 de octubre de 2018

Mar en brega.


Otra vez te contemplo, mar en brega
Sin pausa de oleaje ni de espuma,
Y otra vez tu espectáculo me abruma
Con esa valentía siempre ciega.

Bramas, y tu sentido se me niega,
Y ya ante el horizonte se me esfuma
Tu inmensidad, y en una paz o suma
De forma no termina tu refriega.

Corren los años, y tu azul, tu verde
Sucesivos persisten siempre mozos
A través de su innúmera mudanza.

Soy yo quien con el tiempo juega y pierde,
Náufrago casi entre los alborozos
De este oleaje en que mi vida avanza.

Jorge Guillén.

lunes, 15 de octubre de 2018

Sombra de abril.


Mi cuerpo vivo y casi lo conozco;
apenas percibir puedo su forma
y solo cuando cruza por mis sueños
siento, por su dolor, que en él habito.

No sé cómo se llama, ni he sabido
cuál es su nombre nunca, ni lo quiero:
su nombre ha de formarse en su memoria;
la memoria de mi, que nunca es mía.

Pero nacido estoy, casi ya viejo
después de tantos duros vendavales
y en él se afila entera mi ternura,
hoy por la guerra, al borde de la muerte,
igual que antes miedosa mi esperanza
se afilaba, al nacer, junto a mi vida.

¡Oh forma persistente que así enredas
mi pensamiento al giro de las horas!,
¿adonde has de llevar mi eterna lucha
que siempre has de encontrarme desolado?

Aún la sombra de abril a mí se acerca,
como otras veces, cuando niño, he visto
acercarse su ardor junto a mis nervios
a despertar su angustia por mi sangre.

Aún su amenaza inquieta mis sentidos,
como ayer inquietó mi triste infancia
entre fantasmas, sueños y amarguras
de mi primera edad desamparada...

Igualmente me muestra sus auroras
e idéntica ilusión por mí desgrana.
Abril, en guerra o paz, siempre me encuentras
desconocido en medio del combate,
junto a las hojas de mi muerte, trémulo,
aguardando su eterna flor desnudo:
si como un árbol, bajo mi arboleda;
si débil yerba, entre mi compañía,
pero igual en la vida de mi suerte.

Siempre, al llegar, ves que mi cuerpo
sigue la romántica forma de su ausencia,
que un desmedido afán le llama olvido.
Yo, siempre en mi dolor, sin conocerme.

¡Oh, primavera inquieta, que me ocultas,
lleno por tu ambición, mi propio cuerpo!
Abril, abril: ¡qué eterna adolescencia
mi renacer constante por tus ramas!

Emilio Prados.

jueves, 11 de octubre de 2018

El más pueril.


¿Quién más pueril que este gato pueril,
Quién sin cesar más niño?
Triscador, caprichoso, zahorí,
¡Cómo saca partido.
De cualquier elemento que pueda remover,
Bola, flor o cordel !
Criatura inocente creando paraíso,
¿Quién con más absoluto no saber de la muerte?
Juega, mortal sin dios: tu cielo es el olvido.


Jorge Guillén.

miércoles, 10 de octubre de 2018

El pueblo está en la ladera.


Las casas se levantan
apenas, chaparro o piedra
agazapada que se aprieta o ahínca
contra la tierra, con un mísero espanto.

Un montón de pedruscos
se ve, y un vano en medio,
y cubriéndolos un techizo musgoso
en invierno, polvoriento en verano,
con lagartos tranquilos al sol que horrible abrasa.

Unas manos rugosas,
manos que aparecieron despacio en esos brazos,
con cuánta enorme dificultad,
hasta cuajar torpísimas, corteza dura y hueso,
carne apenas sentida, apenas irrigada o fresca a veces.
Unas manos, día a día
fueron poniendo piedra sobre piedra.
Piedra gris, apurada, como caída, tal y como cayó
de un cielo roto, que así es esa cantera, ese montón injusto
que en la altura desafía a estos hombres.

Un cielo desfondado, catástrofe de cielo,
que un día diera origen a esta montaña inmensa,
montón incalculable donde las manos rotas, sucesivas,
a buscar se arrastraban.

Y aquí están esas casas, cubiles solitarios
o, mejor, acarrados, agrupados con miedo,
casi en montón también, piedra junto a otra piedra,
casi humanas tocándose.

Arriba está ese monte, monte o montaña hirviente
que en su entraña solo piedras agita, y en su ladera el pueblo,
si no caído, hecho allí por los hombres.
Allí arrastrado y allí al fin detenido
casi sobre el abismo o su figura;
al fondo solo el llano.

Este pueblo ha dormido
años o siglos. Cochiqueras, cubiles.
Porquerizas se llamaba en la Historia.
Sobre el remoto llano, allí sin límites,
se ve un mapa extendido.
Guadalix está próximo.
Y es Bustarviejo este otro.
Y a la derecha Chozas -más chozas y aún más chozas-.
Y más allá, a la izquierda, ese otro grupo:
Torrelaguna. ¿Torre? Cual siempre. ¿Laguna? ¡Dios la diera!
Y al fondo Cabanilias. Y Navalafuente.
Colmenar más visible. Colmenar Viejo.
Todo antiguo, y lo mismo.
Y el llano inmenso, hermoso; pero no para el hombre.

La cañada está próxima y sus ráfagas claras.
El fresco río infante, recién nacido, ajeno
a su fin allá lejos en el Tajo imponente.
Y arriba la Morcuera, el puerto que un boquete
abre y se da a otro llano, feraz ahora y diverso.

Por el camino un día, senda o trocha avanzando,
rumbo a ese puerto, acaso a un monasterio allí en el valle
de Rascafría, pasó un cortejo extraño. Soledad de la Historia
que el tiempo nombra o dice o moteja. Leyenda,
diosa aún menor que vaga sin precisión y apenas
pasa un momento grácil o irónica. La reina,
bajo ese mote, siglo XVI o centuria
XVII, iba despacio en silla, en litera es más justo,
rumbo a sus devociones en el viejo cenobio.
Atravesó la nieve penosa, la ladera, se reposó un momento.
Allá, allá más arriba, la Morcuera nombrada.
Y de pronto, ¿qué es eso más bajo? El dedo fútil
señaló. -Mira-. Ondulan silvestres. -Mira: flores-.
Miraflores. La reina bautizó los cubiles,
las grises cochiqueras agrupadas.
Miraba seguramente flores, solo flores.
Morada la flor del castigado cantueso,
la amapola si acaso.
Y Porauerizas fue Miraflores. Dicen.

No, la leyenda engaña.
Los ojos verdes ciegos
no miraron un pueblo, sino flores perdidas.

Vicente Aleixandre.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...