viernes, 7 de marzo de 2014
Un Criminal.
El acusado es pálido y lampiño.
Arde en sus ojos una fosca lumbre,
que repugna a su máscara de niño
y ademán de piadosa mansedumbre.
Conserva del obscuro seminario
el talante modesto y la costumbre
de mirar a la tierra o al breviario.
Devoto de María,
madre de pecadores,
por Burgos bachiller en teología,
presto a tomar las órdenes menores.
Fue su crimen atroz. Hartóse un día
de los textos profanos y divinos,
sintió pesar del tiempo que perdía
enderezando hipérbatons latinos.
Enamoróse de una hermosa niña,
subiósele el amor a la cabeza
como el zumo dorado de la viña,
y despertó su natural fiereza.
En sueños vio a sus padres —labradores
de mediano caudal— iluminados
del hogar por los rojos resplandores,
los campesinos rostros atezados.
Quiso heredar. ¡Oh guindos y nogales
del huerto familiar, verde y sombrío,
y doradas espigas candeales
que colmarán las trojes del estío!.
Y se acordó del hacha que pendía
en el muro, luciente y afilada,
el hacha fuerte que la leña hacía
de la rama de roble cercenada.
Frente al reo, los jueces con sus viejos
ropones enlutados;
y una hilera de obscuros entrecejos
y de plebeyos rostros: los jurados.
El abogado defensor perora,
golpeando el pupitre con la mano;
emborrona papel un escribano,
mientras oye el fiscal, indiferente,
el alegato enfático y sonoro,
y repasa los autos judiciales
o, entre sus dedos, de las gafas de oro
acaricia los límpidos cristales.
Dice un ujier: "Va sin remedio al palo".
El joven cuervo la clemencia espera.
Un pueblo, carne de horca, la severa
justicia aguarda que castiga al malo.
Antonio Machado.
jueves, 6 de marzo de 2014
(De Jardines Lejanos) VI
No hay sol; el cielo de invierno
es de bruma y nubes blancas;
sólo hay un raso celeste
sobre la saraucarias.
La avenida abre su sueño
llena de mujeres pálidas ...
los vientos están jugando
con las sedas perfumadas.
Hay carícias como rosas
en la lívida mañana;
la carne en flor da el perfume
que han perdido las acacias.
Es un pecado discreto,
es una carne cristiana
que va a misa, con un lirio
entre rosas deshojadas;
carne que nunca podrá
sobre la dulce frescura
de las espaldas románticas ...
en la mañana galante
rezan a Dios las campanas;
desde dentro están llamando
los corazones en gracia.
¡Fondos de oro, con albores
floreados, con fragancia
de purezas sin latido,
con dulzura de gargantas!
Pero el cielo gris ha puesto
muy rosas todas las almas
y tiende rasos celestes
sobre las araucarias ...
Juan Ramón Jiménez.
miércoles, 5 de marzo de 2014
Huele a sol y a resina.
crece el pino apuntando
a una meta celeste.
La mañana suspensa
en un jardín remoto,
una rosa perdida
que perfuma el recuerdo.
¿Terminar el poema?
dejarlo tembloroso
como una rosa viva
pendiente de su sombra.
Aletea el silencio.
Alguien viene a buscarme
y huele a eternidad
solamente un minuto.
martes, 4 de marzo de 2014
Mienten los que dijeron que yo perdí la luna.
Mienten los que dijeron que yo perdí la luna,
los que profetizaron mi porvenir de arena,
aseveraron tantas cosas con lenguas frías:
quisieron prohibir la flor del universo.
"Ya no cantará más el ámbar insurgente
de la sirena, no tiene sino pueblo".
Y masticaban sus incesantes papeles
patrocinando para mi guitarra el olvido.
Yo les lancé a los ojos las lanzas deslumbrantes
de nuestro amor clavando tu corazón y el mío,
yo reclamé el jazmín que dejaban tus huellas,
Yo me perdí de noche sin luz bajo tus párpados
y cuando me envolvió la claridad
nací de nuevo, dueño de mi propia tiniebla.
Pablo Neruda.
lunes, 3 de marzo de 2014
La naturaleza.
Le gustaba al niño ir siguiendo paciente, día tras día,
el brotar oscuro de las plantas y de las flores.
La aparición de una hoja, plegada aún y apenas visible
su verde traslúcido junto al tallo donde ayer no estaba,
le llenaba de asombro, y con ojos atentos,
durante largo rato, quería sorprender su movimiento,
su crecimiento invisible, tal otros quieren sorprender en el vuelo,
cómo mueve las alas el pájaro.
Tomar un renuevo tierno de la planta adulta
y sembrarlo aparte, con mano que él deseaba de aire
blando y suave, los cuidados que entonces requería,
mantenerlo a la sombra los primeros días,
regar su sed inexperta a la mañana
y al atardecer en tiempo caluroso,
le embebecían desesperanza desinteresada.
Qué alegría cuando veía las hojas romper al fin,
y su color tierno, que a fuerza de transparencia casi parecía luminoso,
acusando en relieve las venas,
oscurecerse poco a poco con la savia más fuerte.
Sentía como si él mismo hubiese obrado el milagro de dar vida,
de despertar sobre la tierra fundamental, tal un dios,
la forma antes dormida en el sueño de lo inexistente.
Luis Cernuda.
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