viernes, 22 de septiembre de 2017

Gacela del amor imprevisto.



Nadie comprendía el perfume
de la oscura magnolia de tu vientre.
Nadie sabía que martirizabas
un colibrí de amor entre los dientes.

Mil caballitos persas se dormían
en la plaza con luna de tu frente,
mientras que yo enlazaba cuatro noches
tu cintura, enemiga de la nieve.

Entre yeso y jazmines, tu mirada
era un pálido ramo de simientes.
Yo busqué, para darte, por mi pecho
las letras de marfil que dicen siempre.

Siempre, siempre: jardín de mi agonía,
tu cuerpo fugitivo para siempre,
la sangre de tus venas en mi boca,
tu boca ya sin luz para mi muerte.


Federico García Lorca.

jueves, 21 de septiembre de 2017

Nada.



A tu abandono opongo la elevada
torre de mi divino pensamiento.
Subido a ella, el corazón sangriento
verá la mar, por él empurpurada.

Fabricaré en mi sombra la alborada,
mi lira guardaré del vano viento,
buscaré en mis entrañas mi sustento...
Mas ¡ay!, ¿y si esta paz no fuera nada?

-¡Nada, sí, nada, nada!... -
O que cayera mi corazón al agua,
y de este modo fuese el mundo
un castillo hueco y frío...-

Que tú eres tú, la humana primavera,
la tierra, el aire, el agua, el fuego, ¡todo!,
...¡y soy yo sólo el pensamiento mío!



Juan Ramón Jiménez

miércoles, 20 de septiembre de 2017

La sombra y la muerte.



Ya con la sombra me asombra 
Lope de Vega.

Pienso que sigue al eco prolongado
del mar, en su sonora voz oscura,
“aquella voluntad honesta y pura”,
lumbre que enciende mi ámbito callado.

De luz y no de sombra estoy cercado,
como la noche; mi pasión apura
la tiniebla sutil que me procura
vivir de claridades rodeado.

Padezco por anhelo de ese fuego
que, invisible, me abrasa y no me prende,
volviéndome esqueleto, espectro, escombro.

Ni sombra soy cuando a mirarme llego;
pues cuando en tal figura me trasciende
mi sombra no es mi sombra que es mi asombro.



José Bergamín.

martes, 19 de septiembre de 2017

Respuesta.



A Ramón Otero Pedrayo.


¿Que en dónde está Galicia?
En la cautela de la luz mansa que al besar enjoya,
en el collar de espumas de la boya
y en el tosco remiendo de la vela.

En la vaca también color canela
y en la vocal que su dulzura apoya
y en el molusco mariscado en Noya
y en el sueño del tren por Redondela.

Búscala en la sonrisa tan arcaica,
tan ambigua y angélica y galaica
de la muñeira y ribeirana airosa.

La hallarás, piedra lírica, en el pazo,
piedra de oro y verdín, piedra leprosa.
Y donde haya un regazo, en el regazo.


Gerardo Diego.

lunes, 18 de septiembre de 2017

Nacimiento del amor.



¿Cómo nació el amor?
Fue ya en otoño.
Maduro el mundo, no te aguardaba ya.
Llegaste alegre, ligeramente rubia,
resbalando en lo blando del tiempo.
Y te miré. ¡Qué hermosa me pareciste aún,
sonriente, vívida, frente a la luna aún niña,
prematura en la tarde, sin luz,
graciosa en aires dorados; como tú,
que llegabas sobre el azul, sin beso,
pero con dientes claros, con impaciente amor!

Te miré.
La tristeza se encogía a lo lejos, llena de paños largos,
como un poniente graso que sus ondas retira.
Casi una lluvia fina -¡el cielo azul!-
mojaba tu frente nueva.
¡Amante, amante era el destino de la luz!
Tan dorada te miré que los soles
apenas se atrevían a insistir, a encenderse
por ti, de ti, a darte siempre
su pasión luminosa, ronda tierna
de soles que giraban en torno a ti, astro dulce,
en torno a un cuerpo casi transparente, gozoso,
que empapa luces húmedas, finales, de la tarde
y vierte, todavía matinal, sus auroras.

Eras tú, amor, destino, final amor luciente,
nacimiento penúltimo hacia la muerte acaso.
Pero no. Tú asomaste. ¿Eras ave, eras cuerpo,
alma solo? Ah, tu carne traslúcida
besaba como dos alas tibias,
como el aire que mueve un pecho respirando,
y sentí tus palabras, tu perfume,
y en el alma profunda, clarividente
diste fondo. Calado de ti hasta el tuétano de la luz,
sentí tristeza, tristeza del amor: amor es triste.
En mi alma nacía el día. Brillando
estaba de ti; tu alma en mí estaba.
Sentí dentro, en mi boca, el sabor a la aurora.
Mis ojos dieron su dorada verdad. sentí a los pájaros
en mi frente piar, ensordeciendo
mi corazón. Miré por dentro
los ramos, las cañadas luminosas, las alas variantes,
y un vuelo de plumajes de color, de encendidos
presentes me embriagó, mientras todo mi ser a un mediodía,
raudo, loco, creciente se incendiaba
y mi sangre ruidosa se despeñaba en gozos
de amor, de luz, de plenitud, de espuma.


Vicente Aleixandre.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...