viernes, 15 de junio de 2018

La voz cruel. El solitario.



En esta noche negra
con maldades de fósforo,
cuando brillan los crímenes como peces,
voy por la vida en una barca,
voy bajo la muerte que es mi cielo.
Me admiro de ser yo quien solitario
grite a los hombres la verdad del destino.
Grito a los hombres plenos
y a las mujeres huecas,
les grito que el amor que les confunde
no debiera romperse.
Las mujeres se abren para el vicio
y los hombres ignoran,
cuando rasgan un vientre, que están presos.
Las carceleras débiles, huecas mil veces,
huecas, huecas, se ensañan y seducen traicionando.
El amor impotente contra el placer fugaz
se rompe el alma.
Y yo me rompo el alma
contra los horizontes de la vida.


Manuel Altolaguirre.

jueves, 14 de junio de 2018

Aquel instante.


Fue un instante fugaz,
Fugaz
Como cualquier instante,
Pero un recuerdo lo conserva intacto:
Arte de la memoria.
Un mar,
Igual en el recuerdo a cualquier otro.
Cerca del horizonte,
Un peñón que persiste
Contra los oleajes y el olvido.
La playa. Muelle, bella
Con ondas por las ondas
Trazadas.
-En la imagen se adivinan-.
Y el paso de un segundo
Que ya no pasará.
-La imagen vence-.
Verano.
Aquel, aquel verano con su atmósfera
Desgarradoramente singular.
No era sólo un color de luz o nube,
Y la indolencia sobre aquella arena.
Era un aire ya nuestro,
Del hombre, de unos hombres,
Aire con una gracia irrepetible:
Único y nuevo es todo.
Un verano. Su fecha,
Sólo un punto de cruce en una historia,
Mi historia, la más mía,
Que a lo lejos columbro.

Jorge Guillén.

miércoles, 13 de junio de 2018

Ida.


Duerme, muchacha.
Láminas de plomo,
ese jardín que dulcemente oculta
el tigre y el luzbel
y el rojo no domado.
Duerme, mientras manos de seda,
mientras paño o aroma,
mientras caídas luces que resbalan
tiernamente comprueban la vastedad del seno,
el buen amor que sube y baja a sangre.

Amor.
Como esa maravilla,
como ese blanco ser que entre flores bajas
enreda su mirada o su tristeza.
El paisaje secunda el respirar con pausa,
el verde duele, el ocre es amarillo,
el agua que cantando se aproxima
en silencio se marcha hacia lo oscuro.

Amor,
como la ida,
como el vacío tenue que no besa.


Vicente Aleixandre.

martes, 12 de junio de 2018

Poderío de la noche.


El sol cansado de vibrar en los cielos
resbala lentamente en los bordes de la tierra,
mientras su gran ala fugitiva
se arrastra todavía con el delirio de la luz,
iluminando la vacía prematura tristeza.

Labios volantes, aves que suplican al día
su perduración frente a la vasta noche amenazante,
surcan un cielo que pálidamente se irisa
borrándose ligero hacia lo oscuro.

Un mar, pareja de aquella larguísima ala de la luz,
bate su color azulado abiertamente,
cálidamente aún, con todas sus vivas plumas extendidas.

¿Qué coyuntura, qué vena, qué plumón estirado
como un pecho tendido a la postrera caricia del sol
alza sus espumas besadas,
su amontonado corazón espumoso,
sus ondas levantadas que invadirán la tierra
en una última búsqueda de la luz escapándose?

Yo sé cuán vasta soledad en las playas,
qué vacía presencia de un cielo aún no estrellado,
vela cóncavamente sobre el titánico esfuerzo,
sobre la estéril lucha de la espuma y la sombra.

El lejano horizonte, tan infinitamente solo
como un hombre en la muerte,
envía su vacío, resonancia de un cielo
donde la luna anuncia su nada ensordecida.

Un claror iívido invade un mundo donde nadie
alza su voz gimiente, donde los peces huidos
a los profundos senos misteriosos
apagan sus ojos lucientes de fósforo,
y donde los verdes aplacados,
los silenciosos azules
suprimen sus espumas enlutadas de noche.

¿Qué inmenso pájaro nocturno,
qué silenciosa pluma total y neutra
enciende fantasmas de luceros en su piel sibilina,
piel única sobre la cabeza de un hombre
que en una roca duerme su estrellado transcurso?

El rumor de la vida
sobre el gran mar oculto
no es el viento, aplacado,
no es el rumor de una brisa ligera que en otros días felices
rizara los luceros,
acariciando las pestañas amables,
los dulces besos que mis labios os dieran,
oh estrellas en la noche,
estrellas fijas enlazadas
por mis vivos deseos.

Entonces la juventud, la ilusión, el amor encantado
rizaban un cabello gentil que el azul confundía
diariamente con el resplandor estrellado del sol sobre !a arena.
Emergido de la espuma con la candidez de la Cre; reciente,
mi planta imprimía su huella en las playas
con la misma rapidez de las barcas,
ligeros envíos de un mar benévolo bajo el gran brazo del aire,
continuamente aplacado por una mano dichosa acariciando sus espumas vivientes.

Pero lejos están los remotos días
en que el amor se confundía con la pujanza de la naturaleza radiante
y en que un mediodía feliz y poderoso
henchía un pecho con un mundo a sus plantas.

Esta noche, cóncava y desligada,
no existe más que como existen las horas,
como el tiempo, que pliega
lentamente sus silenciosas capas de ceniza,
borrando la dicha de los ojos, los pechos y las manos,
y hasta aquel silencioso calor
que dejara en los labios el rumor de los besos.

Por eso yo no veo, como no mira nadie,
esa presente bóveda nocturna,
vacío reparador de la muerte no esquiva,
inmensa, invasora realidad intangible
que ha deslizado cautelosa
su hermético oleaje de plomo ajustadísimo.

Otro mar muerto, bello,
abajo acaba de asfixiarse. Unos labios
inmensos cesaron de latir, y en sus bordes
aún se ve deshacerse un aliento, una espuma.


Vicente Aleixandre.

lunes, 11 de junio de 2018

Mujer sola.


No querías dar a luz.
Te ensombrecías.
Ni alimento ni sol dabas al cuerpo.
La rienda larga que te unía a tu ausente
se atirantaba a punto de quebrarse.
El fecundo reflejo que en tu carne
honda maternidad de ti imploraba,
otra rienda interior, firme tirante,
con igual fuerza íntima gemía.
Amante ausente.
Hijo abandonado.
Entre los dos caminos de aire y sangre
tu soledad tristísima dudaba,
y para quedar libre de este sueño,
rompiendo los cordeles lastimosos,
madre no fuiste, mientras te borraban
tus padres de la vida, injustamente.
Sin oriente, sin Sur, sin Norte alguno,
sin amante, sin hijo, como huérfana,
sola en la blanca soledad desierta,
maldecida, maldices, calumniada.


Manuel Altolaguirre.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...