viernes, 24 de febrero de 2017

La voz a ti debida (Versos 1266 a 1289).



Los cielos son iguales.
Azules, grises, negros,
se repiten encima
del naranjo o la piedra:
nos acerca mirarlos.
Las estrellas suprimen,
de lejanas que son,
las distancias del mundo.
Si queremos juntarnos,
nunca mires delante:
todo lleno de abismos,
de fechas y de leguas.
Déjate bien flotar
sobre el mar o la hierba,
inmóvil, cara al cielo.
Te sentirás hundir
despacio, hacia lo alto,
en la vida del aire.
Y nos encontraremos
sobre las diferencias
invencibles, arenas,
rocas, años, ya solos,
nadadores celestes,
náufragos de los cielos.


Pedro Salinas.

jueves, 23 de febrero de 2017

Árbol de soledad.




Aquí en el bosque, donde tanta altura
a través de los siglos alcanzaron
estos frondosos árboles, quisiera
dejar crecer en mí las empinadas
y retorcidas venas de mi canto,
venas que son las ramas de un ardiente
corazón enterrado en el olvido
que de su sangre vegetal se ufana:

Plantada así, mi soledad se eleva,
sin otro afán que conseguir del cielo
la mirada del sol, tan compasiva
como el llanto piadoso de las nubes.




Manuel Altolaguirre.

miércoles, 22 de febrero de 2017

Triunfo suyo.



No se le ve,
pero está detrás, seguro,
imperial rostro insufrible,
dueño de lo último.
Aunque me deje ganar
fingidamente un instante
¡qué falsa siento mi fuerza,
que él me presta contra él!
Yo lo sé:
lo mío no es mío, es suyo.
Lo eterno, suyo. Vendrá,
-¡qué bien le siento!- por ello.
Voy a verle cara a cara:
porque ya se está quitando,
porque está tirando ya,
los cielos, las alegrías,
los disimulos, los tiempos,
las palabras, antifaces
leves que yo le ponía
contra -¡irresistible luz!-
su rostro de sin remedio
eternidad, él, silencio.

Pedro Salinas.

martes, 21 de febrero de 2017

Madrigal de la estepa.



El viento hacía locuras de borracho
con tu pelo.
Temblaba, no se atrevía y luego feroz lo alzaba.
Se metía ciegamente,
se revolcaba en el oro,
se posaba,
se rendía en la cuenca de las ondas
y no cantaba, sino rezaba
la oración beoda
de los que se pierden incorregiblemente por algo en el mundo.



José Moreno Villa.

lunes, 20 de febrero de 2017

Despertar.



En este amanecer
tú y yo, dormidos,
somos quienes guardamos
toda la oscuridad.
El mundo se ilumina
porque en tu corazón,
porque en mi alma
las sombras se guarecen.
El mundo se desnuda
con sus mares y pechos
engañando a los hombres.
Sólo tú y yo, mi amante,
nada vemos.
Un amor grande,
como las tinieblas
de la vida,
nos une.
Un amor grande.
Las auroras,
los astros,
las blancuras que nada tienen,
las apariencias falsas,
nos ignoran.
Mi despertar o muerte
será como un romperse tenebroso
de amores negros,
de enlutada sangre.


Manuel Altolaguirre.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...