viernes, 17 de mayo de 2019

El poeta canta por todos.


Allí están todos, y tú los estás mirando pasar.
¡Ah, sí, allí, cómo quisieras mezclarte y reconocerte!

El furioso torbellino dentro del corazón te enloquece.
Masa frenética de dolor, salpicada
contra aquellas mudas paredes interiores de carne.
Y entonces en un último esfuerzo te decides.
Sí, pasan. Todos están pasando.
Hay niños, mujeres. Hombres serios.
Luto cierto, miradas.
Y una masa sola, un único ser, reconcentradamente desfila.
Y tú, con el corazón apretado, convulso de tu solitario dolor,
en un último esfuerzo te sumes.
Sí, al fin, ¡cómo te encuentras y hallas!
Allí serenamente en la ola te entregas. Quedamente derivas.
Y vas acunadamente empujado, como mecido, ablandado.
Y oyes un rumor denso, como un cántico ensordecido.
Son miles de corazones que hacen un único corazón que te lleva.

Un único corazón que te lleva.
Abdica de tu propio dolor. Distiende tu propio corazón contraído.
Un único corazón te recorre, un único latido sube a tus ojos,
poderosamente invade tu cuerpo, levanta tu pecho,
te hace agitar las manos cuando ahora avanzas.
Y si te yergues un instante, si un instante levantas la voz,
yo sé bien lo que cantas.
Eso que desde todos los oscuros cuerpos casi infinitos
se ha unido y relampagueado, que a través de cuerpos y almas
se liberta de pronto en tu grito, es la voz de los que te llevan,
la voz verdadera y alzada donde tú puedes escucharte,
donde tú, con asombro, te reconoces.
La voz que por tu garganta, desde todos los corazones esparcidos,
se alza limpiamente en el aire.

Y para todos los oídos. Sí. Mírales cómo te oyen.
Se están escuchando a sí mismos.
Están escuchando una única voz que los canta.
Masa misma del canto, se mueven como una onda.
Y tú sumido, casi disuelto, como un nudo de su ser te conoces.
Suena la voz que los lleva. Se acuesta como un camino.
Todas las plantas están pisándola.
Están pisándola hermosamente, están grabándola con su carne.
Y ella se despliega y ofrece, y toda la masa gravemente desfila.
Como una montaña sube. Es la senda de los que marchan.
Y asciende hasta el pico claro. Y el sol se abre sobre las frentes.
Y en la cumbre, con su grandeza, están todos ya cantando.
Y es tu voz la que les expresa. Tu voz colectiva y alzada.
Y un cielo de poderío, completamente existente,
hace ahora con majestad el eco entero del hombre.

Vicente Aleixandre.

jueves, 16 de mayo de 2019

A una muchacha desnuda.


Cuán delicada muchacha,
tú que me miras con tus ojos oscuros.
Desde el borde de ese río, con las ondas por medio,
veo tu dibujo preciso sobre un verde armonioso.
No es el desnudo como llama que agostara la hierba,
o como brasa súbita que cenizas presagia,
sino que quieta, derramada, fresquísima,
eres tú primavera matinal que en un soplo llegaste.

Imagen fresca de la primavera que blandamente se posa.
Un lecho de césped virgen recogido ha tu cuerpo,
cuyos bordes descansan como un río aplacado.
Tendida estás, preciosa, y tu desnudo canta
suavemente oreado por las brisas de un valle.
Ah, musical muchacha que graciosamente ofrecida
te rehúsas, allá en la orilla remota.
Median las ondas raudas que de ti me separan,
eterno deseo dulce, cuerpo, nudo de dicha,
que en la hierba reposas como un astro celeste.

Vicente Aleixandre.

martes, 14 de mayo de 2019

No llegué a tiempo.


Mi hermano Luis
me besaba dudando
en los andenes de las estaciones.
Me esperaba siempre
o me acompañaba para despedirme.

Y ahora,
cuando se me ha marchado no sé adonde,
no llegué a tiempo,
no había nadie.
Ni siquiera el eco más remoto,
ni siquiera una sombra,
ni mi reflejo sobre las blancas nubes.

Este cielo es demasiado grande.
¿Dónde estarán los hijos de mi hermano?
¿Por qué no están aquí?
Yo iría con ellos
entre cosas reales.
Tal vez pudieran darme su retrato.
Yo no quiero que estén en una alcoba
con trajes negros.
Mejor será que corran junto al río,
que corran entre flores sin mirarlas,
que nunca se detengan
como yo estoy, parado
tan al borde del mar y de la muerte.

Manuel Altolaguirre.

lunes, 13 de mayo de 2019

Una prisión. (1936).


Aquel hombre no tuvo nunca historia,
Pero tenía Historia como todos
Los hombres. Cierta crisis... Le apenaba

Recordar. Una vez hablo, sereno.
Evoco mi prisión, no -mis prisiones-.
Fue muy breve mi paso por la cárcel.
Cárcel en horas de mortal peligro.
Nos rodeaban solo fratricidas.

-¿Hoy la suerte común será mi suerte:
Que sin forma de ley se me fusile
En nombre del Eterno, aquí tan bélico,

De sus milicias y de sus devotos?-
Confiar en mi estrella fue mi ayuda.
-¡No en Dios!- Andaba con los asesinos,

Según los asesinos y sus cómplices.

Jorge Guillén.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...