viernes, 15 de diciembre de 2017

El riego.



Deja su piel y se desnuda en río
o en ala de cristal, regando el prado,
la que sierpe de plomo, su enterrado
cuerpo desliza, la que lleva el frío

caudal de agua, la que lanza impío
riego rebelde contra el cielo airado,
chorro preso en metal, que destapado
blasfema espumas en su desvarío.

Deshace el sol los filos de estas fuentes,
robándole a la tierra el verde manto
e inútil es que le responda el suelo

con el necio escupir de sus serpientes.
Riego enemigo de la luz del cielo
no es alimento sino triste llanto.


Manuel Altolaguirre.

jueves, 14 de diciembre de 2017

Tormento del amor.


Te amé, te amé, por tus ojos, tus labios,
tu garganta, tu voz,
tu corazón encendido en violencia.
Te amé como a mi furia, mi destino furioso,
mi cerrazón sin alba, mi luna machacada.

Eras hermosa. Tenías ojos grandes.
Palomas grandes, veloces garras,
altas águilas potentísimas...
Tenías esa plenitud por un cielo rutilante
donde el fragor de los mundos no es un beso en tu boca.

Pero te amé como la luna ama la sangre,
como la luna busca la sangre de las venas,
como la luna suplanta a la sangre y recorre furiosa
las venas encendidas de amarillas pasiones.

No sé lo que es la muerte, si se besa la boca.
No sé lo que es morir. Yo no muero. Yo canto.
Canto muerto y podrido como un hueso brillante,
radiante ante la luna como un cristal purísimo.

Canto como la carne, como la dura piedra.
Canto tus dientes feroces sin palabras.
Canto su sola sombra, su tristísima sombra
sobre la dulce tierra donde un césped se amansa.

Nadie llora. No mires este rostro
donde las lágrimas no viven, no respiran.
No mires esta piedra, esta llama de hierro,
este cuerpo que resuena como una torre metálica.

Tenías cabellera, dulces rizos, miradas y mejillas.
Tenías brazos, y no ríos sin límite.
Tenías tu forma, tu frontera preciosa, tu dulce margen
de carne estremecida.
Era tu corazón como alada bandera.

¡Pero tu sangre no, tu vida no, tu maldad no!
¿Quién soy yo que suplica a la luna mi muerte?
¿Quién soy yo que resiste los vientos, que siente las
heridas de sus frenéticos cuchillos,
que le mojen su dibujo de mármol
como una dura estatua ensangrentada por la tormenta?

¿Quién soy yo que no escucho entre los truenos,
ni mi brazo de hueso con signo de relámpago,
ni la lluvia sangrienta que tiñe la yerba que ha nacido
entre mis pies mordidos por un río de dientes?

¿Quién soy, quién eres, quién te sabe?
¿A quién amo, oh tú, hermosa mortal,
amante reluciente, pecho radiante;
¿a quién o a quién amo, a qué sombra, a qué carne,
a qué podridos huesos que como flores me embriagan?


Vicente Aleixandre.

Hija de la mar.



Muchacha, corazón o sonrisa,
caliente nudo de presencia en el día,
irresponsable belleza que a sí misma se ignora,
ojos de azul radiante que estremece.

Tu inocencia como un mar en que vives
qué pena a ti alcanzarte, tú sola isla aún intacta;
qué pecho el tuyo, playa o arena amada
que escurre entre los dedos aún sin forma.

Generosa presencia la de una niña que amar,
derribado o tendido cuerpo o playa a una brisa,
a unos ojos templados que te miran,
oreando un desnudo dócil a su tacto.

No mientas nunca, conserva siempre
tu inerte y armoniosa fiebre que no resiste,
playa o cuerpo dorado, muchacha que en la orilla
es siempre alguna concha que unas ondas dejaron.

Vive, vive como el mismo rumor de que has nacido;
escucha el son de tu madre imperiosa;
sé tú espuma que queda después de aquel amor,
después de que, agua o madre, la orilla se retira.


Vicente Aleixandre.

miércoles, 13 de diciembre de 2017

De noche.



He aquí lo más hondo de la noche.
No te turbes, que dentro de lo oscuro
Te rendirás a sus potencias breves
Bajo un sigilo sin horror ni enigma,
Hostil aL coco, difícil al encanto.


Jorge Guillén.

martes, 12 de diciembre de 2017

De cristal las paredes.



De cristal las paredes, el recuerdo,
descubriendo distancias y posturas, fabricó.
Decapitado cuerpo de aire,
hueco traje de ausente en el ropero,
a mi memoria dieron el motivo.
Vi el mar tras las paredes.
Por la playa mi infancia
y mi ascendencia de la mano.
El cutis de la lana, esta de ahora
que se hunde a mis caricias suavemente,
las de la brisa entonces recibía.
Los dos íbamos juntos.
¡Qué sorpresa cuando al volverme,
entre cristales
-paredes que el recuerdo fabricó-,
desde mi bella infancia de las playas
-¡oh ilusión del futuro!-
me veo solo
-¡tristeza del presente!-,
recordando puras y alegres
tardes del pasado!


Manuel Altolaguirre.

lunes, 11 de diciembre de 2017

Poemas de amor.



Estoy pensando en ti cuando no pienso
que estoy pensando en ti, cuando quisiera
no tener que pensar para sentirme
de tu lejano corazón más cerca.

Más cerca de esa pura lejanía
íntimamente clara de tu ausencia:
de ese rastro de luz que tu recuerdo
enciente en mí cuando de mí se aleja.

Me acercaré de nuevo a tu tristeza
como a una misteriosa melodía
que le da al corazón su resonancia
de música infinita.

Y volveré a sentir cuando me mires,
callada y pensativa,
que apagas con tus ojos al mirarme
el sueño de mi vida.


José Bergamín.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...