viernes, 14 de diciembre de 2018

Cordón de Italia.


Desde el corro de unas niñas,
Aquel cordón de la Italia
Me dijo a mí: si te aliñas,
Prende en tu ojal una dalia.
¿Incoherencia, desliz?
Canción, canción tan feliz
Entre luz y libertad
De tardes por los menores
Jardines sin surtidores.
Coros de niñas: cantad.

Jorge Guillén.

jueves, 13 de diciembre de 2018

La sima.


A la orilla el abismo sin figura
ensordece mis voces.
No, no llamo a nadie.
Mis ojos no penetran sordamente esas sombras.
¡Oh el abisal silencio que me absorbe!
¿Quién llama? ¿Quién me pide mi vida?
Una vida sin amor solo ofrezco.
¿Qué tristes poderosos aullidos
deletrean mi humano nombre?
¿Quién me quiere en las sombras?
Heladas aguas crudas, pesadamente negras,
o un vapor, un aliento fuliginoso y largo.
¿Quién sois? No sois ojos hermosos fulgurando un deseo,
una pasión hondísima desde el fondo insondable;
no sois sed de mi vida, llama, lengua que alcanza
con su cúspide cierta mi desnudo anhelante.
Inmensa boca oscura, abismático enigma,
fondo del mundo, cierto torcedor de mi vida.

Vicente Aleixandre.

miércoles, 12 de diciembre de 2018

En el bosquecillo.


Así la vida es casi fácil.
La vida no es tan difícil.
Es día de fiesta, nos levantamos por la mañana,
y el mar está enfrente.
Pesada plata con luz, con lomo tranquilo.
A veces una barquilla resbala; apenas se mueve.
Y estamos los dos asomados.
¡Qué hermoso ese cielo!
Cielo grande, rendido, redondo, completo.
Cielo todo sobre las aguas.
Y salimos. Y la ciudad asciende, y arriba está verde.
Ah, tranquilo bosque donde a veces moramos.

Largo es el día en sus troncos.
Y allí la tarde de arriba adviene. Es la luz.
Tamizada entre los pinos, pura, fresquísima.
Toda la idealidad se presiente invisible,
más allá de las copas ligeras.
Pero a nosotros nos basta esta pasión serenada en bondad,
este alegrarse a la hora en que mirar el mar alejado que aguarda
es casi inocencia, es casi alegría continua que,
en un instante sin bordes, se diera.

Aquí en la eminencia, el bosquecillo, y allí abajo el mar desplegado,
el mar contenido, el mar en que tantas veces hemos bogado, sumos, en la mañana.
La tarde se cumple, y tú estás tendida, y yo veo las mariposas estivales,
los lentos gusanillos de colores, el diminuto insecto rojo que sube.
Por tu falda ruedan briznas, parecen rodar,
descolgándose para ello, los cánticos de los pájaros.
En tu dedo brilla una mota de sangre.
Pulcra coccinela que ha ido ascendiendo
y sobre tu uña un instante se queda y duda.
Elitros leves, finas alas interiores que sorprendentemente despliega.
Vuela y se aleja en el zumbido del bosque, puro, caliente.
Casi hubiera podido mirarla sobre tus ojos.
Punto dormido, punto encendido, allí como la vida toda, dulce en tus ojos.

Y luego bajamos.
Crujen las púas secas de los pinos bajo el pie claro.
Tarde encendida y clara. Tarde con humos.
Lejos el mar se calla.
Pesa, y aún brilla.

¿Oyes? Sí, allá la ciudad parece lentamente encenderse, baja, sin ruido.
Y nosotros ya no nos vemos.
Ven. ¡Qué ligeros!
En tu talle, la vida misma.
Casi volamos.
Casi nos derrumbamos, corriendo,
desde aquel monte, rumbo a la gloria.
Rumbo al silencio puro de ti,
oh noche.

Vicente Aleixandre.

martes, 11 de diciembre de 2018

Fin.


La luna con un puñal
desgarró la piel del aire.
La tierra por esa herida
desbordó sus ríos sin sangre.
Ya no se escucha el latir
del corazón de los mares.
Sin alma quedó la tierra:
¡qué palidez en los árboles!
Hombres sedientos clamaban,
incendiando las ciudades.
Miles de muertes pequeñas
en aquella muerte grande.
Fin del mundo.
Otros planetas.
Nuevos ríos, nuevos mares,
almas nuevas encarnando
en las misteriosas márgenes.


Manuel Altolaguirre.

lunes, 10 de diciembre de 2018

Hombre solo.


¡Alegre y milagroso vencimiento
que das la libertad!...
Me fui, cantando, al campo verde.
Estaba el cielo blando,
saltona el agua y jugador el viento.

Niño puro otra vez, el pensamiento
se me iba en lo más íntimo ocultando,
del ignorado corazón.
Y andando, andando, se me abría el sentimiento...

¡Con qué encanto seguí las mariposas,
cómo cojí la malva del vallado,
y paré el agua con mi mano abierta!

Perdido en la alborada de las cosas,
el universo fui, resucitado
del corazón de la varona muerta.

  Juan Ramón Jiménez.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...