jueves, 8 de noviembre de 2018

Viviendo.


La ciudad se dirige hacia las brumas
Que son nuestro horizonte en los suburbios
Plomizos, humeantes bajo nubes
Que el sol poniente alarga desgarradas
Por colores apenas violentos,
Verdoso violado enrojecido.
Engrandece el crepúsculo.

Amable, la avenida
Nos expone planeta humanizado,
Nos arroja tesoros a los ojos,
Nos sume en apogeos.
Y los ruidos se juntan, se atenúan:
Murmurada amalgama pendiente.

Irrumpe una estridencia.
Atroz motor minúsculo trepida
...Y otra vez se reanuda el vago coro,
Favorecido por la media voz
De calles a cielos abocadas.

Bajo los rojos últimos
En grises, verdes, malvas diluidos,
Siento mías las luces
Que la ciudad comienza a proyectarme.
Mucha imaginación lo envuelve todo,
Y esta máquina enorme bien nos alza,
Inseparable ya de nuestras horas
Y de nuestros destinos.
Gran avenida -donde estoy- fulgura.

Todo avanza brillando,
Tictac
De instante sobre instante.
Con él yo me deslizo,
Gozo, pierdo. ¿Me pierdo?

Ternura, de repente, por sorpresa me invade.
Una ternura funde en una sola
Sombra del corazón la ciudad, mi paseo.
Me conmueve, directa revelándose,
Común sabiduría...
Moriré en un minuto sin escándalo,
Al orden más correcto sometido,
Mientras circula todo por sus órbitas,
Raíles, avenidas.
Sin saberse fugaces,
Los coches me escoltan con sus prisas,
Me empujan, y sin querer me iré
Desde estos cotidianos enredos
-Entre asperezas y benevolencias-
Hasta ese corte que con todo acaba.
¡Telón! Un desenlace no implicado
Quizá por la aventura precedente:
Afán, quehacer, conflicto no resuelto.

Pero ya la cabeza de sienes reflexivas
Reconoce la lógica más triste.
Voy lejos. Me resigno. Yo no sé...
Y el tránsito final
-Sobre un rumor de ruedas- ya me duele.

Está el día en la noche
Con latido de tráfico.
El cielo, más remoto, va esfumándose.
Esa terraza de café, más íntima,
Infunde su concordia al aire libre.

Cruzo por un vivir
Que por ser tan mortal ahincadamente
Se me abraza a mi cuerpo,
A esta respiración en que se aúnan
Mi espíritu y el mundo.

Mundo cruel y crimen,
Guerra, lo informe y falso, disparates...
No importa. Impuro y todo unido,
Apenas divisible,
Me retiene el vivir: soy criatura.
Acepto mi condición humana.
Merced a beneficios sobrehumanos
En ella me acomodo.
El mundo es más que el hombre.

Así voy por caminos y por calles,
Tal vez errando entre dos nadas,
Vagabundo interpuesto.

Me lleva la avenida
Con esta multitud en qué se agrupan
El pregón, el anuncio, la persona,
Quiebros de luces roces de palabras:
Caudal de una ansiedad.
Por ella
Logro mi ser terrestre, aéreo,
Pasaje entre dos nubes,
Conciencia de relámpago.

Jorge Guillén.

miércoles, 7 de noviembre de 2018

La voz a ti debida. (Versos 285 a 309)


¿Por qué tienes nombre tú,
día, miércoles?
¿Por qué tienes nombre tú,
tiempo, otoño?
Alegría, pena, siempre
¿por qué tenéis nombre: amor?

Si tú no tuvieras nombre,
yo no sabría qué era
ni cómo, ni cuándo. Nada.

¿Sabe el mar cómo se llama,
que es el mar? ¿Saben los vientos
sus apellidos, del Sur y del Norte,
por encima del puro soplo que son?

Si tú no tuvieras nombre,
todo sería primero,
inicial, todo inventado por mí,
intacto hasta el beso mío.
Gozo, amor: delicia lenta de gozar,
de amar, sin nombre.

Nombre: ¡qué puñal clavado
en medio de un pecho cándido
que sería nuestro siempre
si no fuese por su nombre!

Pedro Salinas.

martes, 6 de noviembre de 2018

Elegía a Federico García Lorca.


Me olvido de vivir si te recuerdo,
me reconozco polvo de la tierra
y te incorporo a mí, como lo hace
la parte más cercana de tu tumba,
esa tierra insensible que suplanta
el amoroso afán de tus amigos.

Acabada tu vida, permanece
con su total contorno dibujado:
no hay puerta que te lleve a lo futuro.

El árbol de tu nombre ha florecido
en una incalculable primavera.

La muerte es perfección, acabamiento.
Sólo los muertos pueden ser nombrados.
Los que vivimos no tenemos nombre.

Los míticos honderos de la fama
tiran los cantos de tu nombre al mundo
y el lago de la vida abre sus ojos
con párpados de vidrio interminables:
No hay montaña, no hay cielo, no hay llanura,
que en círculos concéntricos no agrande
el eco de tu nombre esclarecido.

No es dolor fraternal, no es pena humana,
es parte, mi pesar, del sentimiento
que hace de las estrellas pensativas
flores sobre la noche que te cubre.

Te escribo estas palabras separado
del cotidiano sueño de mi vida,
desde un astro lejano en donde sufro
tu irreparable pérdida llorando.

Manuel Altolaguirre.

lunes, 5 de noviembre de 2018

No hay consejo posible.


Fuera lógico, amigo, que al final de la vida
pudiéramos legar una norma o un consejo,
práctico, de moral o de táctica alegre;
algo para vivir con dignidad y gusto.

Porque mi angustia es ver con entera evidencia
que la vida es más grande, más llena de posibles,
más honda, más extensa, más íntima y sensual
que la tocada en suerte a cada ser humano.

Pero, amigo, no hay lógica. La experiencia no sirve.
Cada momento es nuevo hasta el rato final.
Todo cambia al contacto de nuevas convergencias.

Por eso los abuelos decían -Ya veremos...
Ya veremos qué día se presenta mañana».
Y es que cada minuto viene en combinaciones.


José Moreno Villa.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...