viernes, 27 de septiembre de 2019

Las ocho de la mañana.


Y otra vez se despereza
La Marcha Inmortal... que un hombre,
Para que nadie se asombre
Demasiado, con llaneza Silba.
Tiene ligereza
De Gloria hallada la calle.
Dios es quien propone el talle
De Europa: de esa muchacha
Que así pisando despacha
La Marcha.
¡Nada la acalle!

Jorge Guillén.

jueves, 26 de septiembre de 2019

El olmo renace.


Si ya no puedo verme,
si de mí quedan sólo las raíces,
si los pájaros buscan vanamente
el lugar de sus nidos
en las tristes ausencias de mis brazos,
no hay que llorar por eso.

Con el silencio de una primavera,
brotarán de la tierra como llanto
insinuaciones de verdor y vida.

Seré esa multitud de adolescentes,
esa corona de laurel que ciñe
el tronco quebrantado por el hacha.

Multiplicada vida da la muerte.
Múltiples son los rayos de la aurora.

Manuel Altolaguirre.

miércoles, 25 de septiembre de 2019

Rosa de harina.


Pero el hombre es un niño laborioso y estúpido
que ha hecho del juego una sudorosa jornada.
Ha convertido el palo del tambor
en una azada, y en vez de tocar sobre la tierra
una canción de júbilo se ha puesto a cavarla.
¡Si supiésemos caminar
bajo el aplauso de los astros
y hacer un símbolo poético de cada jornada!
Quiero decir que nadie sabe cavar al ritmo del sol
y que nadie ha cortado todavía una espiga
con amor y con gracia.
Ese panadero, por ejemplo,
¿por qué ese panadero no le pone una rosa de pan blanco
a ese mendigo hambriento en la solapa?

León Felipe.

martes, 24 de septiembre de 2019

Día y noche.



Contigo, cristal claro,
y con mi carne negra,
aires blancos y negros,
apretamos la tierra,
bajo tu cuerpo en día,
bajo el mío en eterna
y desolada noche.
El sol te transparenta
e ilumina los campos
que bajo ti se encuentran;
pero mi cuerpo opaco
a toda luz se niega.
Nuestro amor prisionero
está como la tierra:
bajo tu cuerpo, en día,
bajo el mío en tinieblas.

Manuel Altolaguirre.

lunes, 23 de septiembre de 2019

¿Y la luna?


En el pozo la guardaron.
Para que no la robasen
en el pozo la guardaron
-como una onza en un bolso-
aquellos fieros románticos.

Y estuvieron dos cipreses
la noche entera velando.
La noche entera de un siglo
los dos cipreses velaron.

Pero fue en vano, fue en vano,
toda la vela fue en vano.
Al llegar la madrugada
el Sol levantó los brazos
y asomó sobre la sierra
su rostro congestionado
de risa,
que gritaba:
¡la han robado, la han robado, la han robado!...

León Felipe.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...