viernes, 19 de enero de 2018

A la poesía, árbol joven y eterno, castillo de belleza.



En el libro “Árbol añoso”,
de Narciso Alonso Cortés.



Sí; en tu cerca ruin, que desordena
ya abril con su pasión verdecedora,
al sol más libre ¡oh árbol preso!, dora
tu cúpula broncínea, blanda y plena.

Por ti es fuerte tu cárcel; por ti amena
su soledad inerme. Inmensa aurora
es tu sombra interior, fresca y sonora
en el yermo sin voz que te encadena.

Ave y viento, doble ala y armonía,
vendrán a tu prisión, sin otro anhelo
que el de la libertad y la hermosura...

Espera, ¡oh árbol solo! -¡oh alma mía!-,
seguro en ti e incorporado al cielo,
firme en la excelsitud de tu amargura.


Juan Ramón Jiménez.

jueves, 18 de enero de 2018

Frente.


Éste es el frente; aquí no hay
el menor asomo de juego.
Ya no valen literaturas;
éste es el frente duro y seco.
Es la bala y el cuerpo humano.
Es la tierra y el cuervo siniestro.
Es la cabeza y es la mano.
Y es el corazón contra el hierro.
Es subir y bajar cañones
por lomas atónitas de miedo.
Es aguantar cuchillos y cascos
sin moverse del parapeto.
Es acompañar a los tanques
monstruosos en sus sondeos.
Es no beber y no comer
y no dormir un día entero.
Es salir con la frente alta
o en la lona del camillero.


José Moreno Villa.

miércoles, 17 de enero de 2018

No hay muerte.



No hay muerte ni principios.
Sólo hay un mar donde estuvimos y estaremos,
un mar de peces que son como nosotros,
que vuelan cuando nacen,
que se hunden cuando mueren;
peces voladores que saltan a la luz
sin llegar a ser ángeles.
Sólo hay un mar
y los alegres saltos de la vida.
Esta curva en el aire, tan lenta a veces,
sobre ese mar tan codicioso,
no es un arco iris después de la tormenta,
no es un puente
por donde pueda pasar nadie.

Nuestra vida dibuja
su ascensión y descenso
sobre ese mar humano,
donde la humanidad realmente vive.
No hay muerte ni principios.
Sólo hay un árbol grande
que sacude sus hojas
para nutrirse de ellas
cuando caigan al suelo.


Manuel Altolaguirre.

martes, 16 de enero de 2018

La voz a ti debida. (Versos 1728 a 1764)



Tú no puedes quererme:
estás alta, ¡qué arriba!
Y para consolarme me envías sombras,
copias, retratos, simulacros,
todos tan parecidos como si fueses tú.
Entre figuraciones vivo, de ti, sin ti.
Me quieren, me acompañan.
Nos vamos por los claustros del agua,
por los hielos flotantes, por la pampa,
o a cines minúsculos y hondos.
Siempre hablando de ti.
Me dicen: «No somos ella,
pero ¡si tú vieras qué iguales!»
Tus espectros, qué brazos largos,
qué labios duros tienen: sí, como tú.
Por fingir que me quieres,
me abrazan y me besan.
Sus voces tiernas dicen que tú abrazas,
que tú besas así.
Yo vivo de sombras, entre sombras
de carne tibia, bella,
con tus ojos, tu cuerpo, tus besos,
sí, con todo lo tuyo menos tú.
Con criaturas falsas, divinas,
interpuestas para que ese gran beso
que no podemos darnos
me lo den, se lo dé.


Pedro Salinas.

lunes, 15 de enero de 2018

Elegía.



                I

No lo sé. Fue sin música.

Tus grandes ojos azules abiertos
se quedaron bajo el vacío ignorante,
cielo de losa oscura, masa total
que lenta desciende y te aboveda,
cuerpo tú solo, inmenso,
único hoy en la Tierra,
que contigo apretado por los soles escapa.

Tumba estelar que los espacios ruedas
con sólo él, con su cuerpo acabado.
Tierra caliente que con sus solos huesos
vuelas así, desdeñando a los hombres.
¡Huye! ¡Escapa! No hay nadie;
sólo hoy su inmensa pesantez da sentido,
Tierra, a tu giro por los astros amantes.
Sólo esa Luna que en la noche aún insiste
contemplará la montaña de vida.

Loca, amorosa, en tu seno le llevas,
Tierra, oh Piedad que, sin mantos, le ofreces.
Oh soledad de los cielos. Las luces
sólo su cuerpo funeral hoy alumbran.

                II

No, ni una sola mirada de un hombre
ponga su vidrio sobre el mármol celeste.
No le toquéis. No podríais.
Él supo, sólo él supo.
Carne sólo para amor.
Vida sólo por amor.
Sí, que los ríos apresuren su curso; que el agua
se haga sangre; que la orilla
su verdor acumule; que el empuje
hacia el mar sea hacia ti, cuerpo augusto,
cuerpo noble de luz que te diste crujiendo
con amor, como tierra, como roca, cual grito
de fusión, como rayo repentino que a un pecho
total único del vivir acertase.

Nadie, nadie. Ni un hombre.
Esas manos apretaron día a día su garganta estelar.
Sofocaron ese caño de luz que a los hombres bañaba.
Esa gloria rompiente, generosa que un día
revelara a los hombres su destino; que habló
como flor, como mar, como pluma, cual astro.
Sí, esconded la cabeza.
Ahora hundidla entre tierra, una tumba para el negro pensamiento caváos,
y morder entre tierra las manos, las uñas, los dedos
con que todos ahogasteis su fragante vivir.

                III

Nadie gemirá nunca bastante.
Tu hermoso corazón nacido para amar
murió, fue muerto, muerto, acabado, cruelmente acuchillado de odio.
¡Ah!, ¿quién dijo que el hombre ama?
¿Quién hizo esperar un día amor sobre la Tierra?
¿Quién dijo que las almas esperan el amor y a su sombra florecen?
¿Que su melodioso canto existe para los oídos de los hombres?

Tierra ligera, ¡vuela!
Vuela tú sola y huye.

Huye así de los hombres, despeñados, perdidos,
ciegos restos del odio, catarata de cuerpos
crueles que tú, bella, desdeñando hoy arrojas.
Huye hermosa, lograda,
por el celeste espacio con tu tesoro a solas.
Su pesantez, el seno de tu vivir sidéreo
da sentido, y sus bellos miembros lúcidos para siempre
inmortales sostienes para la luz sin hombres.


Vicente Aleixandre.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...