viernes, 23 de junio de 2017

Memoria. Poemas de asedio.



La que fue en el espejo
diminuta, irregular esfera,
ahora al cerrar los ojos:
¡qué nocturna llanura inmensa guarda!

En ella colocadas,
superpuestas, con falsas dimensiones,
todas las cosas vistas.

¡Oué de colores tiene
el rincón donde guardo
el último paisaje!
¡Y qué duro trabajo
remover los escombros!
rememorando fechas!
¡Qué confusión de vuelos y de cantos
en altos cielos íntimos!
Los pájaros ideas
buscando los resquicios
para salir al mundo,
que, como diminuta
irregular esfera,
en el espejo oscuro de la noche
muestra su rostro.

¡Qué de prisa,
en unas cuantas horas,
lo andado repetí,
volviendo a la niñez
de espaldas,
achicándome tanto
al alejarme,
destruyendo lo último
y haciendo renacer
lo destruido en otras épocas!

Volví a vivir,
tan sólo por minutos,
todos mis días pasados
y limpié mi memoria,
hasta dejarla blanca,
trasladando sus signos al oráculo.

Y saltos, juegos,
cantos con amigos de escuela.

Mis primeras palabras
y mis primeros pasos.

Y llegué a mis principios
después de haber pasado
vertiginosamente
por veinte años de vida.


Manuel Altolaguirre.

jueves, 22 de junio de 2017

La voz a ti debida (Versos 1585 a 1629).



La materia no pesa.
Ni tu cuerpo ni el mío,
juntos, se sienten nunca
servidumbre, sí alas.
Los besos que me das
son siempre redenciones:
tú besas hacia arriba,
librando algo de mí,
que aún estaba sujeto
en los fondos oscuros.
Lo salvas, lo miramos
para ver cómo asciende,
volando, por tu impulso,
hacia su paraíso
donde ya nos espera.
No, tu carne no oprime
ni la tierra que pisas
ni mi cuerpo que estrechas.
Cuando me abrazas, siento
que tuve contra el pecho
un palpitar sin tacto,
cerquísima, de estrella,
que viene de otra vida.
El mundo material
nace cuando te marchas.
Y siento sobre el alma
esa opresión enorme
de sombras que dejaste,
de palabras, sin labios,
escritas en papeles.
Devuelto ya a la ley
del metal, de la roca, de la carne.
Tu forma corporal,
tu dulce peso rosa,
es lo que me volvía
el mundo más ingrávido.
Pero lo insoportable,
lo que me está agobiando,
llamándome a la tierra,
sin ti que me defiendas,
es la distancia, es el hueco de tu cuerpo.
Si, tú nunca, tú nunca:
tu memoria, es materia.


Pedro Salinas.

miércoles, 21 de junio de 2017

El retraído (La realidad y el deseo).



Como el niño jugando
con desechos del hombre,
un harapo brillante,
papel coloreado o pedazo de vidrio,
a los que su imaginación da vida mágica,
y goza y canta y sueña
a lo largo del día que las horas no miden,
así con tus recuerdos.

No son como las cosas
de que cerciora el tacto,
que contempla los ojos;
de cuerpo más aéreo
que un aroma, un sonido,
sólo tienen la forma prestada por tu mente,
existiendo invisibles para el mundo
aun cuando el mundo para ti lo integran.

Vivir contigo quieres
vida menos ajena que esta otra,
donde placer y pena
no sean accidentes encontrados,
sino faces del alma
que refleja el destino
con la fidelidad trasmutadora
de la imagen brotando en aguas quietas.

Esperan tus recuerdos
el sosiego exterior de los sentidos
para llamarte o para ser llamados,
como esperan las cuerdas en vihuela
la mano de su dueño, la caricia
diestra, que evoca los sonidos
diáfanos, haciendo dulcemente
de su poder latente, temblor, canto.

Vuelto hacia ti prosigues
el divagar enamorado
de lo que fue tal como ser debiera,
y así la vida pasas,
morador de entresueños,
por esas galerías
donde a la luz más bella hace la sombra
y donde a la memoria más pura hace el olvido.

Si morir fuera esto,
un recordar tranquilo de la vida,
un contemplar sereno de las cosas,
cuán dichosa la muerte,
rescatando el pasado
para soñarlo a solas cuando libre,
para pensarlo tal presente eterno,
como si un pensamiento valiese más que el mundo.


Luis Cernuda.

martes, 20 de junio de 2017

Puerta final.



¡Cómo se me escapa el suelo!
¡Cómo me rozan los hombros
los horizontes en fuga!
¡Cómo me despeina el cielo
en esta carrera loca!
¡Ay, que con mi pecho empujo
y hundo en barrancos los vientos!

Las paredes derribadas,
grietas en el firmamento,
roto el mundo, desclavado,
yo, sobre escombros, corriendo.

Abierta contra la negra
playa de su blanco fuego
la puerta final del mundo,
dinteles de luz desiertos,
se ofrece en arcos tendidos,
norte y meta de mis sueños.


Manuel Altolaguirre.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...