miércoles, 16 de abril de 2014

Branquias quisiera tener...




Branquias quisiera tener
porque me quiero casar.
Mi novia vive en el mar
y nunca la puedo ver.

Madruguera, plantadora,
allá en los valles salinos.
¡Novia mía, labradora
de los huertos submarinos!

¡Yo nunca te podré ver
jardinera en tus jardines
albos del amanecer!




Rafael Alberti.

martes, 15 de abril de 2014

Versos 388 a 424 (La voz a ti debida)





Yo no necesito tiempo 
para saber cómo eres: 
conocerse es el relámpago. 
¿Quién te va a ti a conocer 
en lo que callas, o en esas 
palabras con que lo callas? 
El que te busque en la vida 
que estás viviendo, no sabe 
mas que alusiones de ti, 
pretextos donde te escondes. 
Ir siguiéndote hacia atrás 
en lo que tú has hecho, antes, 
sumar acción con sonrisa, 
años con nombres, será 
ir perdiéndote. Yo no. 
Te conocí en la tormenta. 
Te conocí, repentina, 
en ese desgarramiento 
brutal de tiniebla y luz, 
donde se revela el fondo 
que escapa al día y la noche. 
Te vi, me has visto, y ahora, 
desnuda ya del equívoco, 
de la historia, del pasado, 
tú, amazona en la centella, 
palpitante de recién 
llegada sin esperarte, 
eres tan antigua mía, 
te conozco tan de tiempo, 
que en tu amor cierro los ojos, 
y camino sin errar, 
a ciegas, sin pedir nada 
a esa luz lenta y segura 
con que se conocen letras 
y formas y se echan cuentas 
y se cree que se ve 
quién eres tú, mi invisible.



Pedro Salinas.

lunes, 14 de abril de 2014

El Tren.





Yo, para todo viaje 
 - siempre sobre la madera 
de mi vagón de tercera -, 
voy ligero de equipaje. 
Si es de noche, porque no 
acostumbro a dormir yo, 
y de día, por mirar 
los arbolitos pasar, 
yo nunca duermo en el tren, 
y, sin embargo, voy bien. 
¡Este placer de alejarse! 
Londres, Madrid, Ponferrada, 
tan lindos... para marcharse. 
Lo molesto es la llegada. 
Luego, el tren, al caminar, 
siempre nos hace soñar; 
y casi, casi olvidamos 
el jamelgo que montamos. 
¡Oh, el pollino 
que sabe bien el camino! 
¿Dónde estamos? 
¿Dónde todos nos bajamos? 
¡Frente a mí va una monjita 
tan bonita! 
Tiene esa expresión serena 
que a la pena 
da una esperanza infinita. 
Y yo pienso: Tú eres buena; 
porque diste tus amores 
a Jesús; porque no quieres 
ser madre de pecadores. 
Mas tú eres 
maternal, 
bendita entre las mujeres, 
madrecita virginal. 
Algo en tu rostro es divino 
bajo tus cofias de lino. 
Tus mejillas 
- esas rosas amarillas -
fueron rosadas, y, luego, 
ardió en tus entrañas fuego; 
y hoy, esposa de la Cruz, 
ya eres luz, y sólo luz... 
¡Todas las mujeres bellas 
fueran, como tú, doncellas 
en un convento a encerrarse!... 
¡Y la niña que yo quiero, 
ay, preferirá casarse 
con un mocito barbero! 
El tren camina y camina, 
y la máquina resuella, 
y tose con tos ferina. 
¡Vamos en una centella!





El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...