jueves, 8 de octubre de 2020

¿CÓMO ERA?

La puerta, franca.

Vino queda y suave.

Ni materia ni espíritu. 

Traía una ligera inclinación de nave

y una luz matinal de claro día.


No era de ritmo, no era de armonía

ni de color. 

El corazón la sabe,

pero decir cómo era no podría

porque no es forma, ni en la forma cabe.


Lengua, barro mortal, cincel inepto,

deja la flor intacta del concepto

en esta clara noche de mi boda,

y canta mansamente, humildemente,

la sensación, la sombra, el accidente,

mientras Ella me llena el alma toda!


Dámaso Alonso.

miércoles, 15 de abril de 2020

La Poesía.



No hay ningún paso,
ni atraviesa nadie
los dinteles de luz y de colores,
cuando la rosa se abre,
porque invisibles son los paraísos
donde invisibles aves
los cantos melodiosos del silencio
a oscuras dan al aire,
más allá de la flor, adonde nunca
alma vestida puede presentarse,
donde se rinde el cuerpo a la belleza
en un vacío entrañable.

Manuel Altolaguirre.

miércoles, 18 de marzo de 2020

Materia.


Cadencia y ritmo,
y augur de cosas que tú aventas
con tus dedos abiertos,
hacia mis ojos, recargados
de tu sospecha.

Comezón dolorosa
de tu ausencia,
y lento repasar entre las cosas
nuevas y entre las viejas.

Y cegadora nota última
-confirmación de la sospecha
que gravitaba en mis ojos-
cuando sucede la experiencia.

He buceado en la noche,
hundido mis brazos
-materia de la noche-,
y te he tropezado entre mis dedos,
concreta.

Vicente Aleixandre.

lunes, 16 de marzo de 2020

Variación XII - Civitas Dei.


                        1

¡Qué hermosa es la ciudad, oh Contemplado,
                    que eriges a la vista!

Capital de los ocios, rodeada
                    de espumas fronterizas,

en las torres celestes atalayan
                    blancas nubes vigías.

Flotante sobre el agua, hecha y deshecha
                    por luces sucesivas,

los que la sombra alcázares derrumba
                    el alba resucita.

Su riqueza es la luz, la sin moneda,
                    la que nunca termina,

la que después de darse un día entero
                    amanece más rica.

Todo en ella son canjes —ola y nube,
                    horizonte y orilla—,

bellezas que se cambian, inocentes
                    de la mercadería.

Por tu hermosura, sin mancharla nunca
                    resbala la codicia,

la que mueve el contrato, nunca el aire
                    en las velas henchidas,

hacia la gran ciudad de los negocios,
                    la ciudad enemiga.


                        2

No hay nadie, allí, que mire; están los ojos
                    a sueldo, en oficinas.

Vacío abajo corren ascensores,
                    corren vacío arriba,

transportan a fantasmas impacientes:
                    la nada tiene prisa.

Si se aprieta un botón se aclara el mundo,
                    la duda se disipa.

Instantánea es la aurora; ya no pierde
                    en fiestas nacarinas,

en rosas, en albores, en celajes,
                    el tiempo que perdía.

Aquel aire infinito lo han contado;
                    números se respiran

El tiempo ya no es tiempo, el tiempo es oro,
                    florecen compañías

para vender a plazos los veranos,
                    las horas y los días.

Luchan las cantidades con los pájaros,
                    los nombres con las cifras:

trescientos, mil, seiscientos, veinticuatro,
                    Julieta, Laura, Elisa.

Lo exacto triunfa de lo incalculable,
                    las palabras vencidas

se van al campo santo y en las lápidas
esperan elegías.

¡Clarísimo el futuro, ya aritmético,
                    mañana sin neblinas!

Expulsan el azar y sus misterios
                    astrales estadísticas.

Lo que el sueño no dio lo dará el cálculo;
                    unos novios perfilan

presupuestos en tardes otoñales:
                    el coste de su dicha.

Sin alas, silenciosas por los aires,
                    van aves ligerísimas,

eléctricas bandadas agoreras,
                    cantoras de noticias,

que desdeñan las frondas verdecientes
y en las radios anidan.

A su paso se mueren -ya no vuelven-
                    oscuras golondrinas.

Dos amantes se matan por un hilo
                    -ruptura a dos mil millas-;

sin que pueda salvarle una morada
                    un amor agoniza,

y Iludiéndose el teléfono en el pecho
                    la enamorada expira.

Los maniquíes su lección ofrecen,
                    moral desde vitrinas:

ni sufrir ni gozar, ni bien ni mal,
                    perfección de la línea.

Para ser tan felices las doncellas
                    poco a poco se quitan

viejos estorbos, vagos corazones
                    que apenas si latían.

Hay en las calles bocas que conducen
                    a cuevas oscurísimas:

allí no sufre nadie; sombras bellas
                    gráciles se deslizan,

sin carne en que el dolor pueda dolerles,
                    de sonrisa a sonrisa.

Entre besos y escenas de colores
                    corriendo va la intriga.

Acaba en un jardín, al fondo rosas
                    de trapo sin espinas.

Se descubren las gentes asombradas
                    su sueño: es la película,

vivir en un edén de cartón piedra,
                    ser criaturas lisas.

Hermosura posible entre tinieblas
                    con las luces se esquiva.

La yerba de los cines está llena
                    de esperanzas marchitas.

Hay en los bares manos que se afanan
                    buscando la alegría,

y prenden por el talle a sus parejas,
                    o a copas cristalinas.

Mezclado azul con rojo, verde y blanco,
                    fáciles alquimistas

ofrecen breves dosis de retorno
                    a ilusiones perdidas.

Lo que la orquesta toca y ellos bailan,
                    son todo tentativas

de salir sin salir del embolismo
                    que no tiene salida.

Mueve un ventilador aspas furiosas
                    y deshoja una Biblia.

Por el aire revuelan gemebundas
                    voces apocalípticas,

y rozan a las frentes pecadoras
                    alas de profecías.

La mejor bailarina, Magdalena,
                    se pone de rodillas.

Corren las ambulancias, con heridos
                    de muerte sin heridas.

En Wall Street banqueros puritanos
                    las escrituras firman

para comprar al río los reflejos
                    del cielo que está arriba.


                        3

Un hombre hay que se escapa, por milagro,
                    de tantas agonías.

No hace nada, no es nada, es Charlie Chaplin,
                    es este que te mira;

somos muchos, yo solo, centenares
                    las almas fugitivas

de Henry Ford, de Taylor, de la técnica,
                    los que nada fabrican

y emplean en las nubes vagabundas
                    ojos que no se alquilan.

No escucharán anuncios de la radio;
                    atienden la doctrina

que tú has ido pensando en tus profundos,
                    la que sale a tu orilla,

ola tras ola, espuma tras espuma,
y se entra por los ojos toda luz,
                    y ya nunca se olvida.

Pedro Salinas.

jueves, 12 de marzo de 2020

Castillo de Elsinor (Insomnio)


Yo no veía ningún alma en pena
Vagar ante los muros del castillo.
De pronto percibí desliz de brillo:
Rata alumbrada se asoció a mi escena.

La luna prefería cierta almena,
Y un rayo era ya el dedo en el anillo
Del amor tan audaz y tan sencillo
Que a un oro del futuro se encadena.

Sin historia la rata, primitiva,
Me condujo a un pasado con sus duendes,
Sus príncipes errantes sin consuelo.

Y la rata cruzó por luz de arriba,
De tragedia, de rey.
Tú si me entiendes, luna.
Todo convive en mi desvelo.

Jorge Guillén.

martes, 10 de marzo de 2020

Soneto a un cántico espiritual.


Cruzó el césped tu sombra y presuroso
alcé la vista por seguir tu vuelo,
mas la alegría del azul del cielo
me hizo olvidarte, pájaro piadoso;

hasta que arriba comenzó armonioso
tu canto a dar señales de tu celo,
notas tan dulces y amorosas
que lo hicieron ser el centro
de un glorioso ámbito de cristal,
donde domina más que la luz la música extremada.

Alcé la vista para oír tu canto
que en el azul alegre me ilumina.
Sombra y canto movieron mi mirada
y la movieron largamente al llanto.

Manuel Altolaguirre.

viernes, 6 de marzo de 2020

Hombre volador.


Américas aguardan todavía
Resplandecientes vírgenes ignotas,
O nada más para los ojos gotas
De un trémulo rocío en una umbría,

Ya inhumano el espacio -la alegría
De no siempre sentirse tan remotas
De alguno, de un Colón, por fin no idiotas
Ante la mente que a su luz se alía.

El hombre por el cosmos se aventura,
Supera con su espíritu el espanto
De tanta inmensidad jamás hallada,

Y hasta cree salir de la clausura
De sus postreros límites.
¡Y cuánto mundo a ciegas,
sin luz de tal mirada!


Jorge Guillén.

miércoles, 4 de marzo de 2020

humano ardor.


Navío sosegado que boga por un río,
a veces me pregunto si tu cuerpo es un ave.
A veces si es el agua, el agua o el río mismo;
pero siempre te estrecho
como voz entre labios.

Besarte es pronunciarte, oh dicha,
oh dulce fuego dicho.
Besarte es pronunciarte como un calor
que del pecho surtiera,
una dulce palabra que en la noche relumbra.

Pero tú, tan hermosa, tienes ojos azules,
tienes pestañas donde pájaros vuelan,
donde un canto se enreda entre plumas o alas
que hacen azul la aurora cuando la noche cede.

¡Oh hermosa, hermosa!
Te vi, te vi pasar arrebatando la realidad constante,
desnuda como la piedra ardiente,
blanda como las voces de las flores tocadas,
amarilla en el día sin un sol que no osara.
Tus labios son esa suave tristeza que ciega cuando alguien
pone su pobre boca humana; eran,
no una palabra, sino su sueño mismo,
su imperioso mandato que castiga con beso.
Morir no es aquel nombre que de niño pasaba,
pasaba como un hada enlutada y sin ruido.
No es esa noche lóbrega, cuando el lobo lamía
la mano que, amarilla, es sarmiento en la hoguera.
Morir no es ese pelo negrísimo que ondea,
ese azul tenebroso que en una roca yace.
Ese brillo fatal donde la luna choca
y salta como acero que ese otro acero escupe.
Morir, morir es tener en los brazos un cuerpo
del que nunca salir se podrá como hombre.
Pero acaso quedar como gota de plomo,
resto en tierra visible de un ardor soberano.
Pero tú que aquí descansas como descansa la luz en la tarde de estío,
eres soberbia como el desnudo sin árboles,
violenta como la luna enrojecida
y ardiente como el río que un volcán evapora.
Pero yo te acaricio sabiendo que la vida resiste más que el fuego,
que unos dientes se besan, se besan aun sin labios,
y que, hermosa o terrible, aves enfurecidas
entre pestañas vuelan, y cantan, o aún me llaman.

Vicente Aleixandre.

viernes, 28 de febrero de 2020

Estas son mis llaves.



He venido a sembrar mis huesos otra vez
y a abrir las acequias de mis venas.
Estas son mis llaves:
sacad el trigo por la puerta.
El hombre está aquí para cumplir una sentencia,
no para imponerla.
Que suba al ara como la paloma y el cordero.
Y que hable el juez desde su cruz,
no desde su silla.

Levantad el patíbulo.
pero con cada criminal, que muera un justo,
Haced del patíbulo un altar y decid:
Señor, te damos nuestra sangre:
La de la oveja negra
y la de la oveja blanca...
la de los gangsters
y la de los cristos.
Toda la sangre es roja...
y humus para la tierra agonizante.
Con Cristo, pero en los Olivos y en la cruz:
con la fiebre y la hiel,
con la sed y la esponja,
con la sombra y el llanto,
en la humedad cerrada de la angustia,
en el reino de la semilla y de la noche,
esperando... esperando a que broten de nuevo
la espiga
la aurora
y la conciencia.

León Felipe.

martes, 25 de febrero de 2020

los cuatro elementos.


Los hombres -pobres hombres-
Mantienen convivencia necesaria
Con ese alrededor que los sostiene:
La tierra más el agua, fuego y aire.

Esa nutricia tierra
Que a todo sin cesar le da su hondura.
El agua de los mares, de los ríos,
De creaciones líquidas.

Los fuegos y sus llamas nos alumbran,
Caldean y destruyen.
Oh luz con sus penumbras y sus sombras
De una puntualidad bien dirigida.

En una relación siempre inmediata,
El aire: brisa, viento, vendaval.
Brisa, deleite, viento acosador
Y ya enemigo.

Ahí está la natura prodigiosa,
Algo como una madre, como un padre.
Sin ellos no hay presente ni futuro.
¿Y arriba a gran altura el primer Móvil?

Jorge Guillén.

viernes, 21 de febrero de 2020

Retornos del amor en medio del mar.


Esplendor mío, amor,
inicial de mi vida,
quiero decirte, toda tú belleza,
aquí, en medio del mar, cuando voy en tu busca,
cuando tan solo puedo compararte
con la hermosura tibia de las olas.

Es tu cabeza un manantial de oro,
una lluvia de espuma dorada que me enciende
y me lleva a navegar al fondo de la noche.

Es tu frente la aurora con dos arcos
por las que pasan dulces esos soles,
con que sueñan al alba los navíos.

¿Qué decir de tu boca y tus orejas,
de tu cuello y tu hombros si el mar esconde conchas,
corales y jardines sumergidos, que quisieran al soplo
de las olas del sur ser como ellos?

Son tus costados como dos bahías en reposo, donde al
son de tus brazos sólo cantan, el silencio de amor que las rodea.

Triste es hablar, cuando se está distante,
de los golfos de sombra, de las islas
que llaman al marino que los siente
pasar, sin verlos, fuera de su vista.

Amor mío, tus piernas son dos playas,
dos medanos tejidos que se eleven con un rumor de juncos si no duermen
dame tus pies pequeños para andarte,
voy por el mar, voy sobre tí, mi vida,
para sentir todas tus riberas,

tú belleza, más bella que las olas
aquellas que en momentos se me parecen a tus
bellos ojos verdes…

Rafael Alberti.

viernes, 31 de enero de 2020

Imagen manual, incompleta (Gerardo Diego).


(Imagen, Manual de Espumas)

Unas cejas espesas,
si unos ojos esquivos.
Quizá miraron antes
unas luces latiendo.
Quedan esas pestañas
ligeras que abanican,
con misterio soplando
aire leve hasta el mundo.
Ojos que allí ocultados
tras un bosque oloroso
miran entre unas ramas.
Cuerpos mudos descubren.
O son estrellas claras,
tal vez espumas, sombras
esbeltas que allí huyen.
Desnudeces y nombres
a porfía persíguense
entre palabras o aves
que de un cielo se ciernen.
Lenguaje alalo, súbitamente
brusco y blanquísimo,
que extiende su ala pura
por un cielo arrasado.
Gerardo, imagen, suma
manual que aquí salpica
para todos, callándose.
Mientras hablan sus nubes.

Vicente Aleixandre.

jueves, 30 de enero de 2020

Los amigos.


Amigos.
Nadie mas. El resto es selva.
¡Humanos, libres, lentamente ociosos!
Un amor que no jura ni promete
Reunirá a unos hombres en el aire,
Con el aire salvándose. Palabras
Quieren, solo palabras y una orilla:
Esos recodos verdes frente al verde
Sereno, claro, general del río.
¡Cómo resbalaran sobre las horas
La vacación, el alma, los tesoros!


Jorge Guillén.

martes, 28 de enero de 2020

Dama de noche.


Dama de noche, estrellada
oscuridad de los ciegos.

Piso tu sombra de luna
y el borde de tu perfume
derramado en el paseo.

Dama de noche, estrellada;
oscuridad de los ciegos.


Manuel Altolaguirre.

viernes, 24 de enero de 2020

Al margen de las mil y una noches: La inminencia.


Entonces dije: "Sésamo-. La puerta
Con suavidad solemne y clandestina se abrió.
Yo me sentí sobrecogido,
Pero sin embarazo penetré.

Alguien me sostenía desde dentro del corazón.
De un golpe vi una sala.
Arañas por cristal resplandecían
Sobre una fiesta aún sin personajes.

Entre espejos, tapices y pinturas
Yo estaba solo. Resplandor vacío
Se reservaba al muy predestinado.

Y me lancé a la luz y a su silencio,
Latentes de una gloria ya madura
Bajo mi firme decisión.
Entonces...

Jorge Guillén.

miércoles, 22 de enero de 2020

Al cumplir mis cincuenta años. Preguntas.


¿Recordar mis esperanzas?
¿Revivir mis ilusiones?
¿Ir hacia atrás? ¿Encontrarme
a media vida, sin vida,
en la sima de un abismo
hundida cumbre del aire?
¿Volver al centro del alma?
¿Romper espejos? ¿Pedir,
pedir a gritos la noche?
No mires atrás, no mires.
Mira al sol y a las estrellas.


Manuel Altolaguirre.

martes, 14 de enero de 2020

Bulto sin amor.

Basta, tristeza, basta, basta, basta.

No pienses más en esos ojos que te duelen,
en esa frente pura encerrada en sus muros,
en ese pelo rubio, que una noche ondulara.

¡Una noche!
Una vida, todo un pesar,
todo un amor, toda una dulce sangre.
Toda una luz que bebí de unas venas,
en medio de la noche y en los días radiantes.

Te amé... No sé.
No sé qué es el amor.
Te padecí gloriosamente como a la sangre misma,
como el doloroso martillo que hace vivir y mata.

Sentí diariamente que la vida es la muerte.
Supe lo que es amar porque morí a diario.

Pero no morí nunca. No se muere. Se muere...
Se muere sobre un aire, sobre un hombro no amante.
Sobre una tierra indiferente para los mismos besos.

Eras tan tierna; eras allí, remotamente, hace mucho,
eras tan dulce como el viento en las hojas,
como un montón de rosas para los labios fijos.

Después, un rayo vengativo, no sé qué destino enigmático,
qué luz maldita de un cielo de tormenta,
descargó su morado relámpago sobre tu frente pura,
sobre tus ojos dulces,
sobre aquellos labios tempranos.

Y tus ojos de fósforo lucieron sin espera,
lucieron sobre un monte pelado sin amores,
y se encendieron rojos para siempre en la aurora,
cielo que me cubriera tan bajo como el odio.

¿Quién eres tú? ¿Qué rostro es ese, qué dureza diamantina?
¿Qué mármol enrojecido por la tormenta
que los besos no aplacan, ni la dulce memoria?
Beso tu bulto, pétrea rosa sin sangre.
Tu pecho silencioso donde resbala el agua.
Tu rostro donde nunca brilla la luz azul,
aquella senda pura de las blandas miradas.
Beso tus manos que no vuelan a labios.
Beso su gotear de un cielo entristecido.
Pero quizá no beso sino mis puras lágrimas.

Esta piedra que estrecho como se estrecha un ave,
ave inmensa de pluma donde en terrar un rostro,
no es un ave, es la roca, es la dura montaña,
cuerpo humano sin vida a quien pido la muerte.

Vicente Aleixandre.

miércoles, 8 de enero de 2020

Duermes.

Duermes.
Mi mano toca sueño.
Duermes.
Gozo de tu inocencia confiada,
de tu implícita forma en esa noche
que hace tan suya con amor la mano.

Te siento dormir sin verte,
serenísima, sagrada,
nunca imagen de la muerte,
y oponiéndote a la nada
triunfar como piedra inerte.

La delicada masa de tu sueño
se espesa junto a mí, sin paz nocturna,
que así convive con la invulnerable,
cuyo retorno al despertar es siempre
la súbita inmersión en nuestra dicha.

Sumido en un calor de dos, el sueño
relaja su clausura, casi abierta
dulcemente hacia el día aún isleño.
Calor, amor.
La historia tras la puerta.

Jorge Guillén.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...