viernes, 24 de octubre de 2014

Unas pocas palabras.






Unas pocas palabras en tu oído diría. 
Poca es la fe de un hombre incierto.
Vivir mucho es oscuro, y de pronto saber no es conocerse.
Pero aún así diría. Pues mis ojos repiten lo que copian:
tu belleza, tu nombre, el son del río, el bosque,
el alma a solas.

Todo lo vio y lo tienen. Eso dicen los ojos.
A quien los ve responden. Pero nunca preguntan.
Porque si sucesivamente van tomando
de la luz el color, del oro el cieno
y de todo el sabor el pozo lúcido,
no desconocen besos, ni rumores, ni aromas;
han visto árboles grandes, murmullos silenciosos,
hogueras apagadas, ascuas, venas, ceniza,
y el mar, el mar al fondo, con sus lentas espinas,
restos de cuerpos bellos, que las playas devuelven.

Unas pocas palabras, mientras alguien callase;
las del viento en las hojas, mientras beso tus labios.
Unas claras palabras, mientras duermo en tu seno.
Suena el agua en la piedra. 
Mientras, quieto,estoy muerto.


Vicente Aleixandre.

jueves, 23 de octubre de 2014

Yo te puedo poblar, soledad mía.





Yo te puedo poblar, soledad mía,
igual que puedo hacer rocas y árboles
de estas oscuras gentes que me cercan.

¿Cómo, si no, llevar sobre los hombros la ausencia? 
El ágil viento me conoce y ayuda en mi trabajo: 
cada día cuelgo del monte nuestro cielo limpio,
planto en el lago nuestra rubia era
y el ancho río de corriente pródiga
vacío lentamente...

Allí donde los pinos y los álamos,
donde la encina sólida y el roble
el claro olivo de verdor de plata.

Y sobre el culto césped
el triunfo de la espiga.
El sol muy en lo alto, fatigando
el aire con sus alas,
en el cenit su vuelo detenido.

Cómo su gracia y limpidez los ojos
me abrasan con su luz... No lo soñara
la torpe mano que me arrebatara
mi blanca Andalucía.


Pedro Garfias.

miércoles, 22 de octubre de 2014

Ritmo de Otoño.




1920
A Manuel Ángeles
Amargura dorada en el paisaje.
El corazón escucha.
En la tristeza húmeda el viento dijo:
Yo soy todo de estrellas derretidas,
sangre del infinito.
Con mi roce descubro los colores
de los fondos dormidos.
Voy herido de místicas miradas,
yo llevo los suspiros
en burbujas de sangre invisibles
hacia el sereno triunfo
del amor inmortal lleno de Noche.
Me conocen los niños,
y me cuajo en tristezas.
Sobre cuentos de reinas y castillos,
soy copa de luz. Soy incensario
de cantos desprendidos
que cayeron envueltos en azules
transparencias de ritmo.
En mi alma perdiéronse solemnes
carne y alma de Cristo,
y finjo la tristeza de la tarde
melancólico y frío.
El bosque innumerable.
Llevo las carabelas de los sueños
a lo desconocido.
Y tengo la amargura solitaria
de no saber mi fin ni mi destino.
Las palabras del viento eran suaves
con hondura de lirios.
Mi corazón durmiose en la tristeza
del crepúsculo.
Sobre la parda tierra de la estepa
los gusanos dijeron sus delirios.
Soportamos tristezas
al borde del camino.
Sabemos de las flores de los bosques,
del canto monocorde de los grillos,
de la lira sin cuerdas que pulsamos,
del oculto sendero que seguimos.
Nuestro ideal no llega a las estrellas,
es sereno, sencillo:
quisiéramos hacer miel, como abejas,
o tener dulce voz o fuerte grito,
o fácil caminar sobre las hierbas,
o senos donde mamen nuestros hijos.
Dichosos los que nacen mariposas
o tienen luz de luna en su vestido.
¡Dichosos los que cortan la rosa
y recogen el trigo!
¡Dichosos los que dudan de la muerte
teniendo Paraíso,
y el aire que recorre lo que quiere
seguro de infinito!
Dichosos los gloriosos y los fuertes,
los que jamás fueron compadecidos,
los que bendijo y sonrió triunfante
el hermano Francisco.
Pasamos mucha pena
cruzando los caminos.
Quisiéramos saber lo que nos hablan
los álamos del río.
Y en la muda tristeza de la tarde
respondioles el polvo del camino:
Dichosos, ¡oh gusanos!, que tenéis
justa conciencia de vosotros mismos,
y formas y pasiones,
y hogares encendidos.
Yo en el sol me disuelvo
siguiendo al peregrino,
y cuando pienso ya en la luz quedarme,
caigo al suelo dormido.
Los gusanos lloraron, y los árboles,
moviendo sus cabezas pensativos,
dijeron: El azul es imposible.
Creíamos alcanzarlo cuando niños,
y quisiéramos ser como las águilas
ahora que estamos por el rayo heridos.
De las águilas es todo el azul.
Y el águila a lo lejos:
¡No, no es mío!
Porque el azul lo tienen las estrellas
entre sus claros brillos.
Las estrellas: Tampoco lo tenemos:
está entre nosotras escondido.
Y la negra distancia: El azul
lo tiene la esperanza en su recinto.
Y la esperanza dice quedamente
desde el reino sombrío:
Vosotros me inventasteis corazones,
Y el corazón:
¡Dios mío!
El otoño ha dejado ya sin hojas
los álamos del río.
El agua ha adormecido en plata vieja
al polvo del camino.
Los gusanos se hunden soñolientos
en sus hogares fríos.
El águila se pierde en la montaña;
el viento dice: Soy eterno ritmo.
Se oyen las nanas a las cunas pobres,
y el llanto del rebaño en el aprisco.
La mojada tristeza del paisaje
enseña como un lirio
las arrugas severas que dejaron
los ojos pensadores de los siglos.
Y mientras que descansan las estrellas
sobre el azul dormido,
mi corazón ve su ideal lejano
y pregunta:
¡Dios mío!
Pero, Dios mío, ¿a quién?
¿Quién es Dios mío?
¿Por qué nuestra esperanza se adormece
y sentimos el fracaso lírico
y los ojos se cierran comprendiendo
todo el azul?
Sobre el paisaje viejo y el hogar humeante
quiero lanzar mi grito,
sollozando de mí como el gusano
deplora su destino.
Pidiendo lo del hombre, Amor inmenso
y azul como los álamos del río.
Azul de corazones y de fuerza,
el azul de mí mismo,
que me ponga en las manos la gran llave
que fuerce al infinito.
Sin terror y sin miedo ante la muerte,
escarchado de amor y de lirismo,
aunque me hiera el rayo como al árbol
y me quede sin hojas y sin grito.
Ahora tengo en la frente rosas blancas
y la copa rebosando vino.



Federico García Lorca.

martes, 21 de octubre de 2014

Con todo respeto.




Árboles mujeres y niños
son todo lo mismo: Fondo
Las voces los cariños la nitidez la alegría
este saber que al fin estamos todos
¡Sí! Los diez dedos que miro.

Ahora el sol no es horrendo como una mejilla dispuesta
no es un ropaje ni una linterna sin habla
No es tampoco la respuesta que se escucha con las rodillas
o esa dificultad de tocar las fronteras con lo más blanco de los ojos.

Es ya el sol la verdad la lucidez la constancia
Se dialoga con la montaña
se la cambia por el corazón
Se puede seguir marchando ligero
El ojo del pez si arribamos al río
es justo la imagen de la dicha que Dios nos prepara
el beso ardentísimo que nos quebranta los huesos.

Sí Al fin es la vida Oh qué hermosura de huevo
este amplio regalo que nos tiende ese Valle
esta limitación sobre la que apoyar la cabeza
para oír la mejor música la de los planetas distantes.

Vamos todos de prisa
acerquémonos a la hoguera
Vuestras manos de pétalos y las mías de cáscara
estas deliciosas improvisaciones que nos mostramos
valen para quemarlas para mantener la confianza en el mañana
para que la conversación pueda seguir ignorando la ropa.

Yo ignoro la ropa ¿Y tú?
Yo vestido con trescientos vestidos o cáñamo
envuelto en mis ropones más broncos
conservo la dignidad de la aurora y alardeo de desnudeces.

Si me acariciáis yo creeré que está descargando una tormenta
y preguntaré si los rayos son de siete colores
O a lo mejor estaré pensando en el aire
y en esa ligera brisa que riza la piel indefensa.

Con la punta del pie no me río
más bien conservo mi dignidad
y si me muevo por la escena lo hago como un excelente
como la más incauta hormiguita.

Así por la mañana o por la tarde
cuando llegan las multitudes yo saludo con el gesto
y no les muestro el talón porque eso es una grosería.

Antes bien les sonrío les tiendo la mano
dejo escapar un pensamiento una mariposa irisada
mientras rubrico mi protesta convirtiéndome en estiércol.



Vicente Aleixandre.

lunes, 20 de octubre de 2014

Cúbreme, amor, el cielo de la boca.





Cúbreme, amor, el cielo de la boca 
con esa arrebatada espuma extrema, 
que es jazmín del que sabe y del que quema, 
brotado en punta de coral de roca. 

Alóquemelo, amor, su sal, 
aloca tu lancinante aguda flor suprema, 
doblando su furor en la diadema 
del mordiente clavel que la desboca. 

¡Oh ceñido fluir, amor, 
oh bello borbotar temperado de la nieve 
por tan estrecha gruta en carne viva, 
para mirar cómo tu fino cuello se te resbala, 
amor, y se te llueve de jazmines 
y estrellas de saliva!



Rafael Alberti.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...