viernes, 18 de enero de 2019

El amor no es relieve.


Hoy te quiero declarar mi amor.
Un río de sangre, un mar de sangre
es este beso estrellado sobre tus labios.
Tus dos pechos son muy pequeños
para resumir una historia.
Encántame.
Cuéntame el relato de ese lunar sin paisaje.
Talado bosque por el que yo me padecería, llanura clara.
Tu compañía es un abecedario.
Me acabaré sin oírte.
Las nubes no salen de tu cabeza, pero hay peces que no respiran.
No lloran tus pelos caídos porque yo los recojo sobre tu nuca,
te estremeces de tristeza porque las alegrías van en volandas.
Un niño sobre mi brazo cabalga secretamente.
En tu cintura no hay nada más que mi tacto quieto.
Se te saldrá el corazón por la boca mientras la tormenta se hace morada.
Este paisaje está muerto. Una piedra caída indica que la desnudez se va haciendo.
Reclínate clandestinamente. En tu frente hay dibujos ya muy gastados.
Las pulseras de oro ciñen el agua y tus brazos son limpios, limpios de referencia.
No me ciñas el cuello, que creeré que se va a hacer de noche.
Los truenos están bajo tierra. El plomo no puede verse.
Hay una asfixia que me sale a la boca.
Tus dientes blancos están en el centro de la tierra.
Pájaros amarillos bordean tus pestañas. No llores. Si yo te amo.
Tu pecho no es de albahaca; pero esa flor, caliente. Me ahogo.
El mundo se está derrumbando cuesta abajo. Cuando yo me muera.
Crecerán los magnolios.
Mujer, tus axilas son frías.
Las rosas serán tan grandes que ahogarán todos los ruidos.
Bajo los brazos se puede escuchar el latido del corazón de gamuza.
¡Qué beso! Sobre la espalda una catarata de agua helada te recordará tu destino.
Hijo mío.-La voz casi muda-. Pero tu voz muy suave,
pero la tos muy ronca escupirá las flores oscuras.
Las luces se hincarán en tierra, arraigándose a mediodía.
Te amo, te amo, no te amo.
Tierra y fuego en tus labios saben a muerte perdida.
Una lluvia de pétalos me aplasta la columna vertebral.
Me arrastraré como una serpiente.
Un pozo de lengua seca cavado en el vacío alza su furia y golpea mi frente.
Me descrismo y derribo, abro los ojos contra el cielo mojado.
El mundo llueve sus cañas huecas.
Yo te he amado, yo.
¿Dónde estás, que mi soledad no es morada?
Seccióname con perfección y mis mitades vivíparas se arrastrarán por la tierra cárdena.

Vicente Aleixandre.

jueves, 17 de enero de 2019

Fuera de mi tiempo.


Fuera de mi tiempo estoy,
desterrado en mi memoria,
pero venturoso soy
porque tengo la llave
la clave
y el ave
de toda mi historia.


Manuel Altolaguirre.

miércoles, 16 de enero de 2019

Separación.


Mi soledad llevo dentro,
torre de ciegas ventanas.

Cuando mis brazos extiendo
abro sus puertas de entrada
y doy camino alfombrado
al que quiera visitarla.

Pintó el recuerdo los cuadros
que decoran sus estancias.
Allí mis pasadas dichas
con mi pena de hoy contrastan.

¡Qué juntos los dos estábamos!
¿Quién el cuerpo? ¿Quién el alma?
Nuestra separación última,
¡qué muerte fue tan amarga!

Ahora dentro de mí llevo
mi alta soledad delgada.


Manuel Altolaguirre.

martes, 15 de enero de 2019

Navacerrada, abril.


Los dos solos.
¡Qué bien aquí, en el puerto, altos!
Vencido verde, triunfo de los dos,
al venir queda un paisaje atrás:
otro enfrente, esperándonos.
Parar aquí un minuto.
Sus tres banderas blancas
-soledad, nieve, altura-
agita la mañana.
Se rinde, se me rinde.
Ya su silencio es mío:
posesión de un minuto.
Y de pronto mi mano que te oprime,
 y tú, yo, -aventura de arranque eléctrico-,
rompemos el cristal de las doce,
a correr por un mundo de asfalto y selva virgen.
Alma mía en la tuya mecánica; mi fuerza,
bien medida, la tuya, justa: doce caballos.

Pedro Salinas.

lunes, 14 de enero de 2019

Como siempre.


Miré tus ojos sombríos bajo el cielo apagado.
Tu frente mate con palidez de escama.
Tu boca, donde un borde morado me estremece.
Tu corazón inmóvil como una piedra oscura.

Te estreché la cintura, fría culebra gruesa
que en mis dedos resbala.
Contra mi pecho cálido sentí tu paso lento.
Viscosamente fuiste solo un instante mía,
y pasaste, pasaste, inexorable y larga.

Te vi después, tus dos ojos brillando
tercamente, tendida sobre el arroyo puro,
beber un cielo inerme, tranquilo, que ofrecía
para tu lengua bífida su virginal destello.

Aún recuerdo ese brillo de tu testa sombría,
negra magia que oculta bajo su crespo acero
la luz nefasta y fría de tus pupilas hondas,
donde un hielo en abismos sin luz subyuga a nadie.

¡A nadie! Sola, aguardas un rostro, otra pupila,
azul, verde, en colores felices que rielen
claramente amorosos bajo la luz del día,
o que revelen dulces la boca para un beso.

Pero no. En ese monte pelado, en esa cumbre
pelada, están los árboles pelados que tú ciñes.
¿Silba tu boca cruda, o silba el viento roto?
¿Ese rayo es la ira de la maldad, o es solo
el cielo que desposa su fuego con la cima?

¿Esa sombra es tu cuerpo que en la tormenta escapa,
herido de la cólera nocturna, en el relámpago,
o es el grito pelado de la montaña libre,
libre sin ti y ya monda, que fulminada exulta?

Vicente Aleixandre.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...