jueves, 12 de mayo de 2022

 Por último.



Voy a cantar doblando;
canto con todo el cuerpo;
por levantar montañas dominadas,
por sonreír cuando la luna puede.

Soy, dicen, un jardín cultivado,
una masa de sueño no exprimido,
una esperanza amada por lo próspero,
todo lo que se nombra o sonríe.

Así alejar un brazo como designio,
dejar que vaya lejos como no nuestro,
que compruebe el poniente o el dolor,
esos temores últimos tangibles.

La lontananza es una canción distraída;
mientras yo estoy besándote qué importa
que allí por los finales extinguiéndose
cinco, diez, treinta luces se queden mudas.

Tamborilear unos dedos remotos.
Que esa funesta sombra no acaricie,
que sí compruebe la veracidad de occidente
o la de nuestras carnes ya mortales.

Que yo aquí tenga la frente como un árbol,
que yo mismo me asuste. No, no quiero;
quiero besar como el jilguero pálido,
como la cera en que está convertido.

Quiero un bosque, una luna, quiero todo,
¿me entiendes? Todo, todo, hasta lo horrible,
esos cabellos de saliva extensa.

Pero allí, allí, allí lo remoto,
ese aroma que nace de la masa,
esa flor que hacia abajo busca el cielo
o el rostro contraído en el contacto.

No aquí. Aquí está tendido lo más fácil;
voy a inventar un cuento o una espuma;
aquí están las miradas o las aguas.

Dulces corrientes, fáciles promesas,
un rasguear de pérdidas o añoros,
una alabanza que se escucha y gusta
lo mismo que una cara que se borra.

Yo aspiro a lo blanco o la pared, ¿quién sabe?
Aspiro a mí o a ti o a lo llorado,
aspiro a un eso que se va perdiendo
como diez dedos, humo o lo ya atónito.

Lejos veo el camino o el desprecio,
ese desdén ceñido por la prisa
que se evade si acaso como pájaro,
como si nada ya valiese el vuelo.

Nardo, jazmín o lúcidos rencores;
luna mordiente o tálamo escupido;
todo es carbón que duele y que solloza
sobre lo falso vegetal que existe.

Vicente Aleixandre.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...