viernes, 23 de octubre de 2015

Tren.





                                        Venid conmigo

                            Cada estación es un poco de nido

El alma llora porque se ha perdido

                                      Yo               ella
                                    como             dos
                            golondrinas             paralelas

Y arriba una bandada de estrellas mensajeras

El olvido
            Deposita sus hojas
                                        en todos los caminos
Sangre
                            Sangre de aurora
            Pero no es más que agua

Agitando los arboles
                llueven
                            llueven silencios
                                                    ahorcados en las ramas.



Gerardo Diego.

jueves, 22 de octubre de 2015

El hondo sueño.





Este soñar a solas...
¡Si tu vida de pronto amaneciese ante mi espera!
¿Por dónde voy cayendo?
Primavera, mientras, en tomo mío dilapida
su olor y se me escapa en la caída.

¡Tan solitariamente se acelera
-y está la noche ahí, variando fuera-
la gravedad de un ansia desvalida!

Pero tanto sofoco en el vacío cesará.
Gozaré de apariciones que atajarán
el vergonzante empeño de henchir tu ausencia
con mi desvarío.

¡Realidad, realidad, no me abandones
para soñar mejor el hondo sueño!



Jorge Guillén.

miércoles, 21 de octubre de 2015

Unidad en ella.






Cuerpo feliz que fluye entre mis manos,
rostro amado donde contemplo el mundo,
donde graciosos pájaros se copian fugitivos,
volando a la región donde nada se olvida.

Tu forma externa, diamante o rubí duro,
brillo de un sol que entre mis manos deslumbra,
cráter que me convoca con su música íntima, con esa
indescifrable llamada de tus dientes.

Muero porque me arrojo, porque quiero morir,
porque quiero vivir en el fuego, porque este aire de fuera
no es mío, sino el caliente aliento
que si me acerco quema y dora mis labios desde un fondo.

Deja, deja que mire, teñido del amor,
enrojecido el rostro por tu purpúrea vida,
deja que mire el hondo clamor de tus entrañas
donde muero y renuncio a vivir para siempre.

Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo,
quiero ser tú, tu sangre, esa lava rugiente
que regando encerrada bellos miembros extremos
siente así los hermosos límites de la vida.

Este beso en tus labios como una lenta espina,
como un mar que voló hecho un espejo,
como el brillo de un ala,
es todavía unas manos, un repasar de tu crujiente pelo,
un crepitar de la luz vengadora,
luz o espada mortal que sobre mi cuello amenaza,
pero que nunca podrá destruir la unidad de este mundo.



Vicente Aleixandre.

martes, 20 de octubre de 2015

Yo.







Mi portento inmediato,
mi frenética pasión de cada día,
mi flor, mi ángel de cada instante,
aun como el pan caliente con olor de tu hornada,
aun sumergido en las aguas de Dios,
y en los aires azules del día original del mundo:
dime, dulce amor mío,
dime, presencia incógnita,
45 años de misteriosa compañía,
¿aún no son suficientes para entregarte,
para desvelarte a tu amigo, a tu hermano,
a tu triste doble?

¡No, no! Dime, alacrán, necrófago,
cadáver que se me está pudriendo encima
desde hace 45 años, hiena crepuscular,
fétida hidra de 800.000 cabezas,
¿por qué siempre me muestras sólo una cara?
Siempre a cada segundo una cara distinta,
unos ojos crueles, los ojos de un desconocido,
que me miran sin comprender
(con ese odio del desconocido)
y pasan: a cada segundo.

Son tus cabezas hediondas, tus cabezas crueles,
oh hidra violácea.

Hace 45 años que te odio,
que te escupo, que te maldigo,
pero no sé a quién maldigo,
a quién odio, a quién escupo.

Dulce,
dulce amor mío incógnito,
45 años hace ya
que te amo.



Dámaso Alonso.

lunes, 19 de octubre de 2015

Diosa.






Dormida sobre el tigre,
su leve trenza yace.
Mirad su bulto.
Alienta sobre la piel hermosa,
tranquila, soberana.
¿Quién puede osar, quién sólo
sus labios hoy pondría
sobre la luz dichosa que,
humana apenas, sueña?
Miradla allí. ¡Cuán sola!
¡Cuán intacta! ¿Tangible?
Casi divina, leve
el seno se alza, cesa,
se yergue, abate; gime como el amor.
Y un tigre soberbio la sostiene
como la mar hircana,
donde flotase extensa,
feliz, nunca ofrecida.
¡Ah, mortales! No, nunca;
desnuda, nunca vuestra.
Sobre la piel hoy ígnea
miradla, exenta: es diosa.



Vicente Aleixandre.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...