viernes, 16 de junio de 2017

Tormento de amor.




Te amé, te amé, por tus ojos, tus labios,
tu garganta, tu voz,
tu corazón encendido en violencia.
Te amé como a mi furia, mi destino furioso,
mi cerrazón sin alba, mi luna machacada.

Eras hermosa. Tenías ojos grandes.
Palomas grandes, veloces garras,
altas águilas potentísimas...
Tenías esa plenitud por un cielo rutilante
donde el fragor de los mundos
no es un beso en tu boca.

Pero te amé como la luna ama la sangre,
como la luna busca la sangre de las venas,
como la luna suplanta a la sangre y recorre furiosa
las venas encendidas de amarillas pasiones.

No sé lo que es la muerte, si se besa la boca.
No sé lo que es morir. Yo no muero. Yo canto.
Canto muerto y podrido como un hueso brillante,
radiante ante la luna como un cristal purísimo.

Canto como la carne, como la dura piedra.
Canto tus dientes feroces sin palabras.
Canto su sola sombra, su tristísima sombra
sobre la dulce tierra donde un césped se amansa.

Nadie llora. No mires este rostro
donde las lágrimas no viven, no respiran.
No mires esta piedra, esta llama de hierro,
este cuerpo que resuena como una torre metálica.

Tenías cabellera, dulces rizos, miradas y mejillas.
Tenías brazos, y no ríos sin límite.
Tenías tu forma, tu frontera preciosa, tu dulce margen
de carne estremecida.
Era tu corazón como alada bandera.

¡Pero tu sangre no, tu vida no, tu maldad no!
¿Quién soy yo que suplica a la luna mi muerte?
¿Quién soy yo que resiste los vientos, que siente las
heridas de sus frenéticos cuchillos,
que le mojen su dibujo de mármol
como una dura estatua ensangrentada por la tormenta?

¿Quién soy yo que no escucho entre los truenos,
ni mi brazo de hueso con signo de relámpago,
ni la lluvia sangrienta que tiñe la yerba que ha nacido
entre mis pies mordidos por un río de dientes?

¿Quién soy, quién eres, quién te sabe?
¿A quién amo, oh tú, hermosa mortal,
amante reluciente, pecho radiante;
¿a quién o a quién amo, a qué sombra, a qué carne,
a qué podridos huesos que como flores me embriagan?



Vicente Aleixandre.

jueves, 15 de junio de 2017

En la plaza.



Hermoso es, hermosamente humilde
y confiante, vivificador y profundo,
sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido,
llevado, conducido, mezclado,
rumorosamente arrastrado.

No es bueno quedarse en la orilla
como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente imitar a la roca.
Sino que es puro y sereno
arrasarse en la dicha de fluir y perderse,
encontrándose en el movimiento
con que el gran corazón
de los hombres palpita extendido.

Como ese que vive ahí, ignoro en qué piso,
y le he visto bajar por unas escaleras
y adentrarse valientemente entre la multitud y perderse.
La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto corazón afluido.
Allí, ¿quién lo reconocería? Allí con esperanza, con resolución o con fe,
con temeroso denuedo, con silenciosa humildad, allí él también transcurría.

Era una gran plaza abierta, y había olor de existencia.
Un olor a gran sol descubierto, a viento rizándolo,
un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano,
su gran mano que rozaba las frentes unidas y las reconfortaba.

Y era el serpear que se movía
como un único ser, no sé si desvalido, no sé si poderoso,
pero existente y perceptible, pero cubridor de la tierra.

Allí cada uno puede mirarse y puede alegrarse y puede reconocerse.
Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete,
con los ojos extraños y la interrogación en la boca,
quisieras algo preguntar a tu imagen,
no te busques en el espejo,
en un extinto diálogo en que no te oyes.
Baja, baja despacio y búscate entre los otros.
Allí están todos, y tú entre ellos.
Oh, desnúdate y fúndete, y reconócete.

Entra despacio, como el bañista que, temeroso, con mucho amor y recelo al agua,
introduce primero sus pies en la espuma,
y siente el agua subirle, y ya se atreve, y casi ya se decide.
Y ahora con el agua en la cintura todavía no se confía.
Pero él extiende sus brazos, abre al fin sus dos brazos y se entrega completo.
Y allí fuerte se reconoce, y se crece y se lanza,
y avanza y levanta espumas, y salta y confía,
y hiende y late en las aguas vivas, y canta, y es joven.

Así, entra con pies desnudos. Entra en el hervor,  en la plaza.
Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo.
¡Oh pequeño corazón diminuto, corazón que quiere latir
para ser él también el unánime corazón que le alcanza!


Vicente Aleixandre.

miércoles, 14 de junio de 2017

La niebla.



La niebla si es cercana me parece
que oculta algún dolor, velo que niega
a unos ojos la luz, a los que ciega
con un blancor de llanto que estremece;

pero si no es cercana, si se mece
altísima en el cielo, si navega
por los espacios desde donde riega
con lluvia y no con llanto,
me parece como el origen gris de toda cosa.

Es turbia la creación, y considera
que en el principio fue la nebulosa,
sin que mirada alguna, se escondiera
tras esa bruma blanda y misteriosa,
de la vida tal vez causa primera.



Manuel Altolaguirre.

martes, 13 de junio de 2017

Pasatiempo.



Tu tierra está perdida
Para ti, y hasta olvidas,
Por cerrada, la herida.

Tu trabajo, en secreto,
Con moneda de viento
Pagado por lo menos.

¿Qué hacer entonces, dices,
Cuando nada te asiste
Y el tiempo te desvive?

De algún azar espera
Que un cuerpo joven sea
Pretexto en tu existencia.

Acaso el amor puede
Tener aquellos seres
Que todo marco exceden.



Luis Cernuda.

lunes, 12 de junio de 2017

Agua en la noche, serpiente indecisa.


Agua en la noche, serpiente indecisa,
silbo menor y rumbo ignorado:
¿Qué día nieve, qué día mar?
Dime.
¿Qué día nube,
eco de ti
y cauce seco?
Dime.
-No lo diré: entre tus labios me tienes,
beso te doy, pero no claridades.
Que compasiones nocturnas te basten
y lo demás a las sombras
déjaselo, porque yo he sido hecha
para la sed de los labios que nunca preguntan.


Pedro Salinas.

      Eternidad. Este jardín donde estoy siempre estuvo en mí. No existo. Tanta vida, tal conciencia, borran mi ser en el tiempo. Conocer la...