miércoles, 17 de abril de 2019

Rama de otoño.



                  Cruje Otoño.
Las laderas de sombra se derrumban en torno.

                  Árbol ágil.
Mundo terso, mente monda, guante en mano al aire.

                  ¡Cómo aguzan
su pormenor tranquilo las nuevas nervaduras!

                  Chimenea:
exáltame en resumen lejanías de sierras.

                  ... Sí, se enarca,
extremo estío, la orografía de la brasa.


Jorge Guillén.

martes, 16 de abril de 2019

La voz a ti debida (Versos 1471 a 1500).


¿Hablamos, desde cuándo?
¿Quién empezó? No sé.
Los días, mis preguntas;
oscuras, anchas,
vagas tus respuestas: las noches.
Juntándose una a otra
forman el mundo, el tiempo
para ti y para mí.
Mi preguntar hundiéndose
con la luz en la nada, callado,
para que tú respondas
con estrellas equívocas;
luego, reciennaciéndose
con el alba, asombroso
de novedad, de ansia
de preguntar lo mismo
que preguntaba ayer,
que respondió la noche
a medias, estrellada.
Los años y la vida,
¡qué diálogo angustiado!
Y sin embargo, por decir casi todo.
Y cuando nos separen
y ya no nos oigamos,
te diré todavía:
“¡Qué pronto!
¡Tanto que hablar, y tanto
que nos quedaba aún!”.

Pedro Salinas.

lunes, 15 de abril de 2019

Mi voz primera.


A Pablo Neruda

Entre alaridos se sostiene
su débil rama,
entre escombros de guerra,
viva en mi corazón endurecido,
como una flor sencilla
entre las piedras del pasado,
está mi voz primera,
la inocente palabra de mis versos,
esperando que se retiren los fantasmas,
se ordenen los quebrados edificios,
se cierren las trincheras.

Hoy la flor del almendro
conoce las abejas de la muerte,
el insecto que anida en los fusiles,
y el agua del remanso, que se daba
a la caricia de algún pie desnudo,
sufre durante todo el largo día
un desfile de botas militares.

No buscan los tesoros de las minas
los insistentes golpes de los picos,
ni los profundos cráteres, abiertos
por los disparos de la artillería,
son para repoblar de selva el monte.

Es la guerra, mi voz acostumbrada
a cantar el amor y el pensamiento,
llora esta vez el odio y la locura.
Fuera de sí mi voz llora el ardiente
delirio de un incendio apasionado,
llora su rojo fuego vengativo.

Manuel Altolaguirre.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...