miércoles, 1 de abril de 2015
Lleva la cruz al hombro.
Lleva la cruz al hombro,
tres veces no, mil veces caído y levantado;
ya su vida es escombro;
va por la calle ya crucificado.
No pavor, sino asombro,
verlo lo mismo y ya transfigurado.
Nadie lo nombrará, ni yo lo nombro,
ni nadie lo ha nombrado.
No resucitará, nadie le rezará,
nadie balbuceará por la noche su nombre.
Dejó toda su sangre repartida.
Más que su muerte le duró su vida:
¡no era Dios, era hombre!
Pedro Garfias.
martes, 31 de marzo de 2015
Con los mismos ojos.
Con los mismos ojos, entornándolos
para guardar las imágenes de la
nostalgia hemos mirado hacia nuestra patria ,
viéndola herida y enajenada.
Y con esos mismos ojos, sí doloridos ya,
siempre ávidos y enamorados de la luz, miramos la vida y
la obra de estos hombres de los cuales aquí hablamos.
Por ser ellos con su obra consuelo
y ejemplo a los ojos y haber mirado
nosotros hacia sus vidas con el mismo afán,
me ha parecido que podía no ser disparatado,
es decir, cosa impar y sin común sentido
reunir estos trabajos y llevan el título
que los junta porque es verdad
que he mirado la obra en esos seis hombres
con los mismos ojos con que miro la vida”.
Juan Chábas Martí.
lunes, 30 de marzo de 2015
Mi sangre es un camino.
Me empuja a martillazos y a mordiscos,
me tira con bramidos y cordeles del corazón,
del pie, de los orígenes,
me clava en la garganta garfios dulces,
erizo entre mis dedos y mis ojos,
enloquece mis uñas y mis párpados,
rodea mis palabras y mi alcoba de hornos y herrerías,
la dirección altera de mi lengua,
y sembrando de cera su camino
hace que caiga torpe y derretida.
Mujer, mira una sangre,
mira una blusa de azafrán en celo,
mira un capote líquido ciñéndose en mis huesos
como descomunales serpientes que me oprimen
acarreando angustia por mis venas.
Mira una fuente alzada de amorosos collares
y cencerros de voz atribulada
temblando de impaciencia por ocupar tu cuello,
un dictamen feroz, una sentencia,
una exigencia, una dolencia, un río
que por manifestarse se da contra las piedras,
y penden para siempre de mis
relicarios de carne desgarrada.
Mírala con sus chivos y sus toros suicidas
corneando cabestros y montañas,
rompiéndose los cuernos a topazos,
mordiéndose de rabia las orejas,
buscándose la muerte de la frente a la cola.
Manejando mi sangre, enarbolando
revoluciones de carbón y yodo,
agrupando hasta hacerse corazón,
herramientas de muerte, rayos, hachas,
y barrancos de espuma sin apoyo,
ando pidiendo un cuerpo que manchar.
Hazte cargo, hazte cargo
de una ganadería de alacranes
tan rencorosamente enamorados,
de un castigo infinito que me parió y me agobia
como un jornal cobrado en triste plomo.
La puerta de mi sangre está en la esquina del hacha
y de la piedra, pero en ti está la entrada irremediable.
Necesito extender este imperioso reino,
prolongar a mis padres hasta la eternidad,
y tiendo hacia ti un puente de arqueados corazones
que ya se corrompieron y que aún laten.
No me pongas obstáculos que tengo que salvar,
no me siembres de cárceles,
no bastan cerraduras ni cementos,
no, a encadenar mi sangre de alquitrán inflamado
capaz de despertar calentura en la nieve.
¡Ay qué ganas de amarte contra un árbol,
ay qué afán de trillarte en una era,
ay qué dolor de verte por la espalda
y no verte la espalda contra el mundo!
Mi sangre es un camino ante el crepúsculo
de apasionado barro y charcos vaporosos
que tiene que acabar en tus entrañas,
un depósito mágico de anillos
que ajustar a tu sangre,
un sembrado de lunas eclipsadas
que han de aumentar sus calabazas íntimas,
ahogadas en un vino con canas en los labios,
al pie de tu cintura al fin sonora.
Guárdame de sus sombras que graznan fatalmente
girando en torno mío a picotazos,
girasoles de cuervos borrascosos.
No me consientas ir de sangre en sangre
como una bala loca,
no me dejes tronar solo y tendido.
Pólvora venenosa propagada,
ornado por los ojos de tristes pirotecnias,
panal horriblemente acribillado
con un mínimo rayo doliendo en cada poro,
gremio fosforescente de acechantes tarántulas
no me consientas ser.
Atiende, atiende a mi desesperado sonreír,
donde muerdo la hiel por sus raíces
por las lluviosas penas recorrido.
Recibe esta fortuna sedienta de tu boca
que para ti heredé de tanto padre.
Miguel Hernández.
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