viernes, 7 de julio de 2017

Hacia el nombre.



Se junta el follaje en ramo,
Y sólo sobre su cima
Dominio visible ejerce
La penetración de brisa.
Desplegándose va el fuste
Primaveral. Ya principia
La flor a colorearse
Despacio. ¿Sólo rojiza?
No, no. La flor se impacienta,
Quiere henchir su nombre: lila.


Jorge Guillén.

jueves, 6 de julio de 2017

El fervor.



Como en la piel de Rusia -¡es extraño!-,
el latido del abedul -acorde de olor- y en el gemido
la lágrima y el lúpulo en el oro fluido de la cerveza,
en todo me encuentro estremecido.

Mi corporeidad -mínima y acicular- es apta.
Su tensión esotérica a la adiaforia capta,
a la emoción impulsa y al entusiasmo rapta.

Soy penumbra, ebriedad de sol, senda, abditorio,
montículo de sombra, cumbre, reclinatorio,
rémora y acicate. ¿Verdad?
Contradictorio.

Y omnipresente. En todo palpito.
Mis huidas moléculas perforan la vida, estremecidas...
Mi ubicuidad, empero, no alcanza a las mentidas
verdades, ni hasta el útero de las hembras vendidas.



Juan José Domenchina.

miércoles, 5 de julio de 2017

Destino trágico.




Confundes ese mar silencioso que adoro
con la espuma instantánea del viento
entre los árboles.

Pero el mar es distinto.
No es viento, no es su imagen.
No es el resplandor de un beso pasajero,
ni es siquiera el gemido de unas alas brillantes.

No confundáis sus plumas, sus alisadas plumas,
con el torso de una paloma.
No penséis en el pujante acero del águila.
Por el cielo las garras poderosas detienen el sol.
Las águilas oprimen a la noche que nace, la estrujan
-todo un río de último resplandor va a los mares-
y la arrojan remota, despedida, apagada,
allí donde el sol de mañana duerme niño sin vida.

Pero el mar, no. No es piedra,
esa esmeralda que todos amasteis en las tardes sedientas.
No es piedra rutilante toda labios tendiéndose,
aunque el calor tropical haga a la playa latir,
sintiendo el rumoroso corazón que la invade.

Muchas veces pensasteis en el bosque.
Duros mástiles altos,
árboles infinitos bajo las ondas adivinasteis
poblados de unos pájaros de espumosa blancura.
Visteis los vientos verdes
inspirados moverlos, y escuchasteis los trinos
de unas gargantas dulces:
ruiseñor de los mares, noche tenue sin luna,
fulgor bajo las ondas donde pechos heridos
cantan tibios en ramos de coral con perfume.

Ah, sí, yo sé lo que adorasteis.
Vosotros pensativos en la orilla,
con vuestra mejilla en la mano aún mojada,
mirasteis esas ondas, mientras acaso pensabais en un cuerpo:
un solo cuerpo dulce de un animal tranquilo.
Tendisteis vuestra mano y aplicasteis su calor
a la tibia tersura de una piel aplacada.
¡Oh suave tigre a vuestros pies dormido!

Sus dientes blancos visibles en las fauces doradas,
brillaban ahora en paz. Sus ojos amarillos,
minúsculas guijas casi de nácar al poniente,
cerrados, eran todo silencio ya marino.
Y el cuerpo derramado, veteado sabiamente de una onda poderosa,
era bulto entregado, caliente, dulce solo.

Pero de pronto os levantasteis.
Habíais sentido las alas oscuras,
envío mágico del fondo que llama a los corazones.
Mirasteis fijamente el empezado rumor de los abismos.
¿Qué formas contemplasteis?
¿Qué signos, inviolados,
qué precisas palabras que la espuma decía,
dulce saliva de unos labios secretos
que se entreabren, invocan, someten, arrebatan?
El masaje decía...

Yo os vi agitar los brazos.
Un viento huracanado
movió vuestros vestidos iluminados por el poniente trágico.
Vi vuestra cabellera alzarse traspasada de luces,
y desde lo alto de una roca instantánea
presencié vuestro cuerpo hendir los aires
y caer espumante en los senos del agua;
vi dos brazos largos surtir de la negra presencia
y vi vuestra blancura, oí el último grito,
cubierto rápidamente por los trinos alegres de los ruiseñores del fondo.



Vicente Aleixandre.

martes, 4 de julio de 2017

Nevada.



En el estado de Nevada
los caminos de hierro tienen nombres de pájaro
son de nieve los campos
y de nieve las horas.

Las noches transparentes
abren luces soñadas
sobre las aguas o tejados puros
constelados de fiesta.

Las lágrimas sonríen
la tristeza es de alas
y las alas sabemos
dan amor inconstante.

Los árboles abrazan árboles
una canción besa otra canción
por los caminos de hierro
pasa el dolor y la alegría.

Siempre hay nieve dormida
sobre la nieve allá en Nevada.


Luis Cernuda.

lunes, 3 de julio de 2017

Árboles.



La primavera vendrá
cuando tu mano cerrada
iracunda contra el frío,
se abra despacio en el aire;
cuando tu boca pronuncie
sus nuevas flores de música;
cuando tus dos ojos negros
formen su nido en las ramas.
Somos árboles que, juntos,
sentimos la primavera
que quiere subir al cielo,
interior niño que quiere
trepar y asoma sus manos
que brotan primaverales.


Manuel Altolaguirre.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...