viernes, 25 de marzo de 2022


Casida de la muchacha dorada.


La muchacha dorada
se bañaba en el agua
y el agua se doraba.

Las algas y las ramas
en sombra la asombraban
y el ruiseñor cantaba
por la muchacha blanca.

Vino la noche clara,
turbia de plata mata,
con peladas montañas
bajo la brisa parda.

La muchacha mojada
era blanca en el agua,
y el agua, llamarada.

Vino el alba sin mancha,
con mil caras de vaca,
yerta y amortajada
con heladas guirnaldas.

La muchacha de lágrimas
se bañaba entre llamas,
y el ruiseñor lloraba
con las alas quemadas.

La muchacha dorada
era una blanca garza
y el agua la doraba.


Federico García Lorca.

 

miércoles, 23 de marzo de 2022



Esos cerrros.


¿Pureza, soledad? Allí: son grises.
Grises intactos que ni el pie perdido
sorprendió, soberanamente leves.

Grises junto a la Nada, melancólica,
bella, que el aire acoge como un alma,
visible de tan fiel a un fin: la espera.

-¡Ser, ser, y aún más remota, para el humo,
para los ojos de los más absortos,
una Nada amparada: gris intacto
sobre tierna aridez, gris de esos cerros!-

Jorge Guillén.

lunes, 21 de marzo de 2022

 



Cadacosa, cada cosa.


Hoy estoy más contento
porque monto un caballo de veras,
porque los estribos hechos de hierro
aprietan un vientre desnudado.

La dureza del mundo no existe, ni las canciones se osifican.
Las serpientes consiguen ser serpientes y las cintas son cintas.
No es fácil confundir un ojo y una estrella.
A nadie se le ocurriría apellidar a la Luna Señora.

Un bello guante de mimbre,
suave malgré tout
encuentra su empleo precisamente en este día.
Y una cabeza de cartón descolgada
se lamenta de no ser más que eso: elegancia.

Porque todo quiere ser más.
Yo tengo un primo hermano,
un abrazo extremoso,
un reloj hecho de primavera,
una carita de enana que guardo como recuerdo de una excursión al África ecuatorial,
cuatro vasos hechos de telas de araña recogidas de labios mudos por tres meses.

Tengo muchas cosas.
Pero todas quieren ser más.
Mi prima Rosalía
la linda doncellita que en su ni
ñez fue un cerdito o crujido,
mi enamorada Rosa que se callaba siempre ante el siseo de otras aguas,
más pequeñita que nunca,
se empeñaba siempre en enseñarme cómo deben ser los muslos por los labios.

Recuerdo que un barco,
un pincel,
un saludo por la calle,
una rana cariñosa o sencillamente el bostezo,
todo junto aspiraba también a la política,
a explicarse finalmente por qué las cocinas económicas renunciaron para siempre al amor.

Cada cosa debe estar en su sitio.
A mí me gusta dormir sobre un dado.
Una mano, la izquierda, acostumbrada a tomar el mundo para que descanse,
no se acostumbra como yo quiero a ser sólo lo que es: indiferencia.

Por dondequiera ve cabezas,
o planchas calientes,
e inicia saludos y pretende tener una ronca voz y hasta una forma respetable,
y deponer sus quejas ante lirios o canapés o luces que no interrumpan.

Si yo acaricio un escarabajo,
si me rebajo para decir ternezas al águila caudal,
si sello mis labios y me hago impenetrable a las preguntas de los peces fríos,
el Sol se detiene, se alarga, se convierte en escala,
desciende y se entretiene en establecer tiendas de aparatos eléctricos.

¡Oh no! ¡la falsedad no!
Todo de verdad.
No importa que mi reloj de carne se calle siempre
y mienta un lejano pitido dos calles más arriba cuando yo estoy aquí hablando con vosotros.

Tampoco importa que un dulce zapato de cristal,
besado por la Cenicienta, sirva diariamente para acarrear cadáveres de sombra o ternura.

Todo está bien. Pero está mejor ser de verdad,
ser de verdad lo que es, lo que es sólo.
Por ejemplo, «esperanza».
Por ejemplo, «cuadrado».
Por ejemplo, «estepario».
Todo lo que realmente tiene un sentido.

Buenas noches.
Con este abrigo hecho de pelasan o de ternura o pelagra
-aunque no sé bien lo que es esta palabra-,
me voy a recorrer ahora las diferentes formaciones,
a ver si todo está en orden;
porque me han dicho que falta algún extremo:
ignoro si el que limita al norte con las mesas de billar
o el que al sur linda con las bandas de música.

Vicente Aleixandre.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...