Más verdad
Sí, más verdad,
objeto de mi gana.
Jamás, jamás engaños escogidos.
¿Yo escojo? Yo recojo
la verdad impaciente,
esa verdad que espera a mi palabra.
¿Cumbre? Sí, cumbre
dulcemente continua hasta los valles:
un rugoso relieve entre relieves.
Todo me asombra junto.
Y la verdad
hacia mí se abalanza, me atropella.
Más sol,
venga ese mundo soleado,
superior al deseo
del fuerte,
venga más sol feroz.
¡Más, más verdad!
Jorge Guillén.
viernes, 7 de septiembre de 2012
jueves, 6 de septiembre de 2012
El mar en persona
He aquí el mar alzado en un abrir y cerrar de ojos de pastor
He aquí el mar sin sueño como un gran miedo de tréboles en flor
y en postura de tierra sumisa al parecer
Ya se van con sus lanas de evidencia su nube y su labor
A la sombra de un olmo nunca hay tiempo que perder
Crédula exquisita la oscuridad sale a mi encuentro
Mi frente abriga la corteza del pan que llevo adentro
cortado a pico sobre un pájaro inseguro
Y así me alejo bajo la acción del piano
que me cose a las plantas precursoras del mar
Un ciervo de otoño baja a lamer la luna de tu mano
Y ahora a mi orilla el mundo se empieza a desnudar
para morirse de árboles al fondo de mis ojos.
Mis cabellos se llenan de peces de penumbra
y de esqueletos de navíos forzosos
Sin ir más lejos
tú eres fría como el hacha que derriba el silencio
en la lucha entre el paisaje y su golpe de vista
Mas cuando el cielo exporta sus célebres pianistas
y la lluvia el olor de mi persona
cómo tu hermoso corazón se traiciona.
Juan Larrea.
miércoles, 5 de septiembre de 2012
¡Esta noche es tan honda y es tan larga!
El silencio se torna penetrante
lo mismo que el aroma de las rosas
que entre tus brazos nacen
del abril de tu cuerpo.
El silencio se torna penetrante
lo mismo que el aroma de las rosas
que entre tus brazos nacen
del abril de tu cuerpo.
En la quietud del aire
respiro entre las sombras
tu aliento y tu mirada. Nadie sabe
que estás aquí y suspiras
con la brisa y las hojas, tibia carne
dormida entre jazmines; que te lleva
esa nube que pasa; que tu talle
se asoma tiernamente a las ventanas
que las estrellas abren,
dormidas, en el cielo.
Nadie te ve ni siente; nadie sabe
respiro entre las sombras
tu aliento y tu mirada. Nadie sabe
que estás aquí y suspiras
con la brisa y las hojas, tibia carne
dormida entre jazmines; que te lleva
esa nube que pasa; que tu talle
se asoma tiernamente a las ventanas
que las estrellas abren,
dormidas, en el cielo.
Nadie te ve ni siente; nadie sabe
que estás aquí en mis labios;
que entre mis manos late
el olor de tu pelo; que tus ojos,
profunda sombra dulce, se entreabren
dentro del pecho mío.
que entre mis manos late
el olor de tu pelo; que tus ojos,
profunda sombra dulce, se entreabren
dentro del pecho mío.
No, amor, nadie lo sabe;
nadie, ni tu, mi amor, sabe que estoy
esperando contigo y a solas que pase
esta noche tan larga;
esperando que acabe
esta noche y despierte
el alba, el día, el aire
¡el alba, el aire, el día entre tus brazos!
¡amor, amor, amor, nadie lo sabe!
nadie, ni tu, mi amor, sabe que estoy
esperando contigo y a solas que pase
esta noche tan larga;
esperando que acabe
esta noche y despierte
el alba, el día, el aire
¡el alba, el aire, el día entre tus brazos!
¡amor, amor, amor, nadie lo sabe!
martes, 4 de septiembre de 2012
La lluvia
con un susurro tierno y claro,
y el corazón se va durmiendo
por el rumor acompañado.
La lluvia trae muchas cosas
que ya teníamos olvidadas:
viejos jardines a lo lejos
desde balcones de la infancia.
Antiguas voces que se fueron,
músicas lentas y remotas
y unos instantes de amor pleno
bajo otra lluvia melancólica.
Llueve en ventanas y azoteas,
sobre los árboles y el campo;
llueve también sobre mis penas
y los recuerdos más lejanos.
Es bendición sobre la tierra,
amor de Dios en la campiña.
La lluvia es una compañera
que da ternuras infinitas.
Brillan las hojas, y en el aire
hay una pálida dulzura.
Llueve en el mundo. Llueve, llueve.
Cae la caricia de la lluvia.
Se oyen dianas de otros tiempos,
pregones cálidos de antaño,
canciones de mujeres muertas,
lento mugir de toros bravos.
Acordeones en el puerto,
tristes sirenas de navíos
y cascabeles en el alba
por carreteras con rocío.
Cae la lluvia suavemente
y la memoria se despierta
y largamente se respira
el lento efluvio de la tierra.
Y hay naranjales en los ojos
y un ancho mar junto a las manos
y una tranquila soledad
en un paisaje ilimitado.
Risas amigas acompañan
sin ruido al alma que está muda.
Como una bella enamorada
llega a mí, trémula, la lluvia.
José María Souvirón.
lunes, 3 de septiembre de 2012
Elegía de un banco.
A Arnulfo Córdoba y María Luisa,
en un banquito de la Plaza San Telmo
¿Y puede ser este solar mendigo,
lleno de calles harapientas,
la plaza en la que estuvo
el banco aquel, en que el hogar de ahora
el amor puso la primera piedra?
El banco ya no existe.
Nadie más que nosotros todavía
verlo podrá, ociosamente echado
a la sombra o al sol, junto a unas casas
que en familia vivían sus colores.
Parecía de todos aquel banco,
que no tuviese soledad ni mundos
de silencio interior; pero a nosotros
siempre nos protegía, recordando
que fue árbol con nidos y que tuvo
también su juventud de ramas verdes.
Y de aquel banco público,
huésped de una placita que el mar rumoreaba,
íntimo como un surco,
feliz como una ceja,
levantábase el bosque
de nuestras confidencias,
un enjambre
de economías y proyectos,
tu ajuar de novia, pájaros en la voz,
el hormiguero de los días
con su brizna de miel entre las alas
y con su luz amarga en ocasiones.
El banco aquel, una ilusión flotante,
dejaba de ser nube,
tocaba tierra firme
al ponernos de pie para marcharnos,
color la tarde de tus ojos.
Ya el banco no está allí.
La plaza misma
está cayendo a golpes de piqueta,
la abatirá la lanza de una calle
y no tendrá una cruz que la recuerde.
Pero él sigue anidándonos y acoge
nuestros brazos de hoy en su espejo de antes,
proyectada su sombra en nuestros hijos.
Fieles a su amistad, no lo olvidamos
nosotros y la mar, cuyos rumores
ni podrán arrancarlos de la sangre
ni serán derribados por barrenos.
¡Pobre banquito nuestro!
Ojalá te hubieran enterrado
en la canción de cuna de las aguas,
tendido entre las olas
desplegadas las velas del recuerdo.
Y así a ti mismo fiel continuarías
peregrinando nubes y horizontes
en tu vaivén de tabla enamorada.
Pedro García Cabrera.
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