viernes, 19 de octubre de 2012

Balada de lo que no vuelve

Venía hacia mí por la sonrisa
Por el camino de su gracia
Y cambiaba las horas del día
El cielo de la noche se convertía en el cielo del amanecer
El mar era un árbol frondoso lleno de pájaros
Las flores daban campanadas de alegría
Y mi corazón se ponía a perfumar enloquecido

Van andando los días a lo largo del año
¿En dónde estás?
Me crece la mirada
Se me alargan las manos
En vano la soledad abre sus puertas
Y el silencio se llena de tus pasos de antaño
Me crece el corazón
Se me alargan los ojos
Y quisiera pedir otros ojos
Para ponerlos allí donde terminan los míos
¿En dónde estás ahora?
¿Qué sitio del mundo se está haciendo tibio con tu presencia?
Me crece el corazón como una esponja
O como esos corales que van a formar islas
Es inútil mirar los astros
O interrogar las piedras encanecidas
Es inútil mirar ese árbol que te dijo adiós el último
Y te saludará el primero a tu regreso
Eres sustancia de lejanía
Y no hay remedio
Andan los días en tu busca
A qué seguir por todas partes la huella de sus pasos
El tiempo canta dulcemente
Y si mis ojos os dicen
Cuánta vida he vivido y cuánta muerte he muerto
Ellos podrían también deciros
Cuánta vida he muerto y cuánta muerte he vivido

¡Oh mis fantasmas! ¡Oh mis queridos espectros!
La noche ha dejado noche en mis cabellos
¿En dónde estuve? ¿Por dónde he andado?
¿Pero era ausencia aquélla o era mayor presencia?

Cuando las piedras oyen mi paso
Sienten una ternura que les ensancha el alma
Se hacen señas furtivas y hablan bajo:
Allí se acerca el buen amigo
El hombre de las distancias
Que viene fatigado de tanta muerte al hombro
De tanta vida en el pecho
Y busca donde pasar la noche

Heme aquí ante vuestros limpios ojos
Heme aquí vestido de lejanías
Atrás quedaron los negros nubarrones
Los años de tinieblas en el antro olvidado
Traigo un alma lavada por el fuego
Vosotros me llamáis sin saber a quién llamáis
Traigo un cristal sin sombra un corazón que no decae
La imagen de la nada y un rostro que sonríe
Traigo un amor muy parecido al universo
La Poesía me despejó el camino
Ya no hay banalidades en mi vida
¿Quién guió mis pasos de modo tan certero?

Mis ojos dicen a aquellos que cayeron
Disparad contra mí vuestros dardos
Vengad en mí vuestras angustias
Vengad en mí vuestros fracasos
Yo soy invulnerable
He tomado mi sitio en el cielo como el silencio

Los siglos de la tierra me caen en los brazos
Yo soy amigos el viajero sin fin
Las alas de la enorme aventura
Batían entre inviernos y veranos
Mirad cómo suben estrellas en mi alma
Desde que he expulsado las serpientes del tiempo oscurecido

¿Cómo podremos entendernos?
Heme aquí de regreso de donde no se vuelve
Compasión de las olas y piedad de los astros
¡Cuánto tiempo perdido! Este es el hombre de las lejanías
El que daba vuelta las páginas de los muertos
Sin tiempo sin espacio sin corazón sin sangre
El que andaba de un lado para otro
Desesperado y solo en las tinieblas
Solo en el vacío
Como un perro que ladra hacia el fondo de un abismo

¡Oh vosotros! ¡Oh mis buenos amigos!
Los que habéis tocado mis manos
¿Qué habéis tocado?
Y vosotros que habéis escuchado mi voz
¿Qué habéis escuchado?
Y los que habéis contemplado mis ojos
¿Qué habéis contemplado?

Lo he perdido todo y todo lo he ganado
Y ni siquiera pido
La parte de la vida que me corresponde
Ni montañas de fuego ni mares cultivados
Es tanto más lo que he ganado que lo que he perdido
Así es el viaje al fin del mundo
Y ésta es la corona de sangre de la gran experiencia
La corona regalo de mi estrella
¿En dónde estuve en dónde estoy?

Los árboles lloran un pájaro canta inconsolable
Decid ¿quién es el muerto?
El viento me solloza
¡Qué inquietudes me has dado!
Algunas flores exclaman
¿Estás vivo aún?
¿Quién es el muerto entonces?
Las aguas gimen tristemente
¿Quién ha muerto en estas tierras?
Ahora sé lo que soy y lo que era
Conozco la distancia que va del hombre a la verdad
Conozco la palabra que aman los muertos
Este es el que ha llorado el mundo el que ha llorado resplandores

Las lágrimas se hinchan se dilatan
Y empiezan a girar sobre su eje
Heme aquí ante vosotros
Cómo podremos entendernos Cómo saber lo que decimos
Hay tantos muertos que me llaman
Allí donde la tierra pierde su ruido
Allí donde me esperan mis queridos fantasmas
Mis queridos espectros
Mirad me os amo tanto pero soy extranjero
¿Quién salió de su tierra
Sin saber el hondor de su aventura?
Al desplegar las alas
El mismo no sabía qué vuelo era su vuelo

Vuestro tiempo y vuestro espacio
No son mi espacio ni mi tiempo
¿Quién es el extranjero? ¿Reconocéis su andar?
Es el que vuelve con un sabor de eternidad en la garganta
Con un olor de olvido en los cabellos
Con un sonar de venas misteriosas
Es este que está llorando el universo
Que sobrepasó la muerte y el rumor de la selva secreta
Soy impalpable ahora como ciertas semillas
Que el viento mismo que las lleva no las siente
Oh Poesía nuestro reino empieza

Este es aquel que durmió muchas veces
Allí donde hay que estar alerta
Donde las rocas prohíben la palabra
Allí donde se confunde la muerte con el canto del mar
Ahora vengo a saber que fui a buscar las llaves
He aquí las llaves
¿Quién las había perdido?
¿Cuánto tiempo ha que se perdieron?
Nadie encontró las llaves perdidas en el tiempo y en las brumas
¡Cuántos siglos perdidas!

Al fondo de las tumbas
Al fondo de los mares
Al fondo del murmullo de los vientos
Al fondo del silencio
He aquí los signos
¡Cuánto tiempo olvidados!
Pero entonces amigo ¿qué vas a decirnos?
¿Quién ha de comprenderte? ¿De dónde vienes?
¿En dónde estabas? ¿En qué alturas en qué profundidades?
Andaba por la Historia del brazo con la muerte
Oh hermano nada voy a decirte
Cuando hayas tocado lo que nadie puede tocar
Más que el árbol te gustará callar.


Vicente Huidobro.

jueves, 18 de octubre de 2012


En El Alto Castillo, La Serena 


En el alto castillo, la serena
tarde ponía su misterioso brillo
y la rosada carne del ladrillo
se tornaba de luz sobre la almena.

El silencio contigo; la voz plena
del suave mar, abajo, y el sencillo
juguetear del claro vientecillo
con mi trémula mano en tu melena.

Los árboles oscuros al Poniente
rumoreaban plácidas canciones.
El tiempo se dormía, abandonado.

Y bajaba la noche, indiferente,
con un prodigio de constelaciones
sobre mi corazón enamorado.


miércoles, 17 de octubre de 2012


Sonetos a Sibila


Ya aguardan en el álbum de la puerta
el blanco delantal, la cofia blanca
 - al flanco, el escorzado corzo, abierta
el ala de tu nombre sobre el anca -,

y Amor, ágil remero de mis brazos
a cuya sed son tus rodillas fuente,
remonta, en curva de impalpables trazos,
de tres en tres peldaños, la corriente.

Confía el tiempo su vellón de estrellas
al resbalar dormido de tus manos
 - nebulosa de olor, gravita en ellas
un girar de praderas y manzanos -,

y tu retrato inventa en mi cartera
la geometría de la primavera.

Tu aliento en ancha pleamar resbala
hacia el puerto desnudo de mi pecho,
y mis deseos de una sola ala
ametrallan mi insomnio, desde el techo.

Mírame aquí, frente a la primavera,
frente a tu amor, mudando voz y pluma,
haciendo de mi verso enredadera
en que es blanca la flor, verde la espuma.

El ecuador que mis riñones ciñe
como un ojo en espanto se dilata,
y el fresco zumo de mis sueños tiñe
las yemas de tus dedos de escarlata.

Mientras mi labio sorbe tu secreto
en la constelación del alfabeto.

En tanto que tu cielo en flor repasa
su lección de solfeo cada día
tu recuerdo, acuñado en grácil asa,
en mi trémula palma se extravía.

Buscando en tu mejilla el mejor fruto,
su vuelo ensaya mi latido mozo
sobre este lecho en prematuro luto
que, sin ti, desnivela mi sollozo.

Ya de esperar, ya de excavar en vano
vacías hornacinas de desvelo,
desfallecen mis ojos y mi mano
mientras riega mi voz el terciopelo.

Del eco, en el verdor de cuya axila
mi sed hacia tu labio se encarrila.

Vuelvo a encontrar tu infancia en la sortija
que tus dedos acercan a mi labio
y a cuyo roce afino como en lija,
la yema del recuerdo, en tacto sabio.

Peces de celuloide, en mi memoria
sobrenadan, de pronto, confundidos,
el pie descalzo, la jaculatoria,
el trompo, el mar, los árboles con nidos.

El Ángel de la Guarda  -azul niñera
de alas encañonadas -, la dormida
sonrisa con que flota en la bañera
el alma, piedra pómez no sentida.

Y, rigiendo mis pasos, ignoradas
todavía, tu voz y tus miradas.


Desnuda, aquí, en mis manos, y tan tierna
como un trozo de cielo entre tejados,
sonríe mi esperanza que gobierna
el sesgo de la suerte y de sus dados.

Su dedo rosa enseña a hablar al mapa
y tiene en equilibrio mi secreto
mientras profunda y lentamente empapa
del color de tus ojos mi esqueleto.

Ahora que hace girar contrariamente
la aguja que registra mis sollozos,
en su carne mi muslo zumbar siente
un ágil brinco de deseos mozos,

Y vuelve, en torno a tu cintura, el brazo
a hallar la exacta curva del abrazo.

¡Cómo en mi cinto pesas, oro mío
de amor que haces anillo de la vida
en torno a esta columna de vacío
donde jadea mi ansia desvalida!

Del sueño en los avaros anaqueles
 -confusas luces sobre vidrios tristes -
se alinea, vendimia de troqueles,
la inagotable piel con que me viste.

Así hoy, mañana, eternamente. Apenas
la mano en que hace nido el pensamiento
al numerado pulso de tus venas
consigue acompasar su movimiento:

que cuanto más y más tu entraña apura,
más rica de tu abrazo es mi cintura.


José Maria Quiroga Plá.

lunes, 15 de octubre de 2012


Dame tu libertad...

Dame tu libertad.
No quiero tu fatiga,
no, ni tus hojas secas,
tu sueño, ojos cerrados.
Ven a mí desde ti,
no desde tu cansancio
de ti. Quiero sentirla.
Tu libertad me trae,
igual que un viento universal,
un olor de maderas
remotas de tus muebles,
una bandada de visiones
que tú veías
cuando en el colmo de tu libertad
cerrabas ya los ojos.
¡Qué hermosa tú libre y en pie!
Si tú me das tu libertad me das tus años
blancos, limpios y agudos como dientes,
me das el tiempo en que tú la gozabas.
Quiero sentirla como siente el agua
del puerto, pensativa,
en las quillas inmóviles
el alta mar. La turbulencia sacra.
Sentirla,
vuelo parado,
igual que en sosegado soto
siente la rama
donde el ave se posa,
el ardor de volar, la lucha terca
contra las dimensiones en azul.
Descánsala hoy en mí: la gozaré
con un temblor de hoja en que se paran
gotas del cielo al suelo.
La quiero
para soltarla, solamente.
No tengo cárcel para ti en mi ser.
Tu libertad te guarda para mí.
La soltaré otra vez, y por el cielo,
por el mar, por el tiempo,
veré cómo se marcha hacia su sino.
Si su sino soy yo, te está esperando.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...