viernes, 4 de marzo de 2022

 

  Loqueros... Relojeros...


El sapo iscariote y ladrón
en la silla del juez,
repartiendo castigos y premios
¡en nombre de Cristo,
con la efigie de Cristo
prendida en el pecho!...
Y el hombre aquí de pie,
firme, erguido, sereno,
con el pulso normal,
con la lengua en silencio,
los ojos en sus cuencas
y en su lugar los huesos.
El sapo iscariote y ladrón
en la silla del juez,
repartiendo castigos y premios...
y yo tranquilo aquí
callad impasible, cuerdo... ¡cuerdo!
sin que me quiebre
el mecanismo del cerebro.
¿Cuándo se pierde el juicio?
Relojeros,
¿cuando enloquece el hombre?
¿Cuándo?
¿Cuándo es cuando se enuncian los conceptos
absurdos
y blasfemos,
y se hacen unos gestos sin sentido,
monstruosos y obscenos?
¿Cuándo es cuando se dice,
por ejemplo:
no es verdad
Dios no ha puesto
al hombre aquí en la Tierra
bajo la luz y la ley del Universo;
el hombre es un insecto
que vive en las partes pestilentes y rojas
del mono y del camello?
¿Cuándo, si no es ahora
(yo pregunto loqueros),
cuándo es cuando se paran los ojos
y se quedan abiertos,
inmensamente abiertos,
sin que puedan cerrarlos ni la llama ni el viento?
¿Cuándo es cuando se cambian
las funciones del alma y los resortes del cuerpo,
y en vez de llanto
no hay más que risa y baba en nuestro gesto?
Si no es ahora,
ahora que la Justicia vale menos,
mucho menos, que el orín de los perros;
si no es ahora, ahora que la Justicia
tiene menos,
infinitamente menos
categoría que el estiércol;
si no es ahora, ¿cuándo,
cuándo se pierde el juicio?
Respondedme, loqueros,
¿cuándo se quiebra y salta roto en mil pedazos
el mecanismo del cerebro?
Ya no hay locos, amigos, ya no hay locos.
Se murió aquel manchego,
aquel estrafalario fantasma del desierto,
y ..., ¡ni en España hay locos!
Todo el mundo está cuerdo, terrible,
monstruosamente cuerdo.
¡Que bien marcha el reloj;
qué bien marcha el cerebro
este reloj, este cerebro -tic,tac... tic,tac, tic,tac...-
es un reloj perfecto..., perfecto... ¡perfecto!


León Felipe.

jueves, 3 de marzo de 2022

 

Al sueño.



A Gerardo Diego


                          

Imagen dulce de la esperanza,
centella perdurable de la eterna alegría,
diosa tranquila que como luz combates
con el oscuro dolor del hombre.

Te conozco. Eres blanca y propagas
entre los brazos de tu dueño instantáneo
la eternidad, tan breve,
tan infinitamente hermosa bajo tus alas dulces.


La noche comba enteramente
su sima sinuosa sobre los ojos grandes,
abiertos, sin estrellas, que un mundo oscuro imitan.

¿Quién contempla, en los ojos del despierto, presentes
sombras, aves volando con sordas plumas y ecos
de unos remotos ayes que largamente gimen,
que oscuramente gimen por ese cielo inmóvil?

¿Qué grito último, qué cuchillo final rasga esa altura,
chorro de sangre de qué mundo o destino,
de qué perdido crisma remotísimo que se alza
y estrella su torrente sobre la frente en vela?

El cuerpo del insomne deriva
por las oscuras aguas veladoras,
espesas ondas dulces que lastiman los bordes
de este vaso doliente de vigilante grito.

Yo sé quién canta oscuro ribereño del sueño,
intacta margen límpida donde flores inmensas
abren labios y envían silenciosas canciones,
mientras la luna apunta su magia ensordecida.

Decidme, ebrios mortales de un sueño vaporoso
que os finge nube sobre las frentes claras,
describidme ese pájaro volador que os conduce
sobre las plumas blandas, entre las alas puras.

Imaginadme ese tacto vivísimo,
esa faz de lucero que al pasar os contempla,
ese beso de luna, de pasión, de quietud,
que entre un sordo murmullo de estrellas os consagra.

¡Amantes sois! La luz generosa se os rinde.
Cántico son los cielos, y una mano reparte
una promesa lúcida, constelación reciente
para los ojos dulces cerrados por el sueño.

Ebrios quizá de vino, de ciencia, de universo,
sois dueños de un secreto que el velador anhela.
Un firmamento vibra, hermético en la frente,
con todas sus estrellas pujantes encendidas.

Qué deleznables suenan los murmullos del mundo,
allá residuos tristes, residuos aún despiertos.
¡Todo es sueño! Todo es pájaro. ¡Todo, oh, ya todo es cielo!


Pero tú, blanca diosa propicia,
tersa imagen de vida perdurable,
inmenso y dulce cuerpo que entre los brazos clamas
por mis besos. ¡ Beleño, alegría!

Tú, generosa de una verdad instantánea
que robas el corazón del hombre
para hundirlo en la luz tenebrosa donde solo se escuchan
tus palabras, que nadie recordamos despiertos.

Tú, imagen del amor que destruye a la muerte,
tú, reluciente nácar de mis mares continuos;
bella esposa del aire, de la luz, de la sombra;
tú, efímera espuma.

Cede, oh, cede un instante
en tus bellos jardines la misteriosa flor que tu brazo me alarga.
Adelanta tu planta, donde el desnudo muslo todo luz me deslumbra,
y ofrece ese perfume robador de tu cuerpo
que enhechiza a los hombres fatigados del día.

Bebe, bebe del amor que propagas;
dame, dame tu sueño, soñadora que velas.
Yace junto a mí en ese lecho, no de espinas, de cánticos,
y fundido en tu seno sea yo el mundo en la noche.

Vicente Aleixandre.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...