viernes, 31 de mayo de 2019

Junio en el paraíso.


Sois los mismos que cantasteis
cogidos de la mano, hombres alegres, niños,
mujeres hermosas, leves muchachas.
Los mismos que en el mediodía de Junio,
dorada plenitud de una primavera estallada,
corristeis, arrasasteis de vuestra hermosura
los silenciosos prados, los festivales bosques
y las umbrías florestas donde el sol se aplastaba
con un frenético beso prematuro de estío.

Toda la superficie del planeta se henchía
precisamente allí bajo vuestras plantas desnudas.
Hombres plenos, muchachas de insinuado escorzo
lúcido, niños como vilanos leves,
mujeres cuya hermosa rotundidad solar
pesaba gravemente sobre la tarde augusta.

Las muchachas más jóvenes, bajo las hojas de los álamos agitados,
sentían la planta vegetal como risa impaciente,
ramas gayas y frescas de un amor que oreaba
su ternura a la brisa de los ríos cantantes.

Los niños, oro rubio, creciente hacia el puro carmín de la aurora,
tendían sus brazos a los primeros rayos solares.
Y unos pájaros leves instantáneos brotaban,
hacia el aire hechizado, desde sus manos tiernas.

¡Inocencia del día! Cuerpos robustos, cálidos,
se amaban plenamente bajo los cielos libres.
Todo el azul vibraba de estremecida espuma
y la tierra se alzaba con esperanza hermosa.

El mar... No es que naciese el mar. Intacto, eterno,
el mar solo era el mar. Cada mañana, estaba.
Hijo del mar, el mundo nacía siempre arrojado
nocturnamente de su brillante espuma.

Ebrios de luz los seres mojaban sus pies
en aquel hirviente resplandor, y sentían sus cuerpos destellar,
y tendidos se amaban sobre las playas vividas.

Hasta la orilla misma descendían los tigres,
que llevaban en su pupila el fuego elástico de los bosques,
y con su lengua bebían luz, y su larga cola arrastraba
sobre un pecho desnudo de mujer que dormía.

Esa corza esbeltísima sobre la que todavía ninguna mano puso su amor tranquilo.
miraba el mar, radiosa de estremecidas íugas,
y de un salto se deshacía en la blanda floresta,
y en el aire había solo un bramido de dicha.

Si brotaba la noche, ios hombres, sobre las lomas estremecidas.
bajo el súbito beso lunar, derramaban sus cuerpos
y alzaban a los cielos sus encendidos brazos,
hijos también de la dulce sorpresa.

Vosotras, trémulas apariencias del amor, mujeres lúcidas
que brillabais amontonadas bajo la suave lumbre,
embriagabais a la tierra con vuestra carne agolpada,
cúmulo del amor, muda pirámide de temblor hacia el cielo.

¿Qué rayo súbito, qué grito celeste descendía a la tierra
desde los cielos mágicos, donde un brazo desnudo
ceñía repentino vuestras cinturas ardientes,
mientras el mundo se deshacía
como en un beso del amor entregándose?

El nacimiento de la aurora era el imperio del niño.
Su pura mano extendía sagradamente su palma
y allí todo el fuego nocturno se vertía en sosiego,
en fervor, en mudas luces límpidas
de otros labios rientes que la vida aclarasen.

Todavía os contemplo, hálito permanente de la tierra bellísima,
os diviso en el aliento de las muchachas fugaces,
en el brillo menudo de los inocentes bucles ligeros
y en la sombra tangible de las mujeres que aman como montes tranquilos.

Y puedo tocar la invicta onda, brillo inestable de un eterno pie fugitivo,
y acercar mis labios pasados por la vida
y sentir el fuego sin edad de lo que nunca naciera,
a cuya orilla vida y muerte son un beso, una espuma.

Vicente Aleixandre.

jueves, 30 de mayo de 2019

Las llamas.


Las llamas buscan noche,
la noche atesorada
más allá, la muy noble.

¡Con qué avidez indagan
avanzando por ámbitos desolados!
¿No hay nada?

Tanto se obstinan,
tanto que asciende a sus desiertos
oro maravillado.

¿No basta el oro?
¡Viento: aparece, socorre
con tu forma al deseo!

...Y creándose,
torpes manos palpan un cuerpo:
Toro aún y ya noche.

Jorge Guillén.

miércoles, 29 de mayo de 2019

Romance de Saturnino Ruiz, Obrero impresor.


Estoy mirando mis libros,
los míos, los de mi imprenta,
que pasaron por tus manos
hoja a hoja, letra a letra.
Pienso en el taller contigo
antes de empezar la guerra;
pienso en ti, tan cumplidor
delante de la minerva.
Un libro de García Lorca,
con sus primeros poemas,
iba de él a mí, pasando
por el amor de tus prensas.
Si contigo fue impresor,
él conmigo fue poeta,
y los dos habéis llegado
gloriosos a mi presencia:
él, con palma de martirio,
tú, cual héroe en la guerra;
si él hace la causa justa,
tú haces la victoria cierta.
Saturnino Ruiz, valiente,
libertador de tu tierra.

Manuel Altolaguirre.

martes, 28 de mayo de 2019

El niño negro.


Jugaban en la plazoleta
Con una alegría de asueto,
Violentamente menores,
Las turbas solares: chicuelos.
¡Cómo hacia la luz resaltaba,
Condenado de nacimiento
Que aún no ve ni sombras ni muros,
El niño todo error, tan negro,
Todavía criatura firme,
No imagen cruel del espejo!


Jorge Guillén.

lunes, 27 de mayo de 2019

Modo paterno.


Me convierto en mi alegría:
Llegan, aquí están los hijos.
Y todo el vivir se siente,
Aun pasando, sustantivo.
¡Oh suprema realidad!
Encajándome en su quicio,
Me arroja desde mis límites
Hacia un futuro infinito.
Mis criaturas me salven:
Morir no es todo mi sino.

Jorge Guillén.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...