viernes, 13 de febrero de 2015

El mar ligero.




El mar castiga el clamor de las botas en seco
que pasan sin miedo de pisar a los rostros,
a aquellos que besándose sobre la arena lisa
toman formas de conchas de dos en dos cerradas.

El mar bate sólo como un espejo,
como una ilusión de aire,
ese cristal vertical donde la sequedad del desierto
finge un agua o un rumor de espadas persiguiéndose.

El mar, encerrado en un dado,
desencadena su furia o gota prisionera,
corazón cuyos bordes inundarían al mundo
y sólo pueden contraerse con su sonrisa o límite.

El mar palpita como el vilano,
como esa facilidad de volar a los cielos,
aérea ligereza de lo que a nada sustenta,
de lo que sólo es suspiro de un pecho juvenil.

El mar o pluma enamorada,
o pluma libertada,
o descuido gracioso,
el mar o pie fugaz
que cancela el abismo huyendo con un cuerpo ligero.

El mar o palmas frescas,
las que con gusto se ceden en manos de las vírgenes,
las que reposan en los pechos olvidadas del hondo,
deliciosa superficie que un viento blando riza.

El mar acaso o ya el cabello,
el adorno,
el airón último,
la flor que cabecea en una cinta azulada,
de la que, si se desprende, volará como polen.
Como el vilano.



Vicente Aleixandre.

jueves, 12 de febrero de 2015

Huele a sangre mezclada con espliego.







Huele a sangre mezclada con espliego, 
Venida entre un olor de resplandores. 
A sangre huelen las quemadas flores 
Y a súbito ciprés de sangre el fuego. 

Del aire baja un repentino riego 
De astro y sangre resueltos en olores, 
Y un tornado de aromas y colores 
Al mundo deja por la sangre ciego. 

Fría y enferma y sin dormir y aullando, 
Desatada la fiebre va saltando, 
Como un temblor, por las terrazas solas. 

Coagulada la luna en la cornisa, 
Mira la adolescente sin camisa 
Poblársele las ingles de amapolas.


Rafael Alberti.

miércoles, 11 de febrero de 2015

Princesa.




Tiene su pelo raros destellos
cuando de noche sueña en los bancos;
es la que tiene los ojos bellos;
es la que tiene los dientes blancos.

Es juglaresa de las aldeas;
sus danzas cínicas son turbadoras;
tiene el encanto de las napeas
cuando el sol bruñe sus crenchas moras.

Es la que canta las barcarolas
y de las rondas saca dinero;
es la que baila las farandolas
al son latino de su pandero.

Es la morena que jocoseria
mira la vida como una injuria;
es la princesa de la Miseria;
es la princesa de la Lujuria.

Tiene un perfume sublime y raro
su piel de raso tostada y blonda;
tiene los ojos de un verde claro,
de un verde claro color de fronda.

La más hambrienta de las hermosas
huele a un aroma de cien jardines;
en vez de hebillas, lleva dos rosas,
dos frescas rosas en los chapines.

Es mi gitana fiel y divina;
es mi pantera, mi defensora;
la que mis males siempre adivina,
es mi sultana y es mi señora.

Es la más bella de las mujeres;
es la que cura mis sinsabores;
es la princesa de mis placeres;
es la princesa de mis dolores.

Pero es la esclava de mis antojos...
Tiene por lechos quicios y bancos.
Es la que tiene bellos los ojos;
es la que tiene los dientes blancos.



Mauricio Bacarisse.

martes, 10 de febrero de 2015

Decir de La Rioja.





No sabe la que es vida quien en ti no reposa,
Rioja, de tan abierta, secreta y misteriosa,
sabor de los sentidos confirmando a la rosa,
estribo de los Ángeles que alzan a la Gloriosa.

Sí. Yo también quisiera loarte y romanzarte
y, sin pedir ni un sorbo al rubricar mi encarte,
¿un cantar? No, un decir, un dictado rezarte,
rozarte en vuelo bajo, tus registros pulsarte.

Un ábaco mis sílabas, tetragrama y razón.
Juan, Gonzalo, acorredme. Dobles de corazón.
bailas y semitonos de tan pausado son
hagan bajar los párpados y enlabiar la oración.

¿Te acuerdas? Me llamaste a izar tu primavera.
Ya verdeaba el soto su niebla tempranera,
y cantaban juglares su rima porque era
desde el balcón la hoja logroñesa y puntera.

Provincia prometida: mía al fin. Calendario
de las cuatro estaciones en torno al campanario,
sazón, témpora y temple, mi paraíso agrario.
Monje soy sin cogulla ni becerro o breviario.

Tus alamedas músicas, tus aguas de sonata,
tus rodales romeros, tus huellas de reata,
el cáñamo apretado de mi humilde alpargata
quisiera recorrerlas en total caminata.

Que ya desde el otero tu vastedad diviso
y oigo cantar al gallo su puntual compromiso,
subido a la veleta porque la luz lo quiso.
Doce quiquiriquíes enronquecen su aviso.

Y veo a la gallina, tan medrosa y pedresa,
y, azotando sus alas vuelan una toesa
los ánades rastreros, camino de la presa
y flechan golondrinas su flecha que no cesa.

Pero aunque me propuse no remontarme, «anda
-me tienta una voz íntima- por más alta baranda».
Pues, ¿cómo dominarte, Rioja, banda a banda,
sino a vista de águila por toda La Demanda?

Tiempo, espacio me alejan. Sierra de San Lorenzo,
que desde Urbión un día contemplé como un lienzo.
El mundo se estrenaba a mis pies: fue el comienzo
de este pasmo tan mío que no me avergüenzo.

Qué bultos y qué angostos de virginal relieve,
que aristas poderosas, qué olvidos de la nieve,
que verdes, rosas, cárdenos, qué azul de cielo leve,
tan leve que en sí mismo se disuelve y se embebe.

Y a bajar ya siguiendo las risas de tus ríos.
de Cámeros al Ebro cantan sus desafíos,
torrentes, sombras, peces, remansos, pozos fríos.
Regatead los Siete Infantes, hijos míos.

Que el padre Ebro os llama, os urge y os devora.
Quién te ve y quién te vio en tu nacer sin hora,
cuando eras onda pura, inocencia sonora. 
Quién te verá en La Rápita tragando sal traidora.

Os busco en Calahorra, aguas que memoraban.
Veo las dos cabezas mártires, navegaban
siempre a estribor por Calpe, Finisterre. Ya entraban,
horadaban la roca, en mi escudo anidaban.

Renacía el milagro a cada nueva luna,
y de los dos nombrados, el de mejor fortuna 
se abreviaba en tres sílabas, ya para siempre cuna
que mece a mi poesía entre el muelle y la duna. 

Quise, tierra de santos, sorguiñas y sagaces, 
tierra de viña y huerta, de panes y de paces, 
decirte estos loores cotidianos, solaces
de sus tercos trabajos, tus costumbres tenaces. 

Te he dicho, no contado. Cuatro bueyes araron, 
no grifos de Alexandre que el cielo alborotaron.
Cuatropeas pesadas terrones desbrozaron, 
vía cuaderna y ancha con el rollo asentaron.


Gerardo Diego.

lunes, 9 de febrero de 2015

Ventana huérfana con cabellos habituales.






Ventana huérfana con cabellos habituales,
Gritos del viento,
Atroz paisaje entre cristal de roca,
Prostituyendo los espejos vivos,
Flores clamando a gritos
Su inocencia anterior a obesidades.

Esas cuevas de luces venenosas
Destrozan los deseos, los durmientes;
Luces como lenguas hendidas
Penetrando en los huesos hasta hallar la carne,
Sin saber que en el fondo no hay fondo,
No hay nada, sino un grito,
Un grito, otro deseo
Sobre una trampa de adormideras crueles.

En un mundo de alambre
Donde el olvido vuela por debajo del suelo,
En un mundo de angustia,
Alcohol amarillento,
Plumas de fiebre,
Ira subiendo a un cielo de vergüenza,
Algún día nuevamente surgirá la flecha
Que abandona el azar
Cuando una estrella muere como otoño para olvidar su sombra.



Luis Cernuda.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...