viernes, 27 de junio de 2014

Al color.




Al color, a ti, sonoro, puro, quieto, blando, 
incalculable al mar de la paleta, 
por quien la neta luz, la sombra neta 
en su trasmutación pasan soñando. 


A ti, por quien la vida combinando 
color y color busca ser concreta; 
metamorfosis de la forma, meta 
del paisaje tranquilo o caminando. 


A ti, armónica lengua, cielo abierto, 
descompasado dios, orden, concierto, 
raudo relieve, lisa investidura. 


Los posibles en ti nunca se acaban. 
Las materias sin términos te alaban. 
A ti, gloria y pasión de la Pintura.



Rafael Alberti.

jueves, 26 de junio de 2014

Se levantan los muertos.




Acusación


Se levantan lo muertos; respetad a la sombra.
Si la Muerte se erige como fiel del combate,
que los paños solemnes del silencio lo cubran,
que suspendan las armas su voz en la tormenta.


Se levantan los muertos; respetad su pisada.
Los árboles sujetan al otoño en sus hojas;
las ciudades ocultan su dolor y ruinas;
se detienen las bestias al borde de sus pulsos.


Los muertos se levantan.


Escuchad a la Muerte, que es su voz la que rige;
su voz severa y dulce sobre el mundo se para.
Escuchad a la Muerte y a su pesado llanto.
Mirad la Tierra; gime la sangre de sus ríos.


Aun si vuestra mirada desconoce la vida;
si la nube no ocurre, ni el cielo en vuestras horas;
si en vuestra piel el barro aun no presiente el bosque,
ni el desierto os inflama desolado en sus tumbas:


Escuchad a la Muerte.


Temed su voz, potencia de acusaciones últimas;
su voz largo sudario de humedad y desprecio:
como el alto bramido de un viento amenazante
avanza hacia vosotros sobre vuestras trincheras.


No ocultad vuestros ojos, que ya ni el sueño habita.
Si aun la conciencia brilla la luz que no depone,
vuestras armas tendidas se doblarán, inútiles:
la verdad no es despojo que se olvide la Muerte.


Avanzan nuestros muertos.


Sus altísimas sombras forman ya multitudes;
como una muda selva de sombra y de gemido
lentos van, como el peso de las piedras que rinden
donde aún viven los cuerpos su abandono en la lluvia.


Inútil barricadas si la voluntad silba,
que una razón potente de entre el escombro emerge;
no hay sitio que se rinda si la Muerte ilumina,
coronando con héroes la acusación que cerca.


Temed a nuestro avance.


La multitud se aprieta detrás de la figura
que de frente hacia el Tiempo nuestro buque sustenta.
La multitud se agrupa; aún le cuelgan astillas
entre el pesado lodo del silencio en que hundieron.


Van junto a los mastines sin dueño de la guerra,
con los tristes harapos de los niños profundos,
los que al combate entraron desnudos todo el pecho,
y ahora los cruza el aire como a viejos castillos.


Aguardad nuestra entrada.


Quedaréis en la historia, por su papel tendidos,
como el labio infecundo de vuestra herida abierta;
no habrá alucinaciones que vuestra fiebre ilustren;
llegaréis a la nada sin voz por vuestro ejemplo.


Las fechas se presienten como inclina la fruta
la rama que halló el viento en flor bajo su carne.
Mirad; ya nuestra Muerte tan sólo tiene un ala:
una sola bandera dirige su cortejo.


Se levantan los muertos.
Detrás la vida sigue.
¡Preparad la batalla!


Madrid, diciembre de 1936.



Emilio Prados.

miércoles, 25 de junio de 2014

Noche de verano.





Es una hermosa noche de verano. 
Tienen las altas casas 
abiertos los balcones 
del viejo pueblo a la anchurosa plaza. 
En el amplio rectángulo desierto, 
bancos de piedra, evónimos y acacias 
simétricos dibujan 
sus negras sombras en la arena blanca. 
En el cénit, la luna, y en la torre, 
la esfera del reloj iluminada. 
Yo en este viejo pueblo paseando 
solo, como un fantasma.



Antonio Machado.

martes, 24 de junio de 2014

Sentada.



Sentada en mis rodillas, 
se dejaba tocar el alma, 
en flor de ausente amor. 
Por donde quiera mi mano 
le sentía la blancura indolente
por la sombra suave 
de su carne de seda.

Un rubor vivo y cálido ceñía sus mejillas…,
hasta sus uñas se teñían de vergüenza…,
me cojía las manos con sus manos suaves,
con un no querer torpe que a todo se atreviera…

Mi boca le llenaba los rubores de besos,
mi mano levantaba su inclinada cabeza
y cuando levantaba sus párpados de nieve
el luto de sus ojos me inundaba de pena.



Juan Ramón Jiménez.

lunes, 23 de junio de 2014

Orillas del mar.



Después de todo lo mismo da el calor que el frío, 
una dulce hormiguita color naranja, 
una guitarra muda en la noche, 
una mujer tendida como las conchas, 
un mar como dos labios por la arena. 

Un caracol como una sangre, 
débil dedo que se arrastra sobre la piel mojada, 
un cielo que sostienen unos hombros de nieve 
y ese ahogo en el pecho de palabras redondas. 

Las naranjas de fuego rodarían por el azul nocturno. 
Lo mismo da un alma niña que su sombra derretida, 
da lo mismo llorar unas lágrimas finas 
que morder pedacitos de hielo que vive. 

Tu corazón redondo como naipe 
visto de perfil es un espejo, 
de frente acaso es nata 
y a vista de pájaro es un papel delgado. 

Pero no tan delgado que no permita sangre, 
y navíos azules, 
y un adiós de un pañuelo que de pronto se para. 
Todo lo que un pájaro esconde entre su pluma. 

Oh maravilla mía, 
oh dulce secreto de conversar con el mar, 
de suavemente tener entre los dientes 
un guijo blanco que no ha visto la luna. 
Noche verde de océano que en la lengua no vuela 
y se duerme deshecha como música o nido.



Vicente Aleixandre.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...