viernes, 8 de noviembre de 2013

Agua sólo es el mar; agua es el río.



AGUA sólo es el mar; agua es el río, 
Agua el torrente, y agua el arroyuelo. 
Pero la voz que en ellos habla y canta 
No es del agua, es del viento. 

Agua es la blanda nieve silenciosa 
Y el mundo bloque de cristal de hielo. 
Pero no es agua, es luz la voz que calla 
Maravillosamente en su silencio. 

Agua es la nube oscura y silenciosa, 
Errante prisionera de los cielos. 
Pero su sombra, andando por la tierra 
Y el mar; no es agua, es sueño.


José Bergamín.

jueves, 7 de noviembre de 2013

Los aires.



¡Damas altas, calandrias! 
Junten su elevación 
algazara y montaña, 
todavía crecientes gracias a la mañana 
trémula del rocío, 
tan cándida y sin tasa, 
bajo el cielo inventor de distancias, 
de fábulas. 

¡Libertad de la luz, 
damas altas, calandrias, 
lo rubio, lo ascendente! 
Sean así la traza, tan simple aún, 
clarísima, de las profundas nadas 
gozosas de los aires, 
con un alma inmediata,

sí, visible, total, 
¡ah!, para la mirada 
de los siempre amadores 
¡Damas altas, calandrias!

Jorge Guillén.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Mujer con alcuza.




                                                   
¿Adónde va esa mujer,
arrastrándose por la acera,
ahora que ya es casi de noche,
con la alcuza en la mano?
Acercaos: no nos ve.
Yo no sé qué es más gris,
si el acero frío de sus ojos,
si el gris desvaído de ese chal
con el que se envuelve el cuello y la cabeza,
o si el paisaje desolado de su alma.
Va despacio, arrastrando los pies,
desgastando suela, desgastando losa,
pero llevada por un terror oscuro,
por una voluntad de esquivar algo horrible.
Sí, estamos equivocados.
Esta mujer no avanza por la acera de esta ciudad,
esta mujer va por un campo yerto,
entre zanjas abiertas, zanjas antiguas, zanjas recientes,
y tristes caballones,
de humana dimensión, de tierra removida,
de tierra que ya no cabe en el hoyo de donde se sacó,
entre abismales pozos sombríos,
y turbias simas súbitas,
llenas de barro y agua fangosa y sudarios harapientos del color de la desesperanza.
Oh sí, la conozco.
Esta mujer yo la conozco: ha venido en un tren,
en un tren muy largo;
ha viajado durante muchos días y durante muchas noches:
unas veces nevaba y hacía mucho frío,
otras veces lucía el sol y rejemía el viento arbustos juveniles
en los campos en donde incesantemente estallan extrañas flores encendidas.
Y ella ha viajado y ha viajado,
mareada por el ruido de la conversación,
por el traqueteo de las ruedas
y por el humo, por el olor a nicotina rancia.
¡Oh!:
noches y días,
días y noches,
noches y días,
días y noches,
y muchos, muchos días,
y muchas, muchas noches.
Pero el horrible tren ha ido parando
en tantas estaciones diferentes,
que ella no sabe con exactitud ni cómo se llamaban,
ni los sitios, ni las épocas.
Ella recuerda sólo que en todas estaba oscuro, 
y que partir, al arrancar el tren ha comprendido siempre
cuán bestial es el topetazo de la injusticia absoluta,
ha sentido siempre una tristeza que era como un ciempiés monstruoso 

que le colgara de  la mejilla,
como si con el arrancar del tren le arrancaran el alma,
como si con el arrancar del tren le arrancaran innumerables margaritas,
blancas cual su alegría infantil en la fiesta del pueblo,
como si le arrancaran los días azules, el gozo de amar a Dios
y esa voluntad de minutos en sucesión que llamamos vivir.
Pero las lúgubres estaciones se alejaban,
y ella se asomaba frenética a las ventanillas,
gritando y retorciéndose,sólo
para ver alejarse en la infinita llanura
eso, una solitaria estación,un lugar
señalado en las tres dimensiones del gran espacio cósmico 

por una cruz bajo las estrellas.
Y por fin se ha dormido,
sí, ha dormitado en la sombra,
arrullada por un fondo de lejanas conversaciones,
por gritos ahogados y empañadas risas,
como de gentes que hablaran a través de mantas bien espesas,
sólo rasgadas de improviso
por lloros de niños que se despiertan mojados a la media noche,
o por cortantes chillidos de mozas a las que en los túneles les pellizcan las nalgas,
... aún mareada por el humo del tabaco.
Y ha viajado noches y días,
sí, muchos días, y muchas noches.
Siempre parando en estaciones diferentes,
siempre con una ansia turbia, de bajar ella también,
de quedarse ella también, ay,
para siempre partir de nuevo con el alma desgarrada,
para siempre dormitar de nuevo en trayectos inacabables.
...No ha sabido cómo.
Su sueño era cada vez más profundo, iban cesando,
casi habían cesado por fin los ruidos a su alrededor:
sólo alguna vez una risa como un puñal 

que brilla un instante en las  sombras,
algún cuchillo como un limón agrio que pone amarilla un momento la noche.
Y luego nada.
Sólo la velocidad,
sólo el traqueteo de maderas y hierro del tren,
sólo el ruido del tren.
Y esta mujer se ha despertado en la noche,
y estaba sola,
y ha mirado a su alrededor,
y estaba sola,
y ha buscado al revisor, a los mozos del tren,
a algún empleado,
a algún mendigo que viajara oculto bajo un asiento,
y estaba sola,
y ha gritado en la oscuridad,
y estaba sola,
y ha preguntado en la oscuridad,
y estaba sola,
y ha preguntado
quién conducía,
quién movía aquel horrible tren.
Y no le ha contestado nadie,
porque estaba sola,
porque estaba sola.
Y ha seguido días y días,
loca, frenética,
en el enorme tren vacío,
donde no va nadie,
que no conduce nadie.
... Y esa es la terrible,
la estúpida fuerza sin pupilas,
que aún hace que esa mujer
avance y avance por la acera,
desgastando la suela de sus viejos zapatones,
desgastando las losas,
entre zanjas abiertas a un lado y otro,
entre caballones de tierra,
de dos metros de longitud,
con ese tamaño preciso
de nuestra ternura de cuerpos humanos.
Ah, por eso esa mujer avanza (en la mano, como el atributo de una semidiosa, su alcuza),
abriendo con amor el aire, abriéndolo con delicadeza exquisita,
como si caminara surcando un trigal en granazón,
sí, como si fuera surcando un mar de cruces, o un bosque de cruces,
o una nebulosa de cruces,
de cercanas cruces,
de cruces lejanas.
Ella,
en este crepúsculo que cada vez se ensombrece más,
se inclina,
va curvada como un signo de interrogación,
con la espina dorsal arqueada
sobre el suelo.
¿Es que se asoma por el marco de su propio cuerpo de madera,
como si se asomara por la ventanilla de un tren,
al ver alejarse la estación anónima
en que se debía haber quedado?
¿Es que le pesan, es que le cuelgan del cerebro
sus recuerdos de tierra en putrefacción,
y se le tensan tirantes cables invisibles
desde sus tumbas diseminadas?
¿O es que como esos almendros
que en el verano estuvieron cargados de demasiada fruta,
conserva aún en el invierno el tierno vicio,
guarda aún el dulce álabe de la cargazón y de la compañía,
en sus tristes ramas desnudas, 

donde ya ni se posan los pájaros?

Dámaso Alonso.

martes, 5 de noviembre de 2013

Aquí, en esta orilla blanca.




Aquí
En esta orilla blanca
Del lecho donde duermes
Estoy al borde mismo
De tu sueño. Si diera
Un paso mas, caerla
En sus ondas, rompiéndolo
Como un cristal. Me sube
El calor de tu sueño
Hasta el rostro. Tu hálito
Te mide la andadura
Del soñar: va despacio.
Un soplo alterno, leve
Me entrega ese tesoro
Exactamente: el ritmo
De tu vivir soñando.
Miro. Veo la estofa
De que está hecho tu sueño.
La tienes sobre el cuerpo
Como coraza ingrávida.
Te cerca de respeto.
A tu virgen te vuelves
Toda entera, desnuda,
cuando te vas al sueño.
En la orilla se paran
Las ansias y los besos:
Esperan, ya sin prisa,
A que abriendo los ojos
Renuncies a tu ser
Invulnerable. Busco
Tu sueño. Con mi alma
Doblada sobre ti
Las miradas recorren,
Traslúcida, tu carne
Y apartan dulcemente
Las señas corporales,
Por ver si hallan detrás
Las formas de tu sueño.
No lo encuentran. Y entonces
Pienso en tu sueño. Quiero
Descifrarlo. Las cifras
No sirven, no es secreto.
Es sueño y no misterio.
Y de pronto, en el alto
Silencio de la noche,
Un soñar mío empieza
Al borde de tu cuerpo;
En él el tuyo siento.
Tú dormida, yo en vela,
Hacíamos lo mismo.
No había que buscar:
Tu sueño era mi sueño.

Luis Cernuda.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Arde en tus ojos un misterio.

      

Arde en tus ojos un misterio, virgen 
esquiva y compañera.

      No sé si es odio o es amor la lumbre 
inagotable de tu aljaba negra.

      Conmigo irás mientras proyecte sombra 
mi cuerpo y quede a mi sandalia arena.

 - ¿Eres la sed o el agua en mi camino? 
Dime, virgen esquiva y compañera.


Antonio Machado.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...