viernes, 31 de julio de 2015

El día menos.







¡Ya se arreglarán los sueños,
mañana se arreglarán!
¡Hoy, a soltar y a gozar!

Hoy para encontrar el amigo,
para olearse en los dos ríos,
para hablar con duras mujeres;
hoy para irisarse de césped,
para ventear a caballo,
para silbear en el árbol,
para acerarse en las montañas,
para huir por las luces anchas
perdido entre glorias ruidosas...
Hoy para la gran tensión fresca
de un vivir sin casa ni venda.

¡Ya se ordenarán los sueños,
mañana se ordenarán!
¡Hoy, a romper y a cantar!



Juan Ramón Jiménez.

jueves, 30 de julio de 2015

Las doce en el reloj.







Dije: Todo ya pleno.
Un álamo vibró.
Las hojas plateadas
Sonaron con amor.
Los verdes eran grises,
El amor era sol.
Entonces, mediodía,
Un pájaro sumió
Su cantar en el viento
Con tal adoración
Que se sintió cantada
Bajo el viento la flor
Crecida entre las mieses, más altas.
Era yo, centro en aquel instante
De tanto alrededor,
Quien lo veía todo
Completo para un dios.
Dije: Todo, completo.
¡Las doce en el reloj!


Jorge Guillén.

miércoles, 29 de julio de 2015

La familia.






¿Recuerdas tú, recuerdas aun la escena
A que día tras día asististe paciente
En la niñez, remota como sueño de alba?
El silencio pesado, las cortinas caídas,
El círculo de luz sobre el mantel, solemne
Como paño de altar, y alrededor sentado
Aquel concilio familiar, que tantos ya cantaron,
Bien que tú, de entraña dura, aún no lo has hecho.

Era a la cabecera el padre adusto,
La madre caprichosa estaba en frente,
Con la hermana mayor imposible y desdichada,
y la menor más dulce, quizá no más dichosa,
El hogar contigo mismo componiendo,
La casa familiar, el nido de los hombres,
Inconsistente y rígido, tal vidrio
Que todos quiebran, pero nadie dobla.

Presidían mudos, graves, la penumbra,
Ojos que no miraban los ojos de los otros,
Mientras sus manos pálidas alzaban como hostia
Un pedazo de pan, un fruto, una copa con agua,
y aunque entonces vivían en ellos presentiste,
Tras la carne vestida, el doliente fantasma
Que al rezo de los otros nunca calma
La amargura de haber vivido inútilmente.

Suya no fue la culpa si te hicieron
En un rato de olvido indiferente,
Repitiendo tan sólo un gesto trasmitido
Por otros y copiado sin una urgencia propia,
Cuya intención y alcance no pensaban.
Tampoco fue tu culpa si no les comprendiste:
Al menos has tenido la fuerza de ser franco
Para con ellos y contigo mismo.

Se propusieron, como los hombres todos, lo durable,
Lo que les aprovecha, aunque en torno miren
Que nada dura en ellos ni aprovecha,
Que nada es suyo, ni ese trago de agua
Refrescando sus fauces en verano,
Ni la llama que templa sus manos en invierno,
Ni el cuerpo que penetran con deseo
Dos soledades en una carne sola.

Ellos te dieron todo: cuando animal inerme
Te atendieron con leche y con abrigo;
Después, cuando creció tu cuerpo a par del alma,
Con dios y con moral te proveyeron,
Recibiendo deleite tras de azuzarte a veces
Para tu fuerza tierna doblegar a sus leyes.
Te dieron todo, sí: vida que no pedías,
y con ella la muerte de dura compañera.

Pero algo más había, agazapado
Dentro de ti, como alimaña en cueva oscura,
Que no te dieron ellos, yeso eres:
Fuerza de soledad, en ti pensarte vivo,
Ganando tu verdad con tus errores.
Así, tan libremente, el agua brota y corre,
Sin servidumbre de mover batanes,
Irreductible al mar, que es su destino.

Aquel amor de ellos te apresaba
Como prenda medida para otros,
y aquella generosidad, que comprar pretendía
Tu asentimiento a cuanto
No era según el alma tuya.
A odiar entonces aprendiste el amor que no sabe
Arder anónimo sin recompensa alguna.

El tiempo que pasó, desvaneciéndolos
Como burbuja sobre la haz del agua,
Rompió la pobre tiranía que levantaron,
y libre al fin quedaste, a solas con tu vida,
Entre tantos de aquellos que, sin hogar ni gente,
Dueños en vida son del ancho olvido.

Luego con embeleso probando cuanto era
Costumbre suya prohibir en otros
y a cuyo trasgresor la excomunión seguía,
Te acordaste de ellos, sonriendo apenado.
Cómo se engaña el hombre y cuán en vano
Da reglas que prohíben y condenan.
¿Es toda acción humana, como estimas ahora,
Fruto de imitación y de inconsciencia?

Por esta extraña llama hoy trémula en tus manos,
Que aun deseándolo, temes ha de apagarse un día,
Hasta ti trasmitida con la herencia humana
De experiencias inútiles y empresas inestables
Obrando el bien y el mal sin proponérselo,
No prevalezcan las puertas del infierno
Sobre vosotros ni vuestras obras de la carne,
Oh padre taciturno que no le conociste,
Oh madre melancólica que no le comprendiste.

Que a esas sombras remotas no perturbe
En los limbos finales de la nada
Tu memoria como un remordimiento.
Este cónclave fantasmal que los evoca,
Ofreciendo tu sangre tal bebida propicia
Para hacer a los idos visibles un momento,
Perdón y paz os traiga a ti y a ellos.







martes, 28 de julio de 2015

Bebedor de ajenjo.






Si siempre estoy ensayando
mi sonrisa amarga y triste,
es porque estoy esperando
a una mujer que no existe.

Víctima del desencanto
sufro martirios letales;
por eso adoro yo tanto
mis dichas artificiales.

Paraísos artificiales
que huyen del ruido y del sol...
¡Mis rimas son inmortales,
pues son hijas del alcohol!

Soy mísero y decadente;
en mi alma el Hastío muerde.
Por eso adora mi mente
los sueños del licor verde.

Licor venenoso y triste
que como un suave beleño,
un grato perfume diste
al cadáver de mi ensueño.

Licor que tiene el matiz
de unos ojos que yo amé,
y del tinte del tapiz
en que danzó Salomé.

-Ojos glaucos y perversos
que asesinasteis mi vida,
y le disteis a mis versos
fragancia de flor podrida.-

Turbio ajenjo sibilino
que tienes el sabor fuerte;
que harás de mi desatino
vestíbulo de la Muerte.

Cómplice de la locura,
mis hojas muertas no arranques,
licor que todo lo cura,
licor de color de estanques...

Si siempre estoy ensayando
mi sonrisa amarga y triste,
es porque estoy esperando
a una mujer que no existe.



Mauricio Bacarisse.

lunes, 27 de julio de 2015

Retornos del amor en una azotea.






Poblado estoy de muchas azoteas.
Sobre la mar se tienden las más blancas,
dispuestas a zarpar al sol, llevando
como velas las sábanas tendidas.
Otras dan a los campos, pero hay una
que solo da al amor, cara a los montes.
Y es la que siempre vuelve.

Allí el amor peinaba sus geranios,
conducía las rosas y jazmines
por las barandas y en la ardiente noche
se deshacía en una fresca lluvia.

Lejos, las cumbres,
soportando el peso de las grandes estrellas, lo velaban.
¿Cuándo el amor vivió más venturoso
ni cuándo entre las flores recién regadas
fuera con más alma en la sangre poseído?

Subía el silbo de los trenes.
Tiemblos de farolillos de verbena y músicas
de los quioscos y encendidos árboles remontaban
y súbitos diluvios de cometas veloces
que vertían en sus ojos fugaces resplandores.

Fue la más bella edad del corazón.
Retorna hoy tan distante en que la estoy soñando
sobre este viejo tronco, en un camino
que no me lleva ya a ninguna parte.










Rafael Alberti.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...