viernes, 10 de febrero de 2017

La voz inmóvil.



El ciprés, junto a la adelfa",
velando a la luna nueva,
me esta llamando:
- Ven, ven...

(No, no, que no voy,
que no.)

El ciprés, junto a la acequia,
velando la luna llena,
me esta llamando:
- Ven, ven...

(No, no, que no voy,
que no.)

El ciprés, junto a la alberca,
velando a la luna muerta,
me esta llamando:
- Ven, ven...

(No, no, que no voy,
que no.)


Emilio Prados.

jueves, 9 de febrero de 2017

De pie bajo un árbol.



Una cosa es estar muerto
y otra es el cerrar los ojos
por temor a estar despierto.

Yo sé bien lo que es morir
y sé lo que es despertar
por temor a no dormir.

Dejadme morir despierto,
que yo no quiero soñar
que dormir es estar muerto.
Lo que quiero es despertar,
cuando se acerque a mi cuerpo
quien lo tiene que llamar.

Llámeme, que ya lo espero
y ya no puedo esperar.


Emilio Prados.

miércoles, 8 de febrero de 2017

La rosa en la mano.



Ahora tal vez duerman las hojas
y el agua se retira, sin luna, confiada,
a ensayar el oscuro corazón de otra fuente...

Desnudo, el mar,
igual que un astro muerto,
yacerá en el reflejo de su olvido...

Quizás el pájaro, en la sombra,
sin cuerpo, al fin,
se abandona a su canto
y sube en paz, perenne, hacia la estrella.

Posiblemente el hombre muere...
posiblemente el hombre sueña..

Y, tal vez, el silencio
de nuevo esta vencido
por el aroma de las flores.

Todo el tiempo es Eterno, en esta hora.
¿Es que la noche toca ya en su centro?
¿Es que la muerte empieza a ser memoria?

No sè, no sé.
Yo estoy pensando
en un país, como esta rosa
que día a día se me va alejando
desde la mano a un nuevo nacimiento.


Emilio Prados.

martes, 7 de febrero de 2017

Sus rayos.



Sus rayos, tan duros y brillantes,
la luna -uriga de reflejos múltiples-
sacude violenta
para ahuyentar auroras,
pescando por los ojos, milagrosamente,
cada rayo su pez de inquieto brillo.



Manuel Altolaguirre.

lunes, 6 de febrero de 2017

Mina.



Calla, calla. No soy el mar, no soy el cielo,
ni tampoco soy el mundo en que tú vives.
Soy ei calor que sin nombre avanza sobre las piedras frías,
sobre las arenas donde quedó la huella de un pesar,
sobre el rostro que duerme como duermen las flores
cuando comprenden, soñando, que nunca fueron hierro.

Soy el sol que bajo la tierra pugna por quebrantarla
como un brazo solísimo que al fin entreabre su cárcel
y se eleva clamando mientras las aves huyen.

Soy esa amenaza a los cielos con el puño cerrado,
sueño de un monte o mar que nadie ha transportado
y que una noche escapa como un mar tan ligero.

Soy el brillo de los peces que sobre el agua finge una red de deseos,
un espejo donde la luna se contempla temblando,
el brillo de unos ojos que pueden deshacerse
cuando la noche o nube se cierran como mano.

Dejadme entonces, comprendiendo que el hierro es la salud de vivir,
que el hierro es el resplandor que de sí mismo nace
y que no espera sino la única tierra blanda a que herir como muerte,
dejadme que alce un pico y que hienda a la roca,
a la inmutable faz que las aguas no tocan.

Aquí a la orilla, mientras el azul profundo casi es negro,
mientras pasan relámpagos o luto funeral, o ya espejos,
dejadme que se quiebre la luz sobre el acero,
ira que, amor o muerte, se hincará en esta piedra,
en esta boca o dientes que saltarán sin luna.

Dejadme, sí, dejadme cavar, cavar sin tregua,
cavar hasta ese nido caliente o plumón tibio,
hasta esa carne dulce donde duermen los pájaros,
los amores de un día cuando el sol luce fuera.


Vicente Aleixandre.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...