viernes, 1 de junio de 2018

Ansiedad para el día.


Esta conciencia del aire extenso ocupa su sitio justo, su centímetro sobre mi pecho alerta. El campo está vencido y si canto no podré rematar mi canción que se mueve bajo el agua. Un pez dormido en el regazo no puede sonreír, por más que se deslía sobre su lengua fría la imagen ya perdida. Quién pudiera encontrar aquella dulce arena, aquella sola pepita de oro que me cayó de mi silencio una tarde de roca, cuando apoyaba mis codos sobre dos lienzos vacilantes que me ocultaban mi destino. Una bota perdida en el camino no reza en desvarío, no teme a la lluvia que anegue sus pesares. Y un hombre que persigue perderá siempre sus bastones,
su lento apoyo, enhebrado en la hermosura de su ceguera. Nada como acariciar una cuesta, una cuneta, una dificultad que no sea de carne, que no presienta la nube de metal, la que concentra la electricidad que nos falta. Por eso es bueno encontrar un navio. Para bogar, para perder la lista de las cosas, para que de pronto nos falte el dedo de una mano y no lo reconozcamos en el pico de una gaviota. Poderse repasar sin saludo. Poder decir no soy aunque me empeñe. Poder decir al timonel no hay prisa, ¿sabe usted?, porque la luz no desciende en forma de naipes y no tengo miedo de marrar mi triunfo. Puedo tener un lujo, el de la superficie, el de esta burbuja, el de aquella espina, parece mentira, que viene bogando, que no encuentra la carne que le está destinada. Estoy perdido en el océano.

Porque no me contemplo. Podéis enseñarme esa ola gigantesca hecha solo de puños de paraguas, esa ruidosa protesta sin resaca. No me asombro, conservo mi nivel sobre el agua, puedo todavía mojar mi lengua en el subcielo, en el azul extático. Pero si llegas tú, el monstruo sin oído que lleva en lugar de su palabra una tijera breve, la justa para cortar la explicación abierta, no me defiendo, me entrego a sus aletas poderosas. ¿Qué falsa alarma ha rizado las gargantas de las sirenas húmedas que yo solo presiento en forma de lijas traspasadas, dormidas sobre su silencio? Una orilla es mi mano. Otra mi pierna. Otra es esta canción silvestre que llevo en anillo dentro de mí, porque no quiero jaulas para los canarios, porque detesto el oro entre los dientes y las lágrimas que no sirven para abrir otras puertas. Porque voy a romper este cristal de mundo que nos crea; porque me lo está pidiendo ese bichito negro que os sale por la comisura de la boca. Porque estáis muertos e insepultos.

En lugar de lágrima lloro la cabeza entera. Me rueda por el pecho y río con las uñas, con los dos pies que me abanican, mientras una muchacha, una seca badana estremecida, quiere saber si aún queda la piel por los dos brazos.


Vicente Aleixandre.

jueves, 31 de mayo de 2018

Amor de muchos días.



Entre viandas, frutas, dulces, manteles, platos,
Entre el hervir y el congelarse, tú misma, tú,
Idéntica a tu forma feliz en los trabajos,
Sin contraste, continua, sobre el esfuerzo tú.


Jorge Guillén.

miércoles, 30 de mayo de 2018

Historias fuera de mí.


Cuando volví de acompañarte,
en el lugar de nuestro encuentro
me vi aislado, hecho luz.

Me tropezaban personas sin espíritu.
Los planos de mi esencia navegados
por la compacta multitud.

Me recogí a mí mismo
aprisionando con mi forma
lo derramado y olvidado,
antes de verte,
y me fui a casa
donde volví a probarme
el amplio traje de mi soledad.


Manuel Altolaguirre.

martes, 29 de mayo de 2018

Paréntesis.


Toda el agua, desnuda,
tendida sobre el tiempo,
pierde pie en la memoria
de la luz en el cielo...

-¿Quien desarraigó el alma,
sin cuerpo, del misterio?...

-Fue la noche... ¡la noche!
¡Solamente la noche!...

(Toda el agua retumba
como un corazón hueco.)


Emilio Prados.

lunes, 28 de mayo de 2018

Noche de luna (Sin desenlace).



Altitud veladora:
descienden ya vigías
por tanta luz de luna.

¡Astral candor del mar!
los plumajes del frío
tensamente se ciernen.

Y, planicie, la espera:
callada se difunde
la expectación de espuma.

¡Ah! ¿Por fin?... Desde el fondo,
los sueños de las algas
a la noche iluminan.

Voluntad de lo leve:
adorables arenas
exigen gracia al viento.

¡Ascensión a lo blanco!
Los muertos más profundos,
aire en el aire, van.

Difícil delgadez:
¿busca el mundo una blanca,
total, perenne ausencia?


Jorge Guillén.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...