viernes, 8 de julio de 2016

Tiempo Flor.



¡Qué error! Me parecía
que aquel lejano niño
se estaba yendo para siempre,
que aquel alegre joven distraído
se alejaba también.

¡Mentira todo!
El joven está en mí
como un hombre vestido de otros hombres,
llegando hasta la última envoltura,
esta piel mía de ahora;
o siendo abrigo de otros cuerpos
hasta llegar al niño que yo era,
que es centro de mi vida,
que está en mí
en una inmensa flor
que al deshojarse lo mostrara
desnudo y sonriente.


Manuel Altolaguirre.

jueves, 7 de julio de 2016

Orfeo.



¿Para quién cantas tú, para quién canta
tu alma de luz, el lirio de tu cuello?
¿Para el fuego de Apolo o el cabello
en fuga huracanado de Atalanta?

Árboles, rocas, fieras, mueve, imanta,
bambolea y concentra tu destello
de oro, tu timbre que, si eriza el vello
desde el orco hasta el cielo nos levanta.

Tu voz conduces, intervalas, bañas
en llanto. Se te rompe.
Mas perdura tu mano.
Orfeo, que edifica y dice

-arrancando a la lira sus entrañas-
las sílabas de un nombre que inaugura,
crea toda la música: ¡Euridice!

Gerardo Diego.

miércoles, 6 de julio de 2016

Números.



Tenías abecedario
innumerable de estrellas;
clara
ibas poniendo la letra,
noche de agosto.
Pero yo, sin entenderla,
misterio, no la quería.
Aquí en la mesa de al lado
dos hombres echaban cuentas.
Más bellas que los luceros
fúlgidas, cifras y cifras,
cruzaban por el silencio,
puras estrellas errantes,
señales de suerte buena
con largas caudas de ceros.
Y yo me quedé mirándolas:
-¡qué constelación perfecta
tres por tres nueve!-
olvidado de Ariadna, desnuda allí
en islas del horizonte.


Pedro Salinas.

martes, 5 de julio de 2016

Fe mía.



No me fío de la rosa
de papel,
tantas veces que la hice
yo con mis manos.
Ni me fío de la otra
rosa verdadera,
hija del sol y sazón,
la prometida del viento.
De ti que nunca te hice,
de ti que nunca te hicieron,
de ti me fío, redondo
seguro azar.

Pedro Salinas.

lunes, 4 de julio de 2016

Qué tristeza de olor de jazmín.



¡Qué tristeza de olor de jazmín!
El verano torna a encender las calles
y a oscurecer las casas, y, en las noches,
regueros descendidos de estrellas
pesan sobre los ojos cargados de nostalgia.

En los balcones, a las altas horas, siguen
blancas mujeres mudas, que parecen fantasmas;
el río manda, a veces, una cansada brisa,
el ocaso, una música imposible y romántica.

La penumbra reluce de suspiros; el mundo
se viene, en un olvido mágico, a flor de alma;
y se cogen libélulas con las manos caídas,
y, entre constelaciones, la alta luna se estanca.

¡Qué tristeza de olor de jazmín! Los pianos
están abiertos; hay en todas partes miradas
calientes... Por el fondo de cada sombra azul,
se esfuma una visión apasionada y lánguida.


Juan Ramón Jiménez.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...