viernes, 22 de enero de 2016

Tristeza del recuerdo.






Por las esquinas vagas de los sueños,
Alta la madrugada, fue conmigo
Tu imagen bien amada, como un día
En tiempos idos, cuando Dios lo quiso.

Agua ha pasado por el río abajo,
Hojas verdes perdidas llevó el viento
Desde que nuestras sombras vieron quedas
Su afán borrarse con el sol traspuesto.

Hermosa era aquella llama, breve
Como todo lo hermoso: luz y ocaso.
Vino la noche honda, y sus cenizas
Guardaron el desvelo de los astros.

Tal jugador febril ante una carta,
Un alma solitaria fue la apuesta
Arriesgada y perdida en nuestro encuentro;
El cuerpo entre los hombres quedó en pena.

¿Quién dice que se olvida? No hay olvido.
Mira a través de esta pared de hielo
Ir esa sombra hacia la lejanía
Sin el nimbo radiante del deseo.

Todo tiene su precio. Yo he pagado
El mío por aquella antigua gracia;
Y así despierto, hallando tras mi sueño
Un lecho solo, afuera yerta el alba.



Luis Cernuda.

jueves, 21 de enero de 2016

Lenta humedad.







Sombra feliz del cabello
que se arrastra cuando el sol va a ponerse,
como juncos abiertos- es ya tarde;
fría humedad lasciva, casi polvo-.
Una ceniza delicada,
la secreta entraña del junco,
esa delicada sierpe sin veneno
cuya mirada verde no lastima.
Adiós.
El sol ondea sus casi rojos,
sus casi verdes rayos.
Su tristeza como frente nimbada, hunde.
Frío, humedad; tierra a los labios.



Vicente Aleixandre.

miércoles, 20 de enero de 2016

La injusticia.







¿De qué sima te yergues, sombra negra?
¿Qué buscas?
Los oteros,
como lagartos verdes, se asoman a los valles
que se hunden entre nieblas en la infancia del mundo.
Y sestean, abiertos, los rebaños,
mientras la luz palpita, siempre recién creada,

mientras se comba el tiempo, rubio mastín que duerme
/a las puertas de Dios.

Pero tú vienes, mancha lóbrega,
reina de las cavernas, galopante en el cierzo, tras tus corvas
/pupilas, proyectadas
como dos meteoros crecientes de lo oscuro,
cabalgando en las rojas melenas del ocaso,
flagelando las cumbres
con cabellos de sierpes, látigos de granizo.

Llegas,
oquedad devorante de siglos y de mundos,
como una inmensa tumba,
empujada por furias que ahíncan sus testuces,
duros chivos erectos, sin oídos, sin ojos,
que la terneza ignoran.

Sí, del abismo llegas,
hosco sol de negruras, llegas siempre,
onda turbia, sin fin, sin fin manante,
contraria del amor, cuando él nacida
en el día primero.

Tú empañas con tu mano
de húmeda noche los cristales tibios
donde al azul se asoma la niñez transparente, cuando
/apenas
era tierna la dicha, se estrenaba la luz,
y pones en la nítida mirada
la primer llama verde
de los turbios pantanos.

Tú amontonas el odio en la charca inverniza
del corazón del vejo,
y azuzas el espanto
de su triste jauría abandonada
que ladra furibunda en el hondón del bosque.

Y van los hombres, desgajados pinos,
del oquedal en llamas, por la barranca abajo,
rebotando en las quiebras,
como teas de sombra, ya lívidas, ya ocres,
como blasfemias que al infierno caen.

... Hoy llegas hasta mí.
He sentido la espina de tus podridos cardos,
el vaho de ponzoña de tu lengua
y el girón de tus alas que arremolina el aire.
El alma era un aullido
y mi carne mortal se helaba hasta los tuétanos.

Hiere, hiere, sembradora del odio:
no ha de saltar el odio, como llama de azufre,
/de mi herida.
Heme aquí:
soy hombre, como un dios,
soy hombre, dulce niebla, centro cálido,

pasajero bullir de un metal misterioso que irradia
/la ternura.

Podrás herir la carne
y aun retorcer el alma como un lienzo:
no apagarás la brasa del gran amor que fulge
dentro del corazón, bestia maldita.

Podrás herir la carne.
No morderás mi corazón,
madre del odio.
Nunca en mi corazón,
reina del mundo.



Dámaso Alonso.

martes, 19 de enero de 2016

Bajo tu sombra.




A la sombra de tu vida
quiero detener mi tiempo,
que tu profundo horizonte
me haga perderme en su seno;
que tu silencio recubra,
con arboleda de sueños,
este corazón que guarda
tantas soledades dentro.



Manuel Altolaguirre.

lunes, 18 de enero de 2016

Romero sólo.







Ser en la vida romero,
romero sólo que cruza siempre por caminos nuevos.
Ser en la vida romero, sin más oficio,
sin otro nombre y sin pueblo.
Ser en la vida romero, romero..., sólo romero.
Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo,
pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero,
ligero, siempre ligero.

Que no se acostumbre el pie a pisar el mismo suelo,
ni el tablado de la farsa, ni la losa de los templos
para que nunca recemos como el sacristán los rezos,
ni como el cómico viejo digamos los versos.
La mano ociosa es quien tiene más fino el tacto en los dedos,
decía el príncipe Hamlet, viendo cómo cavaba una fosa
y cantaba al mismo tiempo un sepulturero.
No sabiendo los oficios los haremos con respeto.
Para enterrar a los muertos como debemos
cualquiera sirve, cualquiera... menos un sepulturero.
Un día todos sabemos hacer justicia.
Tan bien como el rey hebreo
la hizo Sancho el escudero
y el villano Pedro Crespo.

Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo.
Pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero,
ligero, siempre ligero.

          Sensibles a todo viento
          y bajo todos los cielos,
          poetas, nunca cantemos
          la vida de un mismo pueblo
          ni la flor de un solo huerto.
          Que sean todos los pueblos
          y todos los huertos nuestros.



León Felipe.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...