viernes, 24 de mayo de 2019

Figura del leñador.


El leñador oprime
su hacha y sale al campo.
El camino hacia el puerto tiene unas blancas torres,
jardines. Son extraños al pueblo.
Sin mirarlos avanza por el polvo extendido,
que el camino, desdeñando otras cercas,
sube en su propio polvo hacia la altura,
hacia el azul común que a todos unge.
Y él marcha. La sandalia,
unión del pie seguro con la tierra,
pone un paso,
luego otro, y aún otro, y asi muchos.
Entre las tiras bulle
el pie, en prieta corteza.
Los dedos se adelantan, casi córneos parecen,
y reciben en su punta las uñas
como un hueso ofensor,
indagador del mundo,
hostil a ruda marcha.

Así esa pierna avanza, no desnuda;
su materia está envuelta casi en sí misma: pana mucho más que textil,
casi piel solo, rugosa allí latiendo;
abraza la rodilla, cruje al marchar con ella
y en el muslo hace el fuego: el de la sangre y músculos,
quemados bajo el sol, allí sobre esos páramos.

El sigue y ya ha torcido.
El puerto está en lo alto.
La pana se termina en la cintura escueta:
rematada en la faja.
Signo rojo que inmóvil sujeta allí la vida,
partida en dos y enteriza pudiendo.
Entero el cuerpo sigue.
Uno y valiente sigue, y sube y sube.
Con el hacha al hombro.

Después va la camisa, el tronco mismo que la lleva apenas.
Como es él, ella misma. Camisa o tierra seca que un rocío
o un sudor humedece.
Aún el pecho la abre, aún más, como asomándose,
como materia lúcida, brillante en el esfuerzo,
fragor, vello o más sombras.

Ya casi está en la cima.
El puerto se corona allí en las cumbres.
Y en el cuello del hombre, irrumpido, el mentón
ásperamente avanza. Proa allí, y todavía
como un airón, arriba, aún más arriba,
el pelo hirsuto ondeante.
Como de un manotazo allí se implanta
el pelo que es cobrizo más que negro,
y que en la nieve rojo se antoja, y a una mata
o un tojo se asemeja.

El leñador completo a lo alto llega.
Allí a un lado está el bosque.
Bosque de robles que su mano dura
va a aclarar, y su acero.

Relámpago de pronto parecía.
De la tierra irrumpido. Como si ella se abriese,
y robusta se irguiese como una luz el hacha,
coronando al humano.
Hombre o rayo frenético, desnudo de cintura,
en zigzag ya trazado, rayo puro
abatiendo los árboles.
En las lomas el bosque es aún reciente. Unas décadas solo.
Matas quedan, arbustos, casi niñez de un bosque
que sube en la ladera hacia su cima fuerte.
Pero hay troncos potentes mezclados con más troncos,
masa enteriza arbórea que, poblada de pájaros silvestres,
canta y canta en estío.
Mezclados a otros cantos, cigarras fuertes, élitros
de duros grillos, brillos o sonidos nocturnos
que hace el bosque compacto.
Aunque se ven luciérnagas, luces suaves, amantes,
que en la soledad aguardan.

Pero el leñador llega, si es que no es hijo solo
de la tierra entreabierta.
Emerge y pronto arbóreo también, él se enardece;
sus dos ramas acrecen y brillan, ay: amenazan.
Repentino, no hermano, a un roble se le arrima,
un momento le imita, feraz, alto, rameante.
Pero pronto descarga.
¿Quién ha oído ese grito total que el bosque emite
cuando herido concreto por un tronco, vacila?
El leñador se multiplica, tiene,
no dos ramas, un ciento, un hirviente ramaje,
que un viento removiese, fragoroso, arrasado,
mientras aquellas sus ondeantes ramas
contra otras ramas hieren, derriban, ¡oh: se cumplen!

El leñador es hombre, no un árbol.
Tiene el rostro, sus ojos, su posible sonrisa, el cuello o sangre,
sus hombros golpeantes, sus brazos, sí, humanísimos.
Trabaja. El árbol nunca trabaja. Juan trabaja.
Y cuando ha puesto en tierra los troncos necesarios,
rehecho en su hermana forma -conciencia siempre viva- ,
depone el hierro, cae su brazo, y mira, y ahora
su piel enjuga, y lento su mano lleva al pecho.

Vicente Aleixandre.

jueves, 23 de mayo de 2019

La ventana.


La ventana separa
al mundo de los trenes,
de los grandes vapores,
de los hombres a pie,
del mundo quieto
de un alma sola.

¡Qué alegría
ver los rosales y los vendedores!

Al ruidoso paisaje
de tráfico y de vida
mi tristeza se asoma.

Mi soledad consciente
mira las hermosuras
inútiles del mundo.

Lo bello y el dolor
es de las almas solas.

Manuel Altolaguirre.

miércoles, 22 de mayo de 2019

Tres canciones.



Puente de mi soledad:
con las aguas de mi muerte
tus ojos se calmarán.

Tengo mi cuerpo tan lleno
de lo que falta a mi vida,
que hasta la muerte, vencida,
busca por él su consuelo.

Por eso, para morir,
tendré que echarme hacia dentro
las anclas de mi vivir.

Y llevo un mundo a mi lado
igual que un viaje vacío
y otro mundo en mi guardado
que es por el mundo que vivo.

Po eso, para vivir,
tendré que echar hacia dentro
las anclas de mi morir.

Puente de mi soledad:
por los ojos de mi muerte
tus aguas van hacia el mar,
al mar del que no se vuelve.

martes, 21 de mayo de 2019

Fábula.


A Jorge Guillén

Eco, perseguidora de Narciso,
ahora quieta, apretada,
sin voz ni sangre, mineral, se opone
a la dilatación de los sonidos.

Alta roca vestida con espejos
detrás de los cristales de su brillo,
negras paredes niegan a su alma
sendas conducidoras de lo externo.

Aislada, meditando, sin oídos,
en el silencio de su piel los vértices
de las luces y voces rechazadas.
Su pena tiene por lenguaje un río.

¿Qué no dirán sus aguas transparentes
hablando del amor que la devora?
¿Qué pintura no harán de la belleza
de aquel que al contemplarse en tal murmullo
inmóvil desnudó su pensamiento?

¡Oh blanca flor sin carne en la ribera!
¿Cómo olvidar tu forma conseguiste?
¿Cómo pudiste derribar los muros
que guardaban tu alma inaccesible?

Ahora ya flor o puro pensamiento,
tu perfume, alma externa, se dilata amorosa,
engolfándose en el aire.
Esto quedó de ti, de tu hermosura.

Al verla reflejada en la corriente
supiste transformarla en poesía.
Esto quedó de ti. Y tu recuerdo,
dibujado en la entraña de una roca,
continua madre, manantial de un río.

Manuel Altolaguirre.

lunes, 20 de mayo de 2019

Niño.


Claridad de corriente,
Círculos de la rosa,
Enigmas de la nieve:
Aurora y playa en conchas.

Máquina turbulenta,
Alegrías de luna
Con vigor de paciencia:
Sal de la onda bruta.

Instante sin historia,
Tercamente colmado
De mitos entre cosas:
Mar sólo con sus pájaros.

Si rica tanta gracia,
Tan sólo gracia, siempre
Total en la mirada:
Mar, unidad presente.

Poeta de los juegos
Puros sin intervalos,
Divino, sin ingenio:
¡El mar, el mar intacto!

Jorge Guillén.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...