viernes, 12 de febrero de 2016

Vida exterior.



A Mathilde Pomés

Arrastraría mi alma
sin reconcentraciones,
como un manto invisible
sobre la gran llanura
del mundo descubierto,
reviviendo las cosas
lejanas con externas
memorias extendidas.

Dentro de mí un silencio
insípido, sin roces.
Afuera todo el gusto,
perfumado de un tacto
armonioso a mi vista,
una sensualidad
abierta, derramada,
un florecer de ideas
al compás de los árboles.


Manuel Altolaguirre.

jueves, 11 de febrero de 2016

Las ánimas.



Montones de supervivientes
Miran el mundo delos vivos,
Que con sus barcos y sus puentes
Intentan servirles de estribos.

Después de aflicción y trabajo,
-La vida más corta fue larga-
cayeron mucho más abajo.
Sólo errores son ya su carga.

Los muertos añoran la tierra
De los hombres nunca divinos,
Y sufren, sufren. ¿Se les cierra
La salida a humanos destinos?

Ese fuego no será eterno.
También el verdugo se cansa,
Y está sumiso a buen gobierno.
Eternidad con Dios es mansa.

Mientras montones de difuntos
Tienden a los vivos las manos,
Las memorias. ¡Ah, todos juntos,
Y humanos, humanos, humanos!



Jorge Gillén.

miércoles, 10 de febrero de 2016

Lamento y esperanza.


Soñábamos algunos cuando niños, caídos
En una vasta hora de ocio solitario
Bajo la lámpara, ante las estampas de un libro,
Con la revolución. Y vimos su ala fúlgida
Plegar como una mies los cuerpos poderosos.

Jóvenes luego, el sueño quedó lejos
De un mundo donde desorden e injusticia,
Hinchendo oscuramente las ávidas ciudades,
Se alzaban hasta el aire absorto de los campos.
Y en la revolución pensábamos: un mar
Cuya ira azul tragase tanta fría miseria.

El hombre es una nube de la que el sueño es viento.
¿Quién podrá al pensamiento separarlo del sueño?
Sabedlo bien vosotros, los que envidiéis mañana
En la calma este soplo de muerte que nos lleva
Pisando entre ruinas un fango con rocío de sangre.

Un continente de mercaderes y de histriones,
Al acecho de este loco país, está esperando
Que vencido se hunda, solo ante su destino,
Para arrancar jirones de su esplendor antiguo.
Le alienta únicamente su propia gran historia dolorida.

Si con dolor el alma se ha templado, es invencible;
Pero, como el amor, debe el dolor ser mudo:
No lo digáis, sufridlo en esperanza. Así este pueblo iluso
Agonizará antes, presa ya de la muerte,
Y vedle luego abierto, rosa eterna en los mares.


Luis Cernuda.

martes, 9 de febrero de 2016

Las águilas.



El mundo encierra la verdad de la vida,
aunque la sangre mienta melancólicamente
cuando como mar sereno en la tarde
siente arriba el batir de las águilas libres.

Las plumas de metal,
las garras poderosas,
ese afán del amor o la muerte,
ese deseo de beber en los ojos con un pico de hierro,
de poder al fin besar lo exterior de la tierra,
vuela como el deseo,
como las nubes que a nada se oponen,
como el azul radiante, corazón ya de afuera
en que la libertad se ha abierto para el mundo.

Las águilas serenas
no serán nunca esquifes,
no serán sueño o pájaro,
no serán caja donde olvidar lo triste,
donde tener guardado esmeraldas u ópalos.

El sol que cuaja en las pupilas,
que a las pupilas mira libremente,
es ave inmarcesible, vencedor de los pechos
donde hundir su furor contra un cuerpo amarrado.

Las violentas alas
que azotan rostros como eclipses,
que parten venas de zafiro muerto,
que seccionan la sangre coagulada,
rompen el viento en mil pedazos,
mármol o espacio impenetrable
donde una mano muerta detenida
es el claror que en la noche fulgura.

Águilas como abismos,
como montes altísimos,
derriban majestades, troncos polvorientos,
esa verde hiedra que en los muslos
finge la lengua vegetal casi viva.

Se aproxima el momento en que la dicha consista
en desvestir de piel a los cuerpos humanos,
en que el celeste ojo victorioso
vea sólo a la tierra como sangre que gira.

Águilas de metal sonorísimo,
arpas furiosas con su voz casi humana,
cantan la ira de amar los corazones,
amarlos con las garras estrujando su muerte.


Vicente Aleixandre.

lunes, 8 de febrero de 2016

Sin voz desnuda.



Sin armas. Ni las dulces
sonrisas, ni las llamas
rápidas de la ira.
Sin armas. Ni las dulces
sonrisas, ni las llamas
rápidas de la ira.
Sin armas. Ni las aguas
de la bondad sin fondo,
ni la perfidia, corvo pico.
Nada. Sin armas. Sola.
Ceñida en tu silencio.
-Sí- y -no-, -mañana- y -cuando-
quiebran agudas puntas
de inútiles saetas
en tu silencio liso
sin derrota ni gloria.
¡Cuidado! que te mata
- fría, invencible, eterna-
eso, lo que te guarda,
eso, lo que te salva,
el filo del silencio que tú aguzas.


Pedro Salinas.

      Eternidad. Este jardín donde estoy siempre estuvo en mí. No existo. Tanta vida, tal conciencia, borran mi ser en el tiempo. Conocer la...