viernes, 30 de mayo de 2014

Soneto sobre la libertad humana.



Qué hermosa eres, libertad. 
No hay nada que te contraste. 
¿Qué? Dadme tormento.
Más brilla y en más puro firmamento
libertad en tormento acrisolada.

¿Que no grite? 
¿Mordaza hay preparada?
Venid: amordazad mi pensamiento.
Grito no es vibración de ondas al viento:
grito es conciencia de hombre sublevada.

Qué hermosa eres, libertad. 
Dios mismo te vio lucir, 
ante el primer abismo sobre su pecho, 
solitaria estrella.

Una chispita del volcán ardiente
tomó en su mano.
Y te prendió en mi frente,
libre llama de Dios, libertad bella.



Dámaso Alonso.

jueves, 29 de mayo de 2014

Acaba.



En volandas,
como si no existiera el avispero,
aquí me tienes con los ojos desnudos,
ignorando las piedras que lastiman,
ignorando la misma suavidad de la muerte.

¿Te acuerdas? He vivido dos siglos, dos minutos,
sobre un pecho latiente,
he visto golondrinas de plomo triste anidadas en ojos
y una mejilla rota por una letra.
La soledad de lo inmenso 
mientras media la capacidad de una gota.

Hecho pura memoria,
hecho aliento de pájaro,
he volado sobre los amaneceres espinosos,
sobre lo que no puede tocarse con las manos.

Un gris, 
un polvo gris parado impediría siempre el beso sobre la tierra,
sobre la única desnudez que yo amo,
y de mi tos caída como una pieza no se esperaría un latido, 
sino un adiós yacente.

Lo yacente no sabe.
Se pueden tener brazos abandonados.
Se pueden tener unos oídos pálidos
que no se apliquen a la corteza ya muda.
Se puede aplicar la boca a lo irremediable.
Se puede sollozar sobre el mundo ignorante.

Como una nube silenciosa yo me elevaré de mí mismo.
Escúchame. Soy la avispa imprevista.
Soy esa elevación a lo alto
que como un ojo herido
se va a clavar en el azul indefenso.
Soy esa previsión triste de no ignorar todas las venas,
de saber cuándo, cuándo la sangre pasa por el corazón
y cuándo la sonrisa se entreabre estriada.

Todos los aires azules...
No.
Todos los aguijones dulces que salen de las manos,
todo ese afán de cerrar párpados, 
de echar oscuridad o sueño,
de soplar un olvido sobre las frentes cargadas,
de convertirlo todo en un lienzo sin sonido,

me transforma en la pura brisa de la hora,
en ese rostro azul que no piensa,
en la sonrisa de la piedra,
en el agua que junta los brazos mudamente.
En ese instante último en que todo lo uniforme pronuncia la palabra:

ACABA.



Vicente Aleixandre. 

miércoles, 28 de mayo de 2014

Y mi silencio.




Y mi silencio no ha sido una crueldad 
que se perdía oculta entre mis ropas
Yo no sé predecir.
La luz únicamente más allá de mí mismo
Todo lo conocía.
Conocía el mar y esos cuerpos desnudos
Pero me devoraba la sangre entre las manos
Pedir perdón sería recordar un poema
Y si yo escribo es únicamente porque no sé si he muerto
Tan lejos
La emancipación de nuestros sentidos 
está en recuperar la palabra
A B C D nos referían 
nuestras antiguas historias.



Emilio Prados.

martes, 27 de mayo de 2014

Cuatro baladas amarillas.




I

En lo alto de aquel monte
un arbolito verde.

Pastor que vas,
pastor que vienes.

Olivares soñolientos
bajan al llano caliente.

Pastor que vas,
pastor que vienes.

Ni ovejas blancas ni perro
ni cayado ni amor tienes.

Pastor que vas.
Como una sombra de oro,
en el trigal te disuelves.

Pastor que vienes.


II

La tierra estaba
amarilla.

Orillo, orillo,
pastorcillo.

Ni luna blanca
ni estrella lucían.

Orillo, orillo,
pastorcillo.

Vendimiadora morena
corta el llanto de la viña.

Orillo, orillo,
pastorcillo.


III

Dos bueyes rojos
en el campo de oro.

Los bueyes tienen ritmo
de campanas antiguas
y ojos de pájaro.
Son para las mañanas
de niebla, y sin embargo
horadan la naranja
del aire, en el verano.
Viejos desde que nacen
no tienen amo
y recuerdan las alas
de sus costados.
Los bueyes 
siempre van suspirando
por los campos de Ruth
en busca del vado,
del eterno vado,
borrachos de luceros
a rumiarse sus llantos.

Dos bueyes rojos
en el campo de oro.


IV

Sobre el cielo
de las margaritas ando.
Yo la imagino esta tarde
que soy santo.

Me pusieron la luna
en las manos.
Yo la puse otra vez
en los espacios
y el Señor me premió
con la rosa y el halo.

Sobre el cielo
de las margaritas ando.

Y ahora voy
por este campo
a librar a las niñas
de galanes malos
y dar monedas de oro
a todos los muchachos.

Sobre el cielo
de las margaritas ando.







lunes, 26 de mayo de 2014

El Olvido.



No es tu final como una copa vana
que hay que apurar. 
Arroja el casco, y muere.

Por eso lentamente levantas en tu mano
un brillo o su mención, y arden tus dedos,
como una nieve súbita.

Está y no estuvo, pero estuvo y calla.
El frío quema y en tus ojos nace su memoria. 
Recordar es obsceno,
peor: es triste. 
Olvidar es morir.

Con dignidad murió. 
Su sombra cruza.



Vicente Aleixandre.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...