viernes, 15 de abril de 2016

A una muchacha que se llamaba Nieves.



Rojo dará su luz cuando la aurora
negra de tus miradas ilumine
tu bello despertar de primavera;
cuando tus grandes ojos sean las nubes,
tu corazón un sol, tu piel la tierra
sonrosada de un mundo de rubores;
cuando el amor tu nombre frío deshiele
sin que por eso pierda su blancura;
cuando un hombre te quiera y tú, queriéndole,
escuches su silencio con tu boca.


Manuel Altolaguirre.

jueves, 14 de abril de 2016

Invitación al aire.


  Te invito, sombra, al aire.
Sombra de veinte siglos,
a la verdad del aire,
del aire, aire, aire.
  Sombra que nunca sales
de tu cueva, y al mundo
no devolviste el silbo
que al nacer te dio el aire,
del aire, aire, aire.
  Sombra sin luz, minera
por las profundidades
de veinte tumbas, veinte
siglos huecos sin aire,
del aire, aire, aire.
  ¡Sombra, a los picos, sombra,
de la verdad del aire,
del aire, aire, aire!


Rafael Alberti.

miércoles, 13 de abril de 2016

El bosque alegre.



Árbol que me señalas
el lugar de la cita,
te recuerdo no tanto
por tu sombra y tus luces,
cuanto porque señalas
el sitio en que ella estuvo.

Árboles crezcan siempre
donde el amor no puede
dejar signos de tránsito.

Aquí fue, porque el árbol
lo grita hoja por hoja,
se lo dice a los vientos
con sus verdes palabras.

En mi memoria, un árbol
en cada sitio en donde
la tuve entre mis brazos.

Y en este bosque alegre
cuando cierro los ojos
multiplico la dicha
que ahora con ella tengo.

Manuel Altolaguirre.

martes, 12 de abril de 2016

La voz a ti debida (Versos 2089 a 2123)



Tú no las puedes ver;
yo, sí.
Claras, redondas, tibias.
Despacio
se van a su destino;
despacio, por marcharse
más tarde de tu carne.
Se van a nada; son
eso no más, su curso.
Y una huella, a lo largo,
que se borra en seguida.
¿Astros?


no las puedes besar.
Las beso yo por ti.
Saben; tienen sabor
a los zumos del mundo.
¡Qué gusto negro y denso
a tierra, a sol, a mar!
Se quedan un momento
en el beso, indecisas
entre tu carne fría
y mis labios; por fin
las arranco. Y no sé
si es que eran para mí.
Porque yo no sé nada.
¿Son estrellas, son signos,
son condenas o auroras?
Ni en mirar ni en besar
aprendí lo que eran.
Lo que quieren se queda
allá atrás, todo incógnito.
Y su nombre también.
-Si las llamara lágrimas,
nadie me entendería-.

Pedro Salinas

lunes, 11 de abril de 2016

En soledad. No se siente.



En soledad. No se siente
el mundo, que un muro sella;
la lámpara abre su huella
sobre el diván indolente.
 Acogida está la frente
al regazo del hastío.
¿Qué ausencia, qué desvarío
a la belleza hizo ajena?
Tu juventud nula, en pena
el blanco papel vacío.

Luis Cernuda.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...