viernes, 9 de septiembre de 2022

 

La hermanilla.


A Conchita.


Tenía la naricilla respingona, y era menuda,
¡Cómo le gustaba correr por la arena!

Y se metía en el agua,
y nunca se asustaba.
Flotaba allí como si aquel hubiera sido siempre su natural elemento.
Como si las olas la hubieran acercado a la orilla,
trayéndola desde lejos, inocente en la espuma,

con los ojos abiertos bajo la luz.
Rodaba luego con la onda sobre la arena y se reía,

 risa de niña en la risa del mar,
y se ponía de pie, mojada, pequeñísima,
como recién salida de las valvas de nácar,
y se adentraba en la tierra,
como en préstamo de las olas.

¿Te acuerdas?
Cuéntame lo que hay allí en el fondo del mar.
Dime, dime, yo le pedía.
No recordaba nada.
Y riendo se metía otra vez en el agua
y se tendía sumisamente sobre las olas.


Vicente Aleixandre.

martes, 6 de septiembre de 2022


A Pizca.


Bestia que lloras a mi lado, dime:
¿Qué dios huraño
Te remueve la entraña?
¿A quién o a qué vacío
Se dirige tu anhelo,
Tu oscuro corazón?
¿Por qué gimes, qué husmeas, qué avizoras?
¿Husmeas, di, la muerte?
¿Aúllas a la muerte,
Proyectada, cual otro can famélico,
Detrás de mí, de tu amo?
Ay, Pizca,
Tu terror es quizá solo el del hombre
Que el bieldo enarbolaba,
O el horror a la fiera
Más potente que tú.
Tú, sí, Pizca; tal vez lloras por eso
Yo, no.

Lo que yo siento es
un horror inicial de nebulosa;
o ese espanto al vacío,
cuando el ser se disuelve, esa amargura,
del astro que se enfría entre lumbreras
más jóvenes, con frío sideral,
con ese frío que termina
en la primera noche, aún no creada;
o esa verdosa angustia del cometa
que antorcha aún, como oprimida antorcha,
invariablemente, indefinidamente, cae,
pidiendo destrucción, ansiando choque.
Ah, sí, que es más horrible
infinito caer sin dar en nada,
sin nada en que chocar. Oh viaje negro,
oh poza del espanto:
y, cayendo, caer y caer siempre.

Dámaso Alonso.


El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...