viernes, 3 de octubre de 2014

No es el amor quien muere.






No es el amor quien muere,
somos nosotros mismos.

Inocencia primera
Abolida en deseo,
Olvido de sí mismo en otro olvido,
Ramas entrelazadas,
¿Por qué vivir si desaparecéis un día?

Sólo vive quien mira
Siempre ante sí los ojos de su aurora,
Sólo vive quien besa
Aquel cuerpo de ángel que el amor levantara.

Fantasmas de la pena,
A lo lejos, los otros,
Los que ese amor perdieron,
Como un recuerdo en sueños,
Recorriendo las tumbas
Otro vacío estrechan.

Por allá van y gimen,
Muertos en pie, vidas tras de la piedra,
Golpeando la impotencia,
Arañando la sombra con inútil ternura.

No, no es el amor quien muere.


Luis Cernuda.

jueves, 2 de octubre de 2014

Tú me miras.





Tú me miras, amor, al fin me miras
de frente, tú me miras y te entregas
y de tus ojos líricos trasiegas
tu inocencia a los míos. 

No retiras tu onda y onda dulcísima, 
mentiras que yo soñaba y son verdad, no juegas.
Me miras ya sin ver, mirando a ciegas
tu propio amor que en mi mirar respiras.

No ves mis ojos, no mi amor de fuente,
miras para no ver, miras cantando
cantas mirando, oh música del cielo.

Oh mi ciega del alma, incandescente,
mi melodía en que mi ser revelo.
Tú me miras, amor, me estás mirando.



Gerardo Diego.

miércoles, 1 de octubre de 2014

Eras, instante, tan claro.






Eras, instante, tan claro. 
Perdidamente te alejas, 
dejando erguido al deseo 
con sus vagas ansias tercas. 

Siento huir bajo el otoño 
pálidas aguas sin fuerza, 
mientras se olvidan los árboles 
de las hojas que desertan. 

La llama tuerce su hastío, 
sola su viva presencia, 
y la lámpara ya duerme 
sobre mis ojos en vela. 

Cuán lejano todo. 
Muertas las rosas que ayer abrieran, 
aunque aliente su secreto 
por las verdes alamedas. 

Bajo tormentas la playa 
será soledad de arena 
donde el amor yazca en sueños. 
La tierra y el mar lo esperan.



Luis Cernuda.

martes, 30 de septiembre de 2014

Confianza.





Mientras haya 
alguna ventana abierta, 
ojos que vuelven del sueño, 
otra mañana que empieza. 
Mar con olas trajineras 
- mientras haya - 
trajinantes de alegrías, 
llevándolas y trayéndolas. 
Lino para la hilandera, 
árboles que se aventuren, 
- mientras haya - 
y viento para la vela. 
Jazmín, clavel, azucena, 
donde están, y donde no 
en los nombres que los mientan. 
Mientras haya 
sombras que la sombra niegan, 
pruebas de luz, de que es luz 
todo el mundo, menos ellas. 
Agua como se la quiera 
- mientras haya - 
voluble por el arroyo, 
fidelísima en la alberca. 
Tanta fronda en la sauceda, 
tanto pájaro en las ramas 
- mientras haya -
tanto canto en la oropéndola. 
Un mediodía que acepta 
serenamente su sino 
que la tarde le revela. 
Mientras haya 
quien entienda la hoja seca, 
falsa elegía, preludio 
distante a la primavera. 
Colores que a sus ausencias 
- mientras haya - 
siguiendo a la luz se marchan 
y siguiéndola regresan. 
Diosas que pasan ligeras 
pero se dejan un alma 
- mientras haya -
señalada con sus huellas. 
Memoria que le convenza 
a esta tarde que se muere 
de que nunca estará muerta. 

Mientras haya 
trasluces en la tiniebla, 
claridades en secreto, 
noches que lo son apenas. 

Susurros de estrella a estrella 
- mientras haya - 
Casiopea que pregunta 
y Cisne que la contesta. 

Tantas palabras que esperan, 
invenciones, clareando 
- mientras haya - 
amanecer de poema. 

Mientras haya 
lo que hubo ayer, lo que hay hoy, 
lo que venga. 



Pedro Salinas.

lunes, 29 de septiembre de 2014

La voz a ti debida. Versos 1108 a 1138







Horizontal, sí, te quiero. 
Mírale la cara al cielo, 
de cara. Déjate ya 
de fingir un equilibrio 
donde lloramos tú y yo. 
Ríndete a la gran verdad final, 
a lo que has de ser conmigo, 
tendida ya, paralela, 
en la muerte o en el beso. 
Horizontal es la noche 
en el mar, gran masa trémula 
sobre la tierra acostada, 
vencida sobre la playa. 
El estar de pie, mentira: 
sólo correr o tenderse. 
Y lo que tú y yo queremos 
y el día — ya tan cansado 
de estar con su luz, derecho — 
es que nos llegue, viviendo 
y con temblor de morir, 
en lo más alto del beso, 
ese quedarse rendidos 
por el amor más ingrávido, 
al peso de ser de tierra, 
materia, carne de vida. 
En la noche y la trasnoche, 
y el amor y el trasamor, 
ya cambiados 
en horizontes finales, 
tú y yo, de nosotros mismos.



Pedro Salinas.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...