viernes, 27 de septiembre de 2013

Recuerdos del cielo Homenaje a Gustavo Adolfo Bécquer.



Prólogo

No habían cumplido años ni la rosa ni el arcángel.
Todo, anterior al balido y al llanto.
Cuando la luz ignoraba todavía
Si el mar nacería niño o niña.
Cuando el viento soñaba melenas que peinar
Y claveles el fuego que encender y mejillas
Y el agua unos labios parados donde beber.
Todo, anterior al cuerpo, al nombre y al tiempo.
Entonces yo recuerdo que, una vez, en el cielo...

Primer recuerdo

... una azucena tronchada...
Gustavo Adolfo Bécquer

Paseaba con un dejo de azucena que piensa,
Casi de pájaro que sabe ha de nacer.
Mirándose sin verse a una luna que le hacía espejo el sueño
Y a un silencio de nieve que le elevaba los pies.
A un silencio asomada.
Era anterior al arpa, a la lluvia y a las palabras.
No sabía.
Blanca alumna del aire,
Temblaba con las estrellas, con la flor y los árboles.
Su tallo, su verde talle.
Con las estrellas mías
Que, ignorantes de todo,
Por cavar dos lagunas en sus ojos
La ahogaron en dos mares.
Y recuerdo...
Nada más: muerta, alejarse.

Segundo recuerdo

... rumor de besos y batir de alas...
Gustavo Adolfo Bécquer

También antes,
Mucho antes de la rebelión de las sombras,
De que al mundo cayeran plumas incendiadas
Y un pájaro pudiera ser muerto por un lirio.
Antes, antes que tú me preguntaras
El número y el sitio de mi cuerpo.
Mucho antes del cuerpo.
En la época del alma.
Cuando tú abriste en la frente sin corona del cielo
La primera dinastía del sueño.
Cuando tú, al mirarme en la nada,
Inventaste la primera palabra.
Entonces, nuestro encuentro.

Tercer recuerdo

... detrás del abanico de plumas de oro...
Gustavo Adolfo Bécquer

Aún los valses del cielo no habían desposado al jazmín y la nieve,
Ni los aires pensado en la posible música de tus cabellos,
Ni decretado el rey que la violeta se enterrara en un libro.
No.
Era la era en que la golondrina viajaba
Sin nuestras iniciales en el pico.
En que las campanillas y las enredaderas
Morían sin balcones que escalar y estrellas.
La era
En que al hombro de un ave no había flor que apoyara la cabeza.
Entonces, detrás de tu abanico, nuestra luna primera.

Rafel Alberti.

jueves, 26 de septiembre de 2013

LXXXI. Apoyando mi frente calurosa.


Apoyando mi frente calurosa
En el frío cristal de la ventana,
En el silencio de la oscura noche
De su balcón mis ojos no apartaba.
En medio de la sombra misteriosa
Su vidriera lucía iluminada,
Dejando que mi vista penetrase
En el puro santuario de su estancia.
Pálido como el mármol el semblante;
La blonda cabellera destrenzada,
Acariciando sus sedosas ondas,
Sus hombros de alabastro y su garganta,
Mis ojos la veían, y mis ojos
Al verla tan hermosa, se turbaban.
Mirábase al espejo; dulcemente
Sonreía a su bella imagen lánguida,
Y sus mudas lisonjas al espejo
Con un beso dulcísimo pagaba...
Mas la luz se apagó; la visión pura
Desvanecióse como sombra vana,
Y dormido quedé, dándome celos
El cristal que su boca acariciara.

Gustavo Adolfo Bécquer.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Y era el demonio de mi sueño.



Y era el demonio de mi sueño, 
el ángel más hermoso. 
brillaban como aceros los ojos victoriosos,
y las sangrientas llamas
de su antorcha alumbraron
la honda cripta del alma.

¿Vendrás conmigo? 
No, jamás; las tumbas
y los muertos me espantan.
Pero la férrea mano
mi diestra atenazaba.

vendrás conmigo... 
y avancé en mi sueño,
cegado por la roja luminaria.
y en la cripta sentí sonar cadenas,
y rebullir de fieras enjauladas.

Antonio Machado.

martes, 24 de septiembre de 2013

Naciendo en los bosques.


Cuando el arroz retira de la tierra
Los granos de su harina,
Cuando el trigo endurece sus pequeñas caderas
 y levanta su rostro de mil manos,
A la enramada donde la mujer y el hombre se enlazan acudo,
Para tocar el mar innumerable
De lo que continúa.

Yo no soy hermano del utensilio llevado en la marea
Como en una cuna de nácar combatido:
No tiemblo en la comarca de los agonizantes despojos,
No despierto en el golpe de las tinieblas asustadas
Por el ronco pecíolo de la campana repentina,
No puede ser, no soy el pasajero
Bajo cuyos zapatos los últimos reductos del viento palpitan
Y rígidas retornan las olas del tiempo a morir.

Llevo en mi mano la paloma que duerme reclinada en la semilla
Y en su fermento espeso de cal y sangre
Vive agosto,
Vive el mes extraído de su copa profunda:
Con mi mano rodeo la nueva sombra del ala que crece:
La raíz y la pluma que mañana formarán la espesura.

Nunca declina, ni junto al balcón de manos de hierro
Ni en el invierno marítimo de los abandonados, ni en mi paso tardío,
El crecimiento inmenso de la gota, ni el párpado que quiere ser abierto:
Porque para nacer he nacido, para encerrar el paso
De cuanto se aproxima, de cuanto a mi pecho golpea como un nuevo corazón tembloroso.

Vidas recostadas junto a mi traje como palomas paralelas,
O contenidas en mi propia existencia y en mi desordenado sonido
Para volver a ser, para incautar el aire desnudo de la hoja
Y el nacimiento húmedo de la tierra en la guirnalda: ¿hasta cuándo
Debo volver y ser, hasta cuándo el olor
De las más enterradas flores, de las olas más trituradas
Sobre las altas piedras, guardan en mí su patria
Para volver a ser furia y perfume?

¿Hasta cuándo la mano del bosque en la lluvia
Me avecina con todas sus agujas
Para tejer los altos besos del follaje?
Otra vez
Escucho aproximarse como el fuego en el humo,
Nacer de la ceniza terrestre,
La luz llena de pétalos,
Y apartando la tierra
En un río de espigas llega el sol a mi boca
Como una vieja lágrima enterrada que vuelve a ser semilla.

Pablo Neruda.

lunes, 23 de septiembre de 2013

No está el aire propicio



No está el aire propicio para estampar mejillas.
Se borraron la flechas que indicaban la ruta
más copiosa de pájaros para los que agonizan.


Se arrastran por los suelos nubes sin corazón
y a la garganta trepa la impostura del mundo.

No está el aire propicio para cantar tus labios,
tu nuca en desacuerdo con las leyes de física
ni tu pecho de interna geografía afectuosa.


Las tijeras gorjean mejor que las calandrias
y no vuelven ya nunca si remontan el vuelo
y aquí en mi cercanía tres libros se aproximan,
abiertos en la página donde muere una reina.

Qué dulce despertar el del amor que existe
y qué existencia clara la del ojo que duerme,
velado por las alas remotas de los párpados.

Pétalos de difuntas miradas, llueven, llueven
y llueven, llueven, llueven. Me sepultan los pies,
las rodillas, el vientre, la cintura, los hombros.


Van a enterrarme vivo; van a enterrarme vivo;
No está el aire propicio para soñar contigo.







El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...