viernes, 18 de octubre de 2019

Anillo III.


Gozo de gozos: el alma en la piel
Ante los dos el jardín inmortal,
El paraíso que es ella con él,
Óptimo el árbol sin sombra de mal

Luz nada más.
He aquí los amantes
Una armonía de montes y ríos,
Amaneciendo en lejanos levantes,
Vuelve inocentes los dos albedríos...

¿Dónde estará la apariencia sabida?
¿Quién es quien surge? Salud, inmediato
Siempre, palpable misterio: presida
Forma tan clara a un candor de arrebato.

¿Es la hermosura quien tanto arrebata,
O en la terrible alegría se anega
Todo el impulso estival?
-¡Oh beata furia del mar, esa ola no es ciega!-

Aun retozando se afanan las bocas,
Inexorables a fuerza de ruego.
-Risas de Junio, por entre unas rocas,
Turban el límpido azul con su juego-.

¿Yace en los brazos un ansia agresiva?
Calladamente resiste el acorde.
-¿Cuánto silencio de mar allá arriba!
Nunca hay fragor que el cantil no me asorde?-

Y se encarnizan los dos violentos
En la ternura que los encadena.
-El regocijo de los elementos
Torna y retorna a la última arena-.

Ya las rodillas, humildes aposta,
Saben de un sol que al espíritu asalta.
-El horizonte en alturas de costa
Llega a la sal de una brisa más alta-.

¡Felicidad! El alud de un favor
Corre hasta el pie, que retuerce su celo.
-Cruje el azul. Sinuoso calor
Va alabeando la curva del cielo-.

Gozo de ser: el amante se pasma.
¡Oh derrochado presente inaudito,
Oh realidad en raudal sin fantasma!
Todo es potencia de atónito grito.

Alrededor se consuma el verano.
Es un anillo la tarde amarilla.
Sin una nube desciende el cercano
Cielo a este ardor. Sobrehumana, la arcilla.


Jorge Guillén.

martes, 15 de octubre de 2019

La clase.


Como un niño que en la tarde brumosa
va diciendo su lección y se duerme.
Y allí sobre el magno pupitre
está el mudo profesor que no escucha.
Y ha entrado en la última hora un vapor leve, porfiado, pronto espesísimo, y ha ido envolviéndolos a todos.
Todos blandos, tranquilos, serenados, suspiradores, ah, cuán verdaderamente reconocibles.
Por la mañana han jugado,
han quebrado, proyectado sus límites, sus ángulos, sus risas, sus imprecaciones, quizá sus lloros.
Y ahora una brisa inoíble, una bruma, un silencio, casi un beso, los une,
los borra, los acaricia, suavísimámente los recompone.
Ahora son como son. Ahora puede reconocérseles.
Y todos en la clase se han ido adurmiendo.
Y se alza la voz todavía, porque la clase dormida se sobrevive.
Una borrosa voz sin destino, que se oye
y que no se supiera ya de quién fuese.

Y existe la bruma dulce, casi olorosa, embriagante,
y todos tienen su cabeza sobre la blanda nube que los envuelve.
Y quizá un niño medio se despierta y entreabre los ojos,
y mira y ve también el alto pupitre desdibujado
y sobre él el bulto grueso, casi de trapo, dormido, caído,
del abolido profesor que allí sueña.

Vicente Aleixandre.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...