lunes, 29 de julio de 2019
Adiós a los campos.
No he de volver, amados cerros, elevadas montañas,
gráciles ríos fugitivos que sin adiós os vais.
Desde esta suma de piedra temerosa diviso el valle.
Lejos el sol poniente, hermoso y robusto todavía, colma de amarillo esplendor la cañada tranquila.
Y allá remota la llanura dorada donde verdea siempre el inmarchito día, muestra su plenitud
sin fatiga bajo un cielo completo.
¡Todo es hermoso y grande!
El mundo está sin límites.
Y solo mi ojo humano adivina allá lejos la linde,
fugitiva mas terca en sus espumas,
de un mar de día espléndido que de un fondo
de nácares tornasolado irrumpe.
Erguido en esta cima, montañas repetidas,
yo os contemplo, sangre de mi vivir que amasó vuestra piedra.
No soy distinto, y os amo. Inútilmente esas plumas
de los ligeros vientos pertinaces,
alas de cóndor o, en lo bajo,
diminutas alillas de graciosos jilgueros,
brillan al sol con suavidad: la piedra
por mí tranquila os habla, mariposas sin duelo.
Por mí la hierba tiembla hacia la altura, más celeste que el ave.
Y todo ese gemido de la tierra, ese grito que siento
propagándose loco de su raíz al fuego
de mi cuerpo, ilumina los aires,
no con palabras: vida, vida, llama, tortura,
o gloria soberana que sin saberlo escupo.
Aquí en esta montaña, quieto como la nube,
como la torva nube que aborrasca mi frente,
o dulce como el pájaro que en mi pupila escapa,
miro el inmenso día que inmensamente cede.
Oigo un rumor de foscas tempestades remotas
y penetro y distingo el vuelo tenue, en truenos,
de unas alas de polvo transparente que brillan.
Para mis labios quiero la piel terrible y dura
de ti, encina tremenda que solitaria abarcas
un firmamento verde de resonantes hojas.
Y aquí en mi boca quiero, pido amor, leve seda
de ti, rosa inviolada que como luz transcurres.
Sobre esta cima solitaria os miro,
campos que nunca volveréis por mis ojos.
Piedra del sol inmensa: entero mundo,
y el ruiseñor tan débil que en su borde lo hechiza.
Vicente Aleixandre.
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