viernes, 30 de enero de 2015

Elegía a un moscardón azul.




Si, yo te asesiné estúpidamente. 
Me molestaba tu zumbido mientras escribía un hermoso, 
un dulce soneto de amor. 
Y era un consonante en -úcar, para rimar con azúcar, 
lo que me faltaba. 
Mais, qui dira les torts de la rime?


Luego sentí congoja
y me acerqué hasta ti: eras muy bello. 
Grandes ojos oblicuos te coronan la frente, 
como un turbante de oriental monarca. 
Ojos inmensos, bellos ojos pardos, 
por donde entró la lanza del deseo, 
el bullir, los meneos de la hembra, 
su gran proximidad abrasadora, bajo la luz del mundo. 
Tan grandes son tus ojos, que tu alma 
era quizá como un enorme incendio, 
cual una lumbrarada de colores, 
como un fanal de faro. 
Así, en la siesta, el alto miradero de cristales, 
diáfano y desnudo, sobre el mar, 
en mí casa de niño. Cuando yo te maté, 
mirabas hacia fuera, a mi jardín. 
Este diciembre claro me empuja los colores y la luz,
como bloques de mármol, brutalmente, 
cual si el cristal del aire se me hundiera, 
astillándome el alma sus aristas.

Eso que viste desde mi ventana, 
eso es el mundo. 
Siempre se agolpa igual: luces y formas, 
árbol, arbusto, flor, colina, cielo con nubes o sin nubes, 
y, ya rojos, ya grises, los tejados del hombre. 
Nada más: siempre es lo mismo. 
Es un tierno pujar de jugos hondos, 
es una granazón, una abundancia, 
que levanta el amor y Dios ordena 
en nódulos y en haces, un dulce hervir no más.
Oh sí, me alegro de que fuera lo último 
que vieras tú, la imagen de color 
que sordamente bullirá en tu nada. 
Este paisaje, esas
rosas, esas moreras ya desnudas, 
ese tímido almendro que aún ofrece 
sus tiernas hojas vivas al invierno, 
ese verde cerrillo
que en lenta curva corta mi ventana, 
y esa ciudad al fondo, 
serán también una presencia oscura 
en mi nada, en mi noche. 
¡Oh pobre ser, igual, igual tú y yo!

En tu noble cabeza
que ahora un hilo blancuzco
apenas une al tronco, 
tu enorme trompa se ha quedado extendida. 
¿Qué zumos o qué azúcares voluptuosamente 
aspirabas, qué aroma tentador 
te estaba dando esos tirones sordos
que hacen que el caminante siga y siga 
(aun a pesar del frío del crepúsculo, aun a pesar del sueño), 
esos dulces clamores, esa necesidad de ser futuros 
que llamamos la vida, en aquel mismo instante 
en que súbitamente el mundo se te hundió 
como un gran trasatlántico que lleno de delicias
y colores choca contra los hielos y se esfuma en la sombra, en la nada? 
¿Viste quizá por último mis tres rosas postreras?
Un zarpazo brutal, una terrible llama roja, 
brasa que en un relámpago violeta se condensaba. 
Y frío. ¡Frío!: un hielo como al fin del otoño 
cuando la nube del granizo
con brusco alón de sombra nos emplomiza el aire. 
No viste ya. 
Y cesaron los delicados vientos
de enhebrar los estigmas de tu elegante abdomen 
(como una góndola, como una guzla del azul más puro) 
y el corazón elemental cesó de latir. 
De costado caíste. 
Dos, tres veces un obstinado artejo tembló en el aire, 
cual si condensara en cifras los latidos del mundo, 
su mensaje final.
Y fuiste cosa: un muerto. 
Sólo ya cosa, sólo ya materia orgánica, 
que en un torrente oscuro volverá al mundo mineral. 
¡Oh Dios, oh misterioso Dios, 
para empezar de nuevo por enésima vez 
tu enorme rueda!

Estabas en mi casa, 
mirabas mi jardín, eras muy bello. 
Yo te maté.
¡Oh si pudiera ahora 
darte otra vez la vida, 
yo que te di la muerte!



Dámaso Alonso.

jueves, 29 de enero de 2015

Formas sobre el mar.






Como una canción que se desprende
de una luna reciente
blandamente eclipsada por el brillo de una boca
Como un papel ignorado
que resbala hacia túneles
precisamente en un sueño de nieves
Como lo más blanco o más querido
Así camina el vago clamor de sombra o amor
Como la dicha
Vagamente cabezas o humo
ese abandonarse a la capacidad del sueño
con flojedad aspira al cenit sin esfuerzo
pretendiendo desconocer el valor de las contracciones
Si me lamento
si lloro como un traje blanco
si me abandono al va y ven de un viento de dos metros
es que indudablemente desconozco mi altura
el vuelo de las aves
y esa piel desprendida que no puede ya besarse más que en pluma
Oh vida
La luciérnaga muda
ese medir la tierra paso a paso
está lleno de conciencia
de espiras de anillos o de sueño
(es lo mismo)
está lleno de inmóvil para lo que está prohibido un corazón
Clavos o arpones
canciones de los polos
hielos de Islandia o focas esperadas
debajo por la piel que no duele y enfría
no impide el sentir
el ver dibujo
el ver corales lentos transcurrir como sangre
como respuestas
como presentimiento de formas sobre el mar

¿Son almas o son cuerpos?
Son lo que no se sabe
Esas fronteras deshechas de tocarse las dos filas de dientes
ese contacto de dos cercanías
que tan pronto es el mar
como es su sombra erguida
como es sencillamente la mudez de dos labios

Así el mundo es entero
el mundo es lo no partido
lo que no puede separar ni el calor
(que ya es decir)
lo que es únicamente no atender a lo urgente
conservar bajo cáscara cataratas de estancia
de quietud o sentido
mientras pasa ya el tiempo como nuez
como lo que ha desalojado el mar súbito a besos
como los dos labios a plomo
triste a luces o nácar bajo esteras.


Vicente Aleixandre.

miércoles, 28 de enero de 2015

El sueño.






Apoya en mí la cabeza,
si tienes sueño.
Apoya en mí la cabeza,
aquí, en mi pecho.
Descansa, duérmete, sueña,
no tengas miedo del mundo,
que yo te velo.
Levanta hacia mí tus ojos,
tus ojos lentos,
y ciérralos poco a poco
conmigo dentro;
ciérralos, aunque no quieras,
muertos de sueño.

Ya estás dormida. Ya sube,
baja tu pecho y el mío al compás del tuyo
mide el silencio,
almohada de tu cabeza,
celeste peso.
Mi pecho de varón duro,
tabla de esfuerzo,
por ti se vuelve de plumas,
cojín de sueños.
Navega en dulce oleaje,
ritmo sereno,
ritmo de olas perezosas
el de tus pechos.
De cuando en cuando una grande,
espuma al viento,
suspiro que se te escapa
volando al cielo,
y otra vez navegas lenta
mares de sueño,
y soy yo quien te conduce
yo que te velo,
que para que te abandones
te abrí mi pecho.

¿Qué sueñas? ¿Sueñas? 
¿Qué buscan - palabras, besos - 
tus labios que se te mueven, dormido rezo?
Si sueñas que estás conmigo,
no es sólo sueño;
lo que te acuna y te mece
soy yo, es mi pecho.

Despacio, brisas, despacio,
que tiene sueño.
Mundo sonoro que rondas,
hazte silencio,
que está durmiendo mi niña,
que está durmiendo
al compás que de los suyos
copia mi pecho.
Que cuando se me despierte
buscando el cielo
encuentre arriba mis ojos
limpios y abiertos.


Gerardo Diego.

martes, 27 de enero de 2015

El ciego amor no sabe de distancias.





El ciego amor no sabe de distancias
y, sin embargo, el corazón desierto
todo su espacio para mucho olvido
le da lugar para perderse a solas
entre cielos abismos y horizontes.
Cuando me quieres, al mirarme adentro, 
mientras la sangre nuestra se confunde, 
una redonda lejanía profunda 
hace posible nuevas ilusiones. 
Ser tuyo es renacerme porque logras 
borrar, hundir, que se retiren todos los espejos, 
los muros de mi alma.
Blancura del amor. 
Con cuánto fuego se anunció tu presencia. 
Tengo ahora la luz de aquel incendio y un vacío 
donde esperar, donde temer tu vida.


Manuel Altolaguirre.

lunes, 26 de enero de 2015

Eres tan estupendamente hermosa.




Eres tan estupendamente hermosa
que el pasmo que suscitas
quiebra en añicos las palabras
y suspende el aliento.
Al mirarte -que es más que desearte-, 
se siente más que furia,
más que amor inmediato.
Todo hirsuto y tirante, 
en galope de fiebre y de delirio, 
el hombre va hacia ti para anegarse
en tu sangre que abrasa
y en tu alma, que quema.
No, no eres, no, unas ingles y unos senos
que piden amorosas caricias 
lentas a lo largo de la noche…
Exiges -porque estás al rojo vivo
bajo tu pérfida blancura estallante- 
la vida toda del hombre que te llega
sangrientamente a las entrañas.


Juan José Domenchina.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...