viernes, 10 de noviembre de 2017
Variación III - Dulce nombre.
Desde que te llamo así,
por mi nombre,
ya nunca me eres extraño.
Infinitamente ajeno,
remoto tú, hasta en la playa,
-que te acercas, alejándote
apenas llegas-, tú eres
absoluto entimismado.
Pero tengo aquí en el alma
tu nombre, mío. Es el cabo
de una invisible cadena
que se termina en tu indómita
belleza de desmandado.
Te liga a mí, aunque no quieras.
Si te nombro, soy tu amo
de un segundo. ¡Qué milagro!
Tus desazones de espuma,
abandonan sus caballos
de verdes grupas ligeras,
se amansan, cuando te llamo
lo que me eres: Contemplado.
Obra, sutil, el encanto
divino del cristianar.
Y aquí en este nombre rompe
mansamente tu arrebato,
aquí, en sus letras -arenas-,
como en playa que te hago.
Tú no sabes, solitario,
-sacramento del nombrar-
cuando te nombro,
todo lo cerca que estamos.
Pedro Salinas.
miércoles, 8 de noviembre de 2017
Campo.
-Cinco pétalos tiene
la flor que él ama:
la camisa de lino,
el refajo de lana
el vestido de seda,
el delantal, la capa-.
Aquel árbol de la cumbre
tiene las bridas del viento;
la capa de su jinete
pinta de celeste al cielo
y el agua del río se aleja
acariciando reflejos.
El pastor trenza su honda
con fibras de esparto nuevo,
mientras el rebaño va
dejando desnudo el suelo.
Ella en el barranco rojo
sus ramas rubias dio al viento.
Las miradas del pastor
oblicuamente crecieron.
Ella en el barranco rojo
y él en el perfil del cerro.
Manuel Altolaguirre.
martes, 7 de noviembre de 2017
Plenitud.
Una tarde de otoño caída del occidente
exactamente como la misma primavera.
Una sonrisa caliente de la nuca
que se vuelve y difícilmente nos complace.
Una nube redonda como lágrima
que abreviase su existencia
simplemente como el error:
todo lo que es un paño ante los ojos,
suavemente transcurre
en medio de una música indefinible,
nacida en el rincón donde las palabras no se tocan,
donde el sonido no puede acariciarse
por más que nuestros pechos se prolonguen,
por más que flotantes sobre su eco
olvidemos el peso del corazón sobre una sombra.
Alíviame.
La barca sosegada,
el transcurrir de un día o superficie,
ese resbalamiento justo de dos dimensiones,
tiene la misma sensación de un nombre,
de un sollozo doblado en tres o muerto,
cuidadosamente embalado.
Bajo cintas o arrugas,
bajo papeles color de vino añejo,
bajo láminas de esmeralda de las que no sale ya música,
la huella de una lágrima, de un dedo, de un marfil o de un beso
se ha ido levemente apagando,
creciendo con los años,
muriendo con los años,
lo mismo que un adiós,
lo mismo que un pañuelo blanco que de pronto se queda quieto.
Si repasamos suavemente la memoria,
si desechando vanos ruidos o inclemencias o estrépito,
o nauseabundo pájaro de barro contagiable,
nos echamos sobre el silencio como palos adormecidos,
como ramas en un descanso olvidadas del verde,
notaremos que el vacío no es tal, sino él, sino nosotros,
sino lo entero o todo, sino lo único.
Todo, todo, amor mío, es verdad, es ya ello.
Todo es sangre o amor o latido o existencia,
todo soy yo que siento cómo el mundo se calla
y cómo así me duelen el sollozo o la tierra.
Vicente Aleixandre.
lunes, 6 de noviembre de 2017
El ausente.
Aunque no estés aquí, sigues estando
en la memoria de los que te vieron,
en quienes yo me sé,
a quienes pido entrada por sus ojos
para poder llegar a tu presencia.
Aunque no estés aquí sigues estando,
repartido tu cuerpo entre otros cuerpos
en los que reconozco,
en éste tu mirada,
en ese otro tu voz,
en aquél tu contorno.
Sigues estando aquí casi completo,
que para mí tú lo eras todo,
todo parte de ti: el aire, el suelo,
los pájaros, las flores...
como si el mundo fuera un traje tuyo.
Y ahora sólo me falta;
parte de ese vestido,
pues sigues siendo tú
el paisaje total que yo contemplo,
con aire, suelo, pájaros y flores,
sin carne humana:
esa parte de ti que esta ahora ausente.
Manuel Altolaguirre.
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