viernes, 11 de enero de 2019

De mi contorno.


De mi contorno, al perfil
recortado de mi sombra,
¡qué compactos rayos ciñen
el aire opaco que rondan!

¡Cómo al salir el sol,
ella tímida se achica,
corta bajo mis pies se refugia
y por lado opuesto asoma!

¡Qué lento brotar entonces,
primavera de mi sombra!
Y ¡qué esbelta rama gris,
tendida, de invierno, ahora!

Hasta que, perfil de tierra
y contorno de una sombra,
de tierra a cielo,
cilindro oscuro formen.
Zozobra de verme solo en la noche
hasta las nuevas auroras.

Manuel Altolaguirre.

jueves, 10 de enero de 2019

Luna grande de Moguer.


La puerta está abierta,
el grillo cantando.
¿Andas tú desnuda
por el campo?

La albahaca no duerme,
la hormiga trabaja.
¿Andas tú desnuda
por la casa?

Como un agua eterna,
por todo entra y sale.
¿Andas tu desnuda
por el aire?

Juan Ramón Jiménez.

miércoles, 9 de enero de 2019

En el disfraz del mundo.


En el disfraz del mundo
las sonrisas florecen,
el niño se hace hombre,
la primavera invierno.
Pero el árbol y un golfo de la costa,
el juguete y los animales de la selva
no cambian de lugar.
Hay naciones y unas cuantas letras.
Existen los utensilios y las islas,
los pájaros y los cimientos.
No quisiera olvidarme del mar Mediterráneo
ni de las olas,
ni de los ángeles;
quisiera recordar alguna canción,
algún dibujo, alguna caricia,
pero ¿qué mayor alegría
que escribir para el disfraz del mundo?

Manuel Altolaguirre.

martes, 8 de enero de 2019

Luna del paraíso.


Símbolo de la luz tú fuiste,
oh luna, en las nocturnas horas coronadas.
Tu pálido destello,
con el mismo fulgor que una muda inocencia,
aparecía cada noche presidiendo mi dicha,
callando tiernamente sobre mis frescas horas.

Un azul grave, pleno, serenísimo,
te ofrecía su seno generoso
para tu alegre luz, oh luna joven,
y tú tranquila, esbelta, resbalabas
con un apenas insinuado ademán de silencio.

¡Plenitud de tu estancia en los cielos completos!
No partida por la tristeza,
sino suavemente rotunda, liminar, perfectísima,
yo te sentía en breve como dos labios dulces
y sobre mi frente oreada de los vientos clementes
sentía tu llamamiento juvenil, tu posada ternura.

No era dura la tierra. Mis pasos resbalaban
como mudas palabras sobre un césped amoroso.
Y en la noche estelar, por los aires, tus ondas
volaban, convocaban, musitaban, querían.

¡Cuánto te amé en las sombras! Cuando aparecías en el monte,
en aquel monte tibio, carnal bajo tu celo,
tu ojo lleno de sapiencia velaba
sobre mi ingenua sangre tendida en las laderas,
Y cuando de mi aliento ascendía el más gozoso cántico
hasta mí el río encendido me acercaba tus gracias.

Entre las frondas de los pinos oscuros
mudamente vertías tu tibieza invisible,
y el ruiseñor silencioso sentía su garganta desatarse de amor
si en sus plumas un beso de tus labios dejabas.

Tendido sobre el césped vibrante,
¡cuántas noches cerré mis ojos bajo tus dedos blandos,
mientras en mis oídos el mágico pájaro nocturno
se derretía en el más dulce frenesí musical!

Toda tu luz velaba sobre aquella cálida bola de pluma
que te cantaba a ti, luna bellísima,
enterneciendo a la noche con su ardiente entusiasmo,
mientras tú siempre dulce, siempre viva, enviabas
pálidamente tus luces sin sonido.

En otras noches, cuando el amor presidía mi dicha,
un bulto claro de una muchacha apacible,
desnudo sobre el césped era hermoso paisaje.
Y sobre su carne celeste, sobre su fulgor rameado
besé tu luz, blanca luna ciñéndola.

Mis labios en su garganta bebían tu brillo, agua pura, luz pura;
en su cintura estreché tu espuma fugitiva,
y en sus senos sentí tu nacimiento tras el monte incendiado,
pulidamente bella sobre su piel erguida.

Besé sobre su cuerpo tu rubor, y en los labios,
roja luna, naciste, redonda, iluminada,
luna estrellada, por mi beso, luna húmeda
que una secreta luz interior me cediste.

Yo no tuve palabras para el amor. Los cabellos
acogieron mi boca como los rayos tuyos.
En ellos yo me hundí, yo me hundí preguntando
si eras tú ya mi amor, si me oías besándote.

Cerré los ojos una vez más y tu luz límpida
tu luz inmaculada me penetró nocturna.
Besando el puro rostro, yo te oí ardientes voces,
dulces palabras que tus rayos cedían,
y sentí que mi sangre, en tu luz convertida,
recorría mis venas destellando en la noche.

Noches tuyas, luna total: ¡oh luna, luna entera!
Yo te amé en los felices días coronados.
Y tú, secreta luna, luna mía,
fuiste presente en la tierra, en mis brazos humanos.

Vicente Aleixandre.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...